Capítulo 9 ¿Te gusta?
-Lo sabes mejor que nadie, Emily. Si quieres vengarte de mí, está bien, pero no juegues con tu cuerpo.
- ¡No estoy bromeando! -respondió Emily, ya cansada de la conversación. -Nathan, aunque me estén engañando, al menos él pagó la cirugía de mi padre. Sin él, podría estar muerto ahora.
Nathan, sorprendido, frunció el ceño. - ¿Te vendiste para conseguir dinero para tu padre? Emily, ¿por qué no viniste a mí por ayuda? ¿Por qué recurriste a otro?
- ¡Sí vine a ti! -Emily suspiró, la frustración evidente en su voz. - ¿Recuerdas cuando te pedí trescientos mil? Me rechazaste y me acusaste de ser codiciosa.
Nathan bajó el tono, intentando calmarse. -Trescientos mil... Pensé que pedías dinero por el divorcio... -se detuvo un momento. -Te transferiré el dinero ahora. Devuélveselo a ese hombre y corta todo vínculo con él.
Emily esbozó una sonrisa amarga. -Hemos estado casados cuatro años y nunca me diste dinero. ¿Por qué lo harías ahora? ¿Crees que, aunque nos divorciemos, no podría estar con otro hombre?
-Haz lo que quieras. Dame tu número de cuenta, Emily, y transferiré el dinero de inmediato.
-No es necesario.
- ¡Emily! ¿No ves que estoy tratando de ayudarte? ¡Entiende de una vez!
-No necesito tu caridad, Nathan. Además, ni siquiera tengo cuenta bancaria. En los cuatro años que estuvimos casados, tu madre me prohibió usar cualquier tarjeta. Siempre pensó que era una ladrona que quería robarte a ti o a tu familia. La verdad es que no tengo ahorros.
El silencio en la línea se hizo pesado, y Nathan apretó los dientes, su frustración evidente. -Olvídalo si no lo quieres. Pero no vengas a llorar cuando te engañen de nuevo.
Con un golpe de rabia, Nathan colgó el teléfono.
Sophia, desde la distancia, apareció en el momento justo con un vaso de agua con limón. -Emily está actuando impulsivamente. No te enojes tanto. Toma un poco de esto para calmarte, y mañana hablaré con ella.
El agua fría y refrescante ayudó a calmar la furia de Nathan.
En su mente, Emily siempre había sido la esposa sumisa, aquella que nunca discutía con él. Se encargaba de la casa, mostraba respeto hacia su madre, y nunca desentonaba. Pero nunca imaginó que la tranquila Emily de pronto estallara, gritando y desafiante, como si fuera alguien completamente distinto.
Una sensación de alivio recorrió su sien cuando Sophia, con una suavidad experta, le masajeó la cabeza.
Nathan cerró los ojos, sintiendo el calor reconfortante de su toque. -Tú sí que me entiendes, Sophia.
Ella le sonrió, su voz suave y tranquilizadora. -Te casaste con ella por cumplir la promesa de tu abuelo. No tenías una conexión emocional real. Entiendo que estos cuatro años hayan sido difíciles para ti.
Nathan, con una expresión pensativa, tomó la mano de Sophia, envolviéndola con la suya. -Emily tampoco lo ha tenido fácil. Sé que el temperamento de mi madre no ayuda, y yo no he estado mucho en casa. Ella ha tenido que soportar todo eso sola. Y, a pesar de todo, nunca ha hecho nada fuera de lugar.
Sophia apretó un poco más su mano, pero permaneció en silencio, escuchando atentamente.
Él siguió, pensativo. -Ella no tiene estudios, y después del divorcio, no sé qué futuro le espera. Mi madre dice que no le dará ni un centavo, pero sigue siendo parte de mi historia. Estoy pensando en darle quinientos mil. ¿Qué opinas?
Sophia lo miró, aún en silencio, mientras reflexionaba sobre sus palabras.
La sonrisa de Sophia se volvió algo tensa, pero su voz siguió siendo cálida, sin mostrar ninguna señal de su incomodidad. -Ella es mi Emily, desde mi punto de vista, claro, querría darle más. Pero si le das el dinero bajo tu nombre, sabes que mi madre se molestará. Después de todo, ese dinero pertenece a la familia Reed. ¿Por qué no me lo das a mí? Yo me encargaré de transferírselo en mi nombre.
Nathan reflexionó por un instante, luego asintió con la cabeza. -Tienes razón. ¿Qué tal si te doy un millón? Tú te encargas de transferírselo mañana.
Sophia sonrió y, sin pensarlo mucho, se giró y se sentó en el regazo de Nathan, rodeando su cuello con los brazos y dándole un suave beso. -Gracias, Nathan.
El dulce perfume de Sophia envolvió a Nathan, quien, sin pensarlo, enterró su cabeza en su pecho, inhalando profundamente su fragancia.
Esa noche, el Sr. Satán no había venido.
Emily yacía sola en la amplia cama, abrazada fuertemente a la manta, buscando un poco de consuelo en el calor que le ofrecía. Sin embargo, una sensación de vacío y desconcierto persistía en su pecho.
La habitación no solo le resultaba desconocida, sino que también le parecía extrañamente ajena.
Solo había dormido en esa cama dos veces, ambas veces sumidas en la oscuridad total.
Despertó nuevamente en medio de la noche, incapaz de dormir. Tomó su teléfono, pensando en enviar un mensaje al Sr. Satán para preguntarle si vendría esa noche. Pero, al instante, se dio cuenta de que estaba siendo demasiado ansiosa y dejó el teléfono de lado.
Esa habitación era una suite presidencial, decorada con detalles de lujo. Frente a la enorme cama, se alineaban varios armarios de vino, repletos de etiquetas y tipos de vinos tintos. Dentro de uno de esos armarios, un regulador de temperatura ajustaba meticulosamente el ambiente para mantener los vinos en su temperatura óptima.
El Sr. Satán, como ella sabía, era un verdadero amante del vino.
Emily se levantó de la cama y caminó hacia el armario, abriéndolo junto al de vinos.
Para su sorpresa, no encontró lo que esperaba: trajes o camisas. En su lugar, el armario estaba repleto de ropa de lujo, de varios estilos femeninos. En el fondo, incluso había una fila impecable de tacones altos, cuidadosamente alineados.
Beep beep-
Un mensaje llegó a su teléfono.
- ¿Has visto el armario? Todo está preparado según tu talla. - Satán
Emily miró el teléfono por un momento, reflexionando, y luego decidió hacer una llamada.
Ya pasaban de las tres de la mañana, pero el Sr. Satán respondió al instante. - ¿Emily?
La voz profunda y magnética del hombre resonó en sus oídos, haciéndola sentir un nudo en el estómago. Su voz tembló un poco cuando respondió. -He visto lo que hay en el armario, gracias.
El Sr. Satán, aparentemente de buen humor, respondió con un tono relajado. - ¿Te gusta?
-...Sí, me gusta.
-Mientras te guste.
¿Qué mujer no había soñado alguna vez con un armario lleno de artículos de lujo?
Pero para Emily, eso era solo un sueño lejano.
Antes de casarse, había pasado sus días trabajando en varios empleos a medio tiempo, apenas logrando llegar a fin de mes. Después de casarse con Nathan, ya no tenía trabajo ni ingresos propios. Su suegra la trataba con desdén, siempre pensando que estaba intentando robar los activos de la familia.
Aunque Nathan era presidente de una empresa, Emily, como esposa del presidente, vivía una vida más austera que la de la ama de llaves de la casa.