Capítulo 2 Eres un bastardo
Una hora más tarde, regresaron a la villa de la familia Reed.
Al entrar, Emily vio a Carol pelando una manzana para Sophia, mientras Nathan se encontraba sentado, mirando fijamente el vientre ligeramente abultado de Sophia. Su rostro reflejaba una ternura que Emily nunca había visto en él.
Parecían una familia perfectamente feliz.
Emily empujó la puerta con fuerza, y la sonrisa de Carol se desvaneció al verla.
-Pensé que te habías ido... Sophia, no le hagas caso, come una manzana.
Sophia, visiblemente incómoda, intentó ponerse de pie, sujetándose la cintura.
Nathan le apretó la mano.
-Siéntate, no te preocupes por nada más.
Luego, se levantó con su imponente presencia, llenando la habitación con su figura.
-Emily, hablemos.
Subieron al dormitorio de Emily y Nathan.
Desafortunadamente, en los cuatro años que llevaban juntos, las visitas de Nathan a su habitación se podían contar con los dedos de una mano, y la mayoría de las veces, se limitaban a los estudios o a asuntos de trabajo.
Al entrar en la habitación, Nathan se acercó a la cama, encendió un cigarro y, con una mirada fría, dijo:
-Habla, ¿cuáles son tus condiciones?
Emily, desconcertada, apenas pudo responder.
- ¿Qué?
Nathan exhaló el humo y, con desdén, respondió:
- ¿Cuánto dinero necesitas para aceptar el divorcio? ¿Te casaste conmigo por dinero, ¿verdad?
Emily sintió como si hubiera caído en una bodega de hielo.
-Me casé contigo porque... -Las palabras se atoraron en su garganta. Quería decir que lo hacía porque le gustaba, pero algo la detenía.
Las lágrimas comenzaron a recorrer su rostro.
-Me casé contigo por el deseo moribundo de tu abuelo... Él fue amable conmigo, y quiero devolverle el favor.
- ¡Basta! -Nathan apagó bruscamente el cigarro, su voz llena de furia-. ¡Hiciste todo para complacer a mi abuelo, obligándome a casarme contigo! No sientes nada por mí. Deja de hablar tonterías. ¿Cuánto dinero quieres? Dímelo rápido. A partir de ahora, no tenemos nada que ver el uno con el otro.
Emily soltó una risa amarga, sin poder contener el dolor que le carcomía el pecho.
- ¿Siempre me has visto así a lo largo de los años? ¿Soy solo una cazafortunas que hizo cualquier cosa para casarse contigo?
- ¿Entonces qué? -La frialdad de su voz era casi insoportable-. ¿Te casaste conmigo porque me amas?
Todas las palabras que había preparado se desmoronaron ante esa pregunta. Todo lo que había hecho, cada sacrificio, cada esfuerzo, se convertía ahora en una burla.
Emily negó con la cabeza, sonriendo con tristeza.
-Nathan, eres un bastardo.
-Como desees. -Nathan rasgó un cheque, lo firmó con brusquedad y lo arrojó sobre la mesa, frente a ella-. Escribe la cantidad que quieras. Mañana por la mañana, ven conmigo a la firma de abogados para firmar el acuerdo de divorcio.
El cheque, ligero como una hoja, cayó a sus pies. Emily miró el pedazo de papel, pero no hizo intento alguno por recogerlo.
- ¿Realmente te gusta tanto Sophia? ¿La amas lo suficiente como para divorciarte de mí? -La voz de Nathan se desvaneció a medida que se acercaba a la puerta del dormitorio. No quería estar allí ni un minuto más-. Al menos ella no me manipula de forma mañosa. Está dispuesta a tener un hijo para mí. Pero tú, no solo no me amas, tampoco querrás tener un hijo para mí.
La puerta se cerró de golpe con un fuerte portazo.
Emily sintió como si su columna vertebral le fuera arrancada, cayendo al suelo sin fuerzas, devastada.
Junto a ella, el cheque permanecía en el suelo, una representación fría y definitiva del fin de su matrimonio. La firma de Nathan era clara, firme, como un corte afilado.
Miró el papel y, con un gesto de furia contenida, lo recogió, lo rasgó en pedazos y los arrojó por la ventana.
Se apoyó en la esquina, rodeada por la oscuridad, buscando consuelo en la penumbra, sintiéndose, de alguna manera, un poco más segura así.
