Capítulo 10 Tormentas
Elizabeth llevaba días sin salir de casa, dormía casi todo el día, con la energía drenada por completo. Y aunque luchaba por huir de su dolorosa realidad, se obligaba a estar presente cuando Emma volvía de la escuela.
En ese momento, su hija estaba sentada ante la encimera de la cocina, pintando un pavo sonriente que sostenía una manzana mientras Ana cortaba unos vegetales para ella.
Con un profundo suspiro, Liz se apoyó sobre el granito y la miró moverse por la cocina.
—Siento mucho que tengas que quedarte estos días, y que… hayas presenciado lo que… —murmuró, sentándose en una de las sillas.
Ana levantó la mirada y la observó con preocupación, apoyó una mano cálida sobre la suya. El silencio en la casa se había vuelto opresivo desde que Richard le dio vacaciones anticipadas a todo el personal por Acción de gracias, dejando solo a la niñera como testigo de su deterioro.
—No se preocupe, señora. Es comprensible que esté abrumada, y usted sabe que quiero mucho a Emma. Además, estoy muy agradecida porque cubrieran los gatos para la reparación de mi auto.
Liz no supo de qué estaba hablando, pero igual asintió.
—Sabes que eres parte de esta familia desde que ella nació —dijo, mirando a Emma bajarse del banco con ayuda de Ana y corrió a la sala, con el cuenco que le acababa de entregar.
—Lo sé y por eso me voy a atrever a decirle que me alegro de que se enteró.
Elizabeth la miró, el peso de la vergüenza y el darse cuenta de sus palabras la hundió un poco más.
—Al parecer, todos lo sabían, excepto yo. Deben pensar que soy tan tonta —respondió cubriéndose el rostro con ambas manos. Ya ni siquiera tenía lágrimas que desbordar, hasta eso le había vaciado la traición que sufrió.
—Mi mamá siempre decía que así son los hombres.
—La mía también —murmuró Liz, más para sí misma—. Pero nunca imaginé que él… —Se detuvo, tragando el nudo en su garganta—. Lo siento, me cuesta hablar de esto
De solo recordar lo mal que hablaban uno del otro, se le revolvía el estómago y le daba un millón de vueltas al hecho de pensar en qué momento inició todo entre ellos, pues su aversión mutua fue casi inmediata desde que ellas tenían catorce y Richard un poco más de diecisiete.
Ana negó con la cabeza, pero no agregó nada más, y Elizabeth le agradeció que no la humillara más. A pesar del dolor, Liz esbozó una sonrisa de gratitud antes de alejarse, pero Ana la detuvo al decir.
—El señor llamó, dijo que iba a llevarla a Emma al parque, como prometió.
Liz asintió, se acercó a su hija y le dio un beso en la cabeza y le sonrió con ternura cuando le contó que su padre iría por ella y la vio gritar y saltar, emocionada.
Richard estaba llegando temprano y mostrándose inusualmente amable. Podría decir que hasta era cariñoso, como cuando eran recién casados y todo era perfecto. Sin embargo, ella no era capaz de alejar la amargura al verlo y no soportaba tenerlo cerca.
Al parecer, él lo comprendió, porque sin que se viera en la necesidad de decírselo, se mudó a otra habitación sin discutir. Aunque continuaba pidiéndole una segunda oportunidad para recuperarla.
Elizabeth no tenía idea de si su familia seguiría existiendo, y es que jamás se imaginó como una mujer divorciada. Subió las gradas y evitó mirar el cuadro de sus padres, porque cada vez que lo hacía se sentía más sola.
—Señora, ¿no va a comer? —le preguntó Ana con un grito que la sobresaltó.
La voz apenas le salía, así que negó con la cabeza. El agotamiento era su única constante estos días.
Escuchó el motor de un auto y, al mirar por la ventana, reconoció el deportivo de Richard. Fue hasta la camioneta familiar, lo vio ajustar el asiento infantil de Emma y, sin acercarse a la casa, pitó.
Vio a su hija tomar el bote de burbujas, su muñeca y un bolso que Ana ya había preparado y se echó a correr a la salida sin siquiera decirle adiós.
Estuvo a punto de llamarla, pero se quedó con la mano alzada un momento hasta que miró otra vez a través del cristal y, por primera vez desde que Emma nació, vio a Richard sacudirle el cabello, juguetón antes de subirla al coche él mismo y recibió un beso de agradecimiento.
Le pareció increíble. Y esa simple escena logró que se sintiera un poco más ligera, como si pudiera respirar de nuevo, porque tal vez, ese era el momento de reconstruir lo que una vez tuvieron.
Bajó los escalones y se sentó frente a Ana con una disculpa en la mirada. La chica respondió con una de sus sonrisas sinceras y se levantó a servirle en silencio.
* * *
Horas después, Emma regresó eufórica, contando sobre las ardillas que vio y los amigos que se encontró. Richard entró tras ella, con la cara pálida y sudorosa y los ojos enrojecidos, dejándose caer en el sofá.
—Me siento terrible —se quejó—. Creo que tengo fiebre.
Hacía unas semanas habría salido corriendo en busca de un analgésico para él, pero algo la detuvo en su sitio. Apretó la revista de negocios con el artículo que le hicieron hacía unos meses, que hablaba de su legado en la industria inmobiliaria, y miró a Richard antes de suspirar. Sabía que le esperaban días tensos, porque enfermo era una pesadilla.
—Me encontré con la niñera de los Windsor en el parque y me preguntó por qué no estaba en la reunión.
Liz lo miró confundida, pero sacó su teléfono y vio que, en efecto, había un recordatorio en el chat de padres del Saint Patrick de hacía cuarenta minutos; no serviría de nada moverse ya. Así que le envió un mensaje a la maestra para disculparse. La respuesta llegó casi al instante, preguntando por los trajes que ella prometió gestionar con el diseñador cuando llevó a Emma a la escuela y no lo recordó hasta ese momento.
—Es por la presentación del grado para Acción de Gracias —le informó y lo vio asentir, aunque sabía que no le importaba.
—Necesito una sopa de miso del Umami—murmuró Richard, frotándose las sienes.
Liz lo miró, porque el restaurante japonés no hacía envíos, por lo que debían ir por ella. Estaba por pedirle a Ana que le hiciera el favor, pero Emma empezó a llorar porque tenía sueño y aún no se había bañado. Liz se estaba poniendo ansiosa, pero se encargaría.
Llamó a Luigi, y supo que Ana no podría cubrirla, cuando este le explicó que le pidieron cambios en el vestuario que ella debía aprobar.
Elizabeth escuchó un trueno a lo lejos, y al mirar por la ventana, las nubes oscuras ya cubrían el cielo. Un escalofrío le recorrió la espalda ante la idea de conducir bajo la tormenta.
—Puedo ir yo mismo —dijo Richard con voz débil—, pero tú podrías aprovechar a ver al diseñador, y así te distraes un poco. No has salido de esta casa en semanas, mi amor.
Un grito de Emma como prueba de su mal humor se escuchó desde arriba y Liz quería solucionarlo, pero en ese momento se sintió abrumada por tantas demandas. Al girarse, golpeó el jarrón de la cocina y el estrépito del cristal contra el suelo la paralizó.
¿Por qué Richard tuvo que quitarle al personal de servicio? Ella no podía con todo sola. Se apresuró a recoger los fragmentos, pero él la detuvo y su cercanía la puso nerviosa.
—Ve, amor. Lo haré yo —le acarició el brazo y su suavidad la hizo estremecer—. Me he dado cuenta de lo mucho que haces por nosotros y veo que necesitas un respiro.
Richard se le acercó y Liz cerró los ojos con docilidad, esperando un beso. El contacto llegó a su cuello antes de escucharlo reír.
—No quiero contagiarte —se excusó—. Pero te prometo que cuando mejore, saldremos juntos, como antes. Y me esforzaré por ser un buen esposo para ti.
Aquella promesa y el toque íntimo, derritió algo dentro de ella y antes de pensarlo mejor ya estaba asintiendo y fue por sus llaves.
* * *
Al entrar al auto, se dio cuenta de que no tenía combustible y es que quien se encargaba de eso tampoco estaba. Mientras buscaba su teléfono en el bolso, sus dedos rozaron la suave tela del pañuelo que Nathan le ofreció aquella noche en los jardines de los Windsor.
El recuerdo de ese gesto amable le trajo a la mente a su mejor amiga. ¿Cómo podría reconciliarse con Richard después de lo que le había hecho a Amelia?
El peso de su indecisión la obligó a cerrar los ojos por un instante. Con los otros autos fuera de opción al ser mecánicos y ella incapaz de manejarlos, se bajó, frustrada.
Richard salió a su encuentro, sorprendiéndola.
—¿Por qué no llevas el de Ana? —le sugirió, con ese tono dulce de antes, mientras acariciaba su cabello rubio—. Ella siempre ha estado para ayudarte.
—Es verdad —respondió Elizabeth, sintiendo una mezcla de vergüenza y gratitud. Cuando sus miradas se encontraron y se sonrieron, su corazón dio un vuelco que le recordó por qué se había enamorado de él.
La carretera se extendía vacía frente a ella mientras una sonrisa, la primera en días, se dibujaba en sus labios por la promesa de Richard y siguió la letra de la canción sobre el poder del amor que sonaba en ese momento.
El rugido suave del motor la animó a acelerar por la carretera desierta, hasta que la tormenta se desató, golpeando el parabrisas con violencia. El nerviosismo familiar la hizo buscar el freno, solo para descubrir con horror que algo andaba mal.
En cuestión de segundos, el coche comenzó a derrapar en la carretera mojada y no pudo evitar gritar mientras luchaba por controlar el volante.
Pero el metal chirrió contra la barandilla, levantando chispas en la oscuridad, y cuando el auto al fin se detuvo, Liz abrió los ojos y el horror la paralizó. el vehículo quedó suspendido sobre el acantilado, meciéndose frente al oscuro océano.
El pánico se apoderó de ella al sentir la gravedad tirando del auto hacia abajo y un sollozo escapó de su pecho al darse cuenta de que estaba al borde de la muerte y que no había nadie que pudiera ayudarla. El auto se inclinó un poco más y las lágrimas nublaron su visión mientras un solo pensamiento la atormentó. ¿qué sería de Emma sin ella?