Capítulo 8 De frente a la traición
Isabella entró en la habitación, tomo la pijama y se dirigió al baño, después de unos minutos en la ducha salió encontrándose con Francesco parado al lado del arreglo floral y sosteniendo la tarjeta entre sus manos.
Isabella, en tono arrogante, rompió el silencio que inundaba la habitación. —Puedo ver que te gusto el contenido de la tarjeta, ¿no me digas que piensas robar la dedicatoria para enviársela a Elena?, considero que deberías ser más original.
Francesco se acercó a Isabella y sin mediar palabras la abofeteo de tal manera que esta se desplomó sobre el piso. —Quería ver si eras capaz de vociferar frente a mi familia una vez más que Salvatore te pretende, acaso piensas que me convertiré en el hazmerreír de todos. Ahora eres mi esposa y me debes respeto, ya no puedes andar haciendo lo que se te pega la gana, así que comienza a comportarte como la señora de Rossi.
En ese momento Vicenzo todo a la puerta y al escuchar la orden de pasar entro. —Señor en el jardín principal está la señorita Elena, un taxi la trajo y dice que usted le pidió que viniera.
Ante tal noticia, Isabella, quien ya se había puesto de pie, sonrió amargamente, mientras sus ojos contenían el llanto.
—Gracias Vicenzo dígale a la señorita que espere tomo mi abrigo y bajo.
—Francesco, veo que la orden que di de no traer a esa mujer a esta casa fue ignorada, no exijas respeto si no eres capaz de darlo y que te quede muy claro que la próxima vez que te atrevas a golpearme juro que te mato y para tu información no suelo jurar en vano.
Francesco observó por unos segundo a Isabella que seguía frente a él tan erguida, llena de soberbia y poder, estaba seguro de que ella no hablaba por hablar y que después de esa noche todo iría de mal en peor, sobre todo con su abuelo, ya que el golpe sobre el rostro de Isabella no era fácil de disimular.
Mientras tanto en el jardín Elena esperaba ansiosa, por su parte el abuelo y Leonardo observaban desde la ventana el descaro de la mujer. —Pensé que estaban descansando.
—Francesco, qué demonios estás haciendo, no fue suficiente lo que paso porque le impones de esta forma a Isabella la presencia de esta mujer.
—Abuelo Elena es una amiga ahora, no soy un niño puedo tomar mis propias decisiones y tener las amigas que se me pegue la gana, estoy cansado de todo esto adema si no te fueras empeñado en este matrimonio absurdo nada de esto estuviera ocurriendo.
—Francesco mide tus palabras, soy tu abuelo, hice lo mejor para ti y para la familia es una lástima que te empeñes dejar una dama por una cualquiera.
—Crees que Isabella es una dama, que no escuchaste lo que le escribió Salvatore y dudo mucho en que resista la tentación de caer entre sus brazos.
—Qué mierda dices Francesco, todos escuchamos lo que decía la tarjeta, se vieron por casualidad, además si ella se enreda con él o con cualquier otro, el culpable eres tú. Qué moral tienes para reclamar, dime, tú que te vas a pasar la noche con una mujer que solo trae problemas, pero tú lo dijiste primo, eres un hombre y tú tendrás que vivir con las consecuencias de tus decisiones, vamos abuelo, tenemos que descansar mañana nos iremos temprano a casa.
Leonardo y el abuelo subieron las escaleras mientras Francesco observaba como le daban la espalda, ya no había más que decir, era hora de reunirse con su amada Elena y no iba a cambiar esa noche por nada del mundo.
—Francesco, pensé que no saldrías, gracias por el apartamento, está hermoso, Dimitri me dijo que lo habías comprado para mí. —Dijo Elena mientras rodeaba con sus brazos a Francesco y le daba un apasionado beso.
Isabella se había posado frente a una de las ventanas y desde allí veía la romántica escena y la traición de cerca sentía que su corazón era atravesado por un puñado de alfileres, sus lágrimas surcaban su fino rostro.
En ese instante, Francesco, en medio de aquel beso, abrió los ojos y poso su mirada sobre la ventana, viendo a Isabella presenciar tan traicionero momento. Francesco se alejó de Elena y la subió al auto para luego hacer lo mismo y marcharse al que sería su nuevo nido de amor.
Las ansias eran palpables en el ambiente, hasta el punto que apenas la puerta del departamento se cerró detrás de ello la desesperación y la lujuria se apoderaron de sus cuerpos.
Entre besos y caricias desenfrenadas la ropa comenzó a ser un estorbo, las habidas manos de Elena buscaron con desesperación deshacerse de la molesta camisa de Francesco que le impedía sentir el calor de su piel ante su suave tacto.
Mientras que el hombre, en un acto más hambriento y salvaje, no tardó en hacer pedazos la molesta blusa que mantenía ocultos los atributos femeninos que tanto sabía llevarlo a la gloria.
— Era nueva — argumento la mujer, sonriendo con los labios aun saboreando los ajenos.
— Te compraré la tienda entera si así lo deseas — respondió Francesco, comenzando un nuevo asalto de besos ardientes, su lengua exploraba la cavidad ajena, deseando saborear cada centímetro de esa boca llena de pecado.
Dieron tropezones hasta llegar al sofá, dónde Francesco se dejó caer acorralando la figura femenina entre su propio cuerpo y la firme superficie; Elena separó las piernas para hacerle un lugar entre ellas, frotando su intimidad descaradamente contra la ya excitada masculinidad del muchacho.
Ningún rincón de su piel podía quedar sin explorar, deseaba dejar caricia sobre cada centímetro del cuerpo ajeno mientras se fundían en un solo ser.
— Apuesta que soy mucho más ardiente que tu mujercita — hablo, presa de los celos y la rabia de saber que el hombre sobre ella no le pertenecía realmente; deseosa de escuchar de sus propios labios, asegurar que ella era mucho mejor que la estúpida de Isabella.
— Cállate… No la menciones, ella no tiene cabida entre tú y yo — expreso conteniendo un gruñido mientras en un rápido movimiento, tomando a Elena de las caderas; la volteo para apreciar su espalda y lo que iba más allá de ella.
El pecho de Elena quedó fuertemente apretado contra el posa brazos de sofá, pero muy poco le importa cuando sintió las habidas manos de Francesco perderse debajo de su espalda y de hacerse de su ropa interior con maestría.
Dejo escapar un jadeo mientas la tela era arrebatada de sobre su piel… Así era Francesco, intenso, salvaje… Primitivo… Y era lo que más le encantaba de él, como la poseía sin miramientos.
De un solo movimiento se hundió en ella, dejando que sus húmedas paredes abrazaran su masculina con apremio…
Una de las fuertes manos del hombre se posó sobre la cadera femenina, mientras que la otra se deslizaba hasta su hombro, comenzando a embestirla con desesperación…
El sonido de la carne contra carne inundo la habitación, siendo rápidamente acompañado por gemidos desvergonzados por parte de ella y gruñidos por parte de él.
Con cada movimiento el placer aumentaba, mientras Francesco se dejaba dominar por sus instintos, tomando con furia lo que le pertenecía.
Mientras en casa Isabela secaba su amargo llanto y se preparaba para