Su vida había sido una sucesión de pérdidas: su padre con enfermedad cardíaca, su madre muerta al dar a luz. Si no hubiera sido por la ayuda de su padre y el padre de Sophia, tal vez ya habría sucumbido a la desesperación.
Ambos, el padre de Sophia y el abuelo de Nathan, habían sido sus benefactores.
La puerta del dormitorio se abrió nuevamente.
El llanto de Emily se detuvo de inmediato. Levantó la cabeza, con la esperanza de que fuera Nathan. Tal vez él no era tan despiadado después de todo. Tal vez todavía habría una oportunidad para la gestación subrogada, una oportunidad para que él intentara comprenderla. Si Nathan se acercaba, ella estaba dispuesta a continuar con el matrimonio, a buscar una solución.
-Emily, soy yo.
La voz de Emily resonó en la habitación con fuerza, una mezcla de furia y desesperación. Su rostro estaba pálido, pero sus ojos brillaban con una intensidad feroz, una determinación que aún no se había apagado.
Sophia, sin embargo, parecía disfrutar de la angustia que causaba, su sonrisa despectiva apenas se escondía detrás de sus palabras.
-Emily, ¿por qué te alteras tanto? Todo esto es inevitable. Nathan nunca te quiso, solo te usó porque su abuelo lo obligó. Y ahora, por fin, las cosas están en su lugar. Mi hijo será el heredero de la familia Reed, no el tuyo. -Sophia dio un paso más cerca, su tono venenoso y retorcido.
Emily, sin embargo, no retrocedió. Estaba herida, pero su rabia era más fuerte que el dolor.
-No me llames "mi Emily", -dijo, apretando los puños-. No eres nada para mí. No te atrevas a compararte conmigo.
Sophia se quedó en silencio por un momento, sorprendida por la resistencia de Emily. Pero luego, soltó una risa que resonó como un eco frío en la habitación.
-Parece que aún no te has dado cuenta, Emily. Ya no tienes lugar aquí. No eres parte de esta familia, y nunca lo fuiste. Estás de más, y eso, querida, lo sabe todo el mundo, menos tú.
El aire entre ellas se tensó como un cable de acero, pero Emily, con la mirada fija y decidida, le respondió:
-No me importa lo que piensen los demás. No me importa lo que hagas, ni lo que tú o Nathan hagan. Lo único que me importa ahora es que esto se termine, y lo haré a mi manera.
Sophia, al ver la determinación en los ojos de Emily, frunció el ceño, pero no dijo nada más. Parecía haber tocado una fibra sensible, una parte de Emily que había sido ignorada durante demasiado tiempo.
-Si crees que vas a ganarme tan fácilmente, estás muy equivocada, -dijo Emily, su voz temblando de furia, pero firme-. Esta guerra no está ganada aún.
Emily levantó la mano, furiosa.
En ese momento, la sonrisa de Sophia desapareció, dejando paso a una expresión angustiada. Agarró la mano de Emily y cayó al suelo.
- ¡Emily! Todo es culpa mía. Golpéame si quieres, pero no lastimes a mi bebé...
¡Bang!
La puerta del dormitorio se abrió de golpe.
Nathan estaba en la entrada, con la mirada fija en ella, como si quisiera quemarla.
La mano de Emily quedó suspendida en el aire, una risa amarga escapó de sus labios.
Así que eso era todo.
Había sido increíblemente ingenua, cayendo en trucos tan infantiles.
Sophia se abrazó el vientre, llorando.
-Me duele... Ayúdame, Nathan... salva a nuestro bebé...
Los pasos de Carol se acercaron, los gritos de alarma de la criada, los sollozos de Sophia... Todos los sonidos se mezclaron en un caos.
Emily se quedó allí, como una intrusa.
Carol levantó la mano y le dio dos bofetadas, antes de tomar algo cercano y lanzarlo hacia ella.
- ¡Maldita! ¡Te atreves a dañar al heredero de los Reed!
Un dolor punzante atravesó la frente de Emily, y un hilo de sangre empezó a deslizarse desde su sien, empañando su visión con un rojo intenso.
Permaneció quieta, mirando a Nathan, quien sostenía a Sophia en sus brazos, diciendo con pesar:
-Si te dijera que no la empujé, ¿me creerías?
La respuesta de Nathan fue: - ¿Eres digna de mi confianza?