Capítulo 7 Tú me perteneces
Cuando Emily llegó a la farmacia y revisó la receta junto con el recibo de pago, entendió de inmediato por qué Sophia no había recogido los medicamentos. También comprendió la razón detrás de la transferencia del Sr. Satán.
Solo los medicamentos postoperatorios para evitar el rechazo costaban más de cien mil, y eso apenas cubría una semana de tratamiento.
- ¿Señorita? -la llamó el empleado del mostrador al verla titubear-. ¿Está segura de que quiere comprar este medicamento?
Emily asintió con firmeza y entregó su tarjeta.
-Sí, estoy segura.
Pasó el resto de la tarde acompañando a su padre en la habitación del hospital. El tiempo voló, y cuando finalmente dejó el lugar, el reloj marcaba poco más de las ocho. Tomó el metro de regreso al hotel, con la mente inquieta por todo lo que había sucedido ese día.
En el vestíbulo del hotel, el reloj marcaba las ocho cincuenta. Apenas le quedaban diez minutos para cumplir con la cita que había acordado con el Sr. Satán.
Si la última vez había sido un accidente, una noche de borrachera en la que, sin querer, tropezó en la habitación equivocada y terminó con él, esta vez era distinto. Esta vez era completamente consciente. Iba sobria. Y, aun así, caminó hacia la puerta de la habitación 2307.
Su mano tembló ligeramente mientras alcanzaba el picaporte. Antes de que pudiera decidir si retroceder o continuar, una voz grave y cargada de seguridad se escuchó desde el interior.
- ¿Estás aquí? Entra, la puerta está abierta.
La voz del Sr. Satán resonó desde la penumbra, profunda y segura, como si hubiera sentido su presencia antes de que ella siquiera entrara.
Emily respiró hondo, obligándose a calmar los nervios, y giró el pomo para abrir la puerta. Al cruzar el umbral, la oscuridad de la habitación la envolvió.
La única fuente de luz provenía de la ventana abierta, la cual permitía que el tenue resplandor de la ciudad delineara la figura de un hombre alto.
¿Era él?
Cada paso que daba hacia el interior parecía más pesado, cargado de una incertidumbre que le apretaba el pecho. No sabía nada sobre aquel hombre, ni siquiera cómo lucía su rostro, pero ya habían compartido el vínculo más íntimo que podía existir entre un hombre y una mujer. Irónicamente, por esa única noche, había recibido seis millones.
Una amarga risa silenciosa se escapó de sus labios. Había puesto precio a su dignidad, y el resultado era tan absurdo como humillante.
Su mano rozó el interruptor de luz en la pared, pero titubeó. ¿Encender la luz sería una invasión de sus costumbres?
-Hola, yo... -comenzó a decir, pero su voz se apagó al ver cómo él alzaba una mano para silenciarla.
El hombre tomó un sorbo del vino tinto que sostenía, su tono desenfadado y magnético llenando el espacio.
- ¿Quieres beber algo? Es un Lafite, traído hoy mismo desde Francia. No está mal.
Emily negó cortésmente con la cabeza.
-No, gracias. No bebo.
Él dejó escapar una leve risa que vibró en el aire.
- ¿No bebes? -repitió con una pizca de burla-. Entonces, ¿cómo fue que anoche estabas perdida en una neblina, conmigo?
El calor subió al rostro de Emily en un torrente que la hizo sonrojarse hasta las orejas. Había bebido la noche anterior, sí, pero los recuerdos de lo que ocurrió después, aunque desordenados y confusos, aún le provocaban un rubor incontrolable y el acelerado latido de su corazón.
-Lo siento, no fue intencional. Si te ofendí, de verdad lo lamento y estoy dispuesta a compensarlo -dijo Emily con una voz suave pero cargada de tensión.
-Está bien entonces, Emily, ¿cómo te gustaría compensarme? -respondió él, dejando caer su nombre como una daga en la conversación.
Emily parpadeó, aturdida.
- ¿Sabes mi nombre? -preguntó antes de poder detenerse, y al instante lamentó su imprudencia. Por la seguridad y poder que irradiaba, estaba claro que el Sr. Satán podía descubrir cualquier cosa sobre ella con un chasquido de dedos. Había sido una pregunta inútil.
Él no se molestó en responder directamente, pero sus palabras siguientes enviaron un escalofrío por su columna.
-Te conozco mejor de lo que piensas.
La presión en el ambiente era casi tangible. Aunque sus palabras no eran ásperas, había algo en su tono que la hacía temblar. Emily entrelazó sus manos con fuerza, sus nudillos pálidos bajo la tensión.
-Señor Satán -dijo finalmente, su voz temblando apenas-, sin importar lo que pase, quiero darte las gracias. Si no fuera por el dinero que me diste, mi padre... -hizo una pausa, tragándose la emoción que la inundaba-, quizá no hubiera sobrevivido hoy.
Él soltó un leve sonido, una mezcla de reconocimiento e indiferencia.
-Ah.
Emily tomó un respiro profundo y se atrevió a preguntar lo que la había atormentado desde el principio.
-Simplemente no entiendo por qué yo. Con tu estatus, podrías tener a cualquier chica joven y hermosa a tu alrededor. Yo... -Se mordió el labio, deteniéndose antes de continuar-. Yo solo soy una mujer despreciada por su esposo y... -hizo una pausa, tragando el nudo en su garganta-, una mujer incapaz de tener hijos.
Sus palabras flotaron en el aire, impregnadas de autodesprecio. No podía comprender por qué este hombre poderoso y enigmático estaba dispuesto a gastar tanto dinero en alguien como ella.
El Sr. Satán la miró fijamente, su voz bajó un tono, ahora cargada de seriedad.
-Emily -dijo con calma pero firme -, lo que hago, y a quién elijo, es mi libertad. No estoy obligado a darte explicaciones ni a rendirte cuentas. Y tú... -hizo una pausa, como si quisiera asegurarse de que sus palabras penetraran-, no necesitas verte a ti misma como insignificante.
El peso de su mirada y el tono de su voz parecían tocar algo profundo en ella. Por un momento,
Emily sintió que las barreras que había construido para protegerse se tambaleaban.
Emily se mordió el labio, sorprendida, y asintió ligeramente.
-Lo siento, entiendo ahora.
- ¿De verdad no vas a tomar nada? -insistió él con una sonrisa ligera.
Ella negó con la cabeza.
-No, gracias.
El Sr. Satán dejó escapar una risa baja, casi burlona. En la penumbra, comenzó a acercarse lentamente, sus pasos resonando suavemente en la habitación. Emily sintió que su respiración se detenía cuando lo vio de cerca: el vapor aún flotaba a su alrededor, con el pecho desnudo y solo una toalla rodeándole la cintura. Estaba claro que acababa de salir de la ducha.
Se inclinó hacia ella, su voz suave pero cargada de intención.
- ¿Empezamos entonces?
Emily retrocedió instintivamente, esquivando el beso que él intentó plantar en su frente.
-Señor Satán, yo... todavía no estoy divorciada. Yo...
- ¿Eso importa? -preguntó con desdén.
- ¿Podrías esperar hasta que termine el proceso? -pidió, cerrando los ojos para evitar su mirada intensa. Su voz temblaba mientras añadía-: ¿Por favor?
Un par de manos firmes y cálidas la sujetaron por los hombros. Su voz, baja y grave, resonó justo sobre su cabeza.
-Tu esposo te engañó con tu prima. Los dos te echaron de la casa sin miramientos. ¿Aún tienes lealtad hacia él?
Emily vaciló, incapaz de encontrar una respuesta.
La fuerza de Satán era imponente. Mientras ella titubeaba, él la rodeó con sus brazos, inclinando su rostro hacia el suyo. Su mano, cálida y decidida, levantó su barbilla, obligándola a mirarlo. Antes de que pudiera procesarlo, sus labios rozaron los de ella, ligeros, pero con una firme intención.
Un tenue aroma a alcohol se mezclaba con el aire, y Emily sintió su mente nublarse por un instante. Los brazos de Satán eran fuertes. Su beso, aunque suave, llevaba una nota de posesión que la hacía temblar. La estrechó contra su pecho, sus labios explorándola con una delicadeza que contrastaba con su carácter dominante.
-Emily, aceptaste mis condiciones -murmuró contra sus labios, su voz ronca pero segura.
Ella emitió un débil murmullo, sin saber si estaba cediendo o luchando.
-Desde el momento en que dijiste que sí -continuó él, su tono cargado de certeza-, nuestro acuerdo entró en efecto. Ahora... eres mía.