Nathan observaba desde la ventana de su despacho el auto de Richard atravesando el portón de la villa y su nueva realidad se materializó en forma de una niña de siete años que le recordaba mucho a su madre.
El sonido de tacones le indicó que Isabella bajaba a recibirlos y se obligó a quedarse donde estaba, controlando el impulso primitivo de marcar su territorio.
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