Capítulo 9 Preparativos
Nathan se dirigió a la mansión familiar después de recoger un maletín repleto de efectivo como pago por los camiones modificados. Sabía que con unos meses más, alcanzaría la cantidad que se propuso para dejar atrás el negocio de una vez por todas.
—Buenas noches, señor Kingston.
—Jeremy…
—Su padre se encuentra en el despacho con el caballero Crawford. —Stevens arrugó la nariz sin ocultar su desagrado por darle la noticia—. ¿Les llevo algo?
—No es necesario. Me iré pronto.
Casi se arrepintió por haber rechazado la oferta, seguro tenían uno de sus platillos favoritos para que se lo hubiese sugerido. Jeremy siempre había sabido cuidarlo a su manera, aún más desde la muerte de su madre.
Nathan atravesó el pasillo y escuchó la risa estridente de su padre.
—¿En serio pensaste que era posible? —El sarcasmo en la voz de James Kingston, goteaba sutil mientras se recostaba en su sillón de cuero, observando a Richard con una sonrisa que Nathan conocía demasiado bien. la que reservaba para humillar a los débiles.
Lo vio removerse en su asiento, incómodo, con su conjunto blanco del tenis tan fuera de lugar en ese sobrio espacio. Una gota de sudor resbaló por su frente mientras tamborileaba los dedos sobre la rodilla con frenesí.
Nathan se apoyó en el marco de la puerta, observándolo con indiferencia. El nerviosismo de Crawford era patético, pero no pudo sentir lástima por él. Aunque conocía el ritual. su padre nunca perdía la oportunidad de recordarle a cualquiera su posición en la jerarquía.
Él le enseñó que la verdadera dominación no estaba en los gritos, sino en los silencios sutiles, en las miradas que destilaban desprecio y en las acciones inesperadas. era un macabro juego de poder que Nathan aprendió a ejecutar con la misma maestría.
El recuerdo de Liz, llorando y luego manchando sus zapatos al inicio de la semana vino a él como un tsunami, pero se obligó a desecharlo. No tenía por qué involucrarse en sus problemas. Lo más probable era que se hubiera peleado con este idiota sensiblero, o con Amelia. No era la primera vez que la arpía de su hermana la hacía llorar, pero una era tan dependiente de la otra que a temprana edad aprendió que era mejor que resolvieran sus asuntos solas.
Nathan se apoyó en el marco de la puerta.
—Padre —dijo al tiempo que empujaba el maletín hacia el escritorio.
James extendió la mano y lo abrió con movimientos lentos y deliberados. Sacó varios fajos de billetes, apenas un quinto del total, y empujó el resto de vuelta hacia Nathan.
—Por el trabajo pendiente —murmuró antes de guardar su parte en un cajón del escritorio.
—De acuerdo. Nos vemos en un par de días —dijo Nathan despidiéndose e ignorando al imbécil que estaba por mearse en su pantaloncillo blanco
Antes de irse, Nathan entró a la cocina donde el aroma de los beignets de langosta lo hizo salivar. Rita, la cocinera, ya le estaba empacando algunos cuando Amelia apareció.
—¿No estás muy viejo ya como para seguir escabulléndote en la cocina y robar comida? —El tono burlón de su hermana no ocultó del todo la tensión en su voz.
Rita siguió preparando el paquete sin levantar la mirada, acostumbrada a las escaramuzas entre los hermanos. Nathan observó cómo sus manos arrugadas se movían con precisión, envolviendo los beignets con el mismo cuidado que cuando eran niños.
—Hermanita, qué bueno que te veo. No recibí los libros de tu estudio este mes —dijo, al verla inclinarse sobre los documentos que sostenía, más concentrada de lo que la había visto jamás.
Amelia cerró el folder de golpe y el sonido hizo que Rita se sobresaltara, pero continuó con su tarea, fingiendo no escuchar. En esa casa eran expertos en ello.
—Eres igual que él. Controlando todo como si fuera una inútil.
—Cuando demuestres que puedes manejarlo sola, quizá convenza a papá para que afloje las riendas un poco —respondió, ignorando la forma en que su hermana evitó mirarlo.
Si se descuidaba o hacía un movimiento en falso y el lápiz que Amelia apretaba con fuerza podría convertirse en un arma. No era la primera vez que había rozado ese límite.
—Vete al infierno —masculló, y por un momento pareció que iba a decir algo más, pero se contuvo. Sus manos temblaron un poco mientras reorganizaba los papeles sobre la mesa.
—¿Todo bien? —preguntó Nathan. Sabía que no le diría nada, porque no tenían ese tipo de relación, pero se sintió impulsado a darle esa posibilidad.
Esta vez sí lo miró un momento antes de volver y marcar la línea de listado.
—Perfecto. Solo buscaba un poco de…
—¿Rutina familiar? —Nathan sonrió—. Al menos yo me veo forzado a venir por trabajo, ¿cuál es tu excusa?
La vio levantar la mano, pero el placer de seguir provocándola se desvaneció al recordar el desastre con Regina.
—Que lleguen los libros esta semana, o enviaré a alguien a auditarte —dijo, sabiendo que ese tema siempre la enfurecía y un segundo después, su zapato rojo de tacón metálico pasó a centímetros de su cabeza.
Se despidió de Rita con un beso en la mano al tomar el paquete y se dirigió al campo de tiro. Tenía mucho que resolver.
* * *
Nathan se encontró con Walter y le dio la grata bienvenida al olor familiar de la pólvora y el sonido lejano de los disparos resonando desde cada cubículo. Su amigo enarcó una ceja mientras bajaba el arma y su sonrisa se ensanchó al decir.
—¿No deberías estar con Regina? Pensé que tendrías una noche ocupada después de esa visita.
Nathan apretó la mandíbula, ignorando el calor que se acumulaba detrás de su nuca. Respiró hondo antes de responder.
—Eso no es asunto tuyo.
Walter lo estudió un momento, y luego el casquillo de su última bala rodó por el suelo de concreto.
—Creí que habías superado a la abogada, pero parece que aún te afecta.
Nathan se limitó a girar hacia la diana móvil que tenía delante. El blanco osciló con suavidad, pero le dio un tiro certero en la frente y el otro en la boca del de Walter. Eso hizo que su amigo se echara a reír.
—Deja de decir estupideces. Esto no tiene nada que ver con ella.
—Lo que digas, hermano —dijo Walter, encogiéndose de hombros. Luego apuntó su arma hacia una diana más lejana—. ¿Entonces, el drama con ella sirvió para algo?
Nathan soltó un resoplido mientras recargaba su arma. El contacto con el metal lo ayudó a centrarse.
—Sabemos que hay un traidor. Mario empezará a limpiar los registros de cada sujeto en todos los negocios, no voy a parar hasta encontrar a la rata.
Walter silbó por lo bajo, asintiendo.
—Vaya, tu noche fue más productiva de lo que imaginé.
El teléfono de su amigo sonó, rompiendo la tensión. Se alejó unos pasos, y cuando regresó, su expresión se tornó seria.
—Buenas noticias. El coche del objetivo ya está en el taller. Todo será limpio; no podrán rastrearlo.
Nathan asintió sin apartar la vista de la mirilla.
—Entonces sigamos con el plan.
Disparó por última vez esa noche y luego partieron al taller. Poseer una empresa de transporte tenía sus ventajas para este tipo de trabajos.
El mecánico les aseguró que, una vez terminada la revisión, entregarían el coche ellos mismos. Era perfecto. sin testigos innecesarios.
Una hora más tarde, después de pasar por el autolavado para borrar cualquier rastro, observó cómo el coche fue llevado al estacionamiento de los Crawford.
Todo estaba en su lugar. Ahora, solo quedaba esperar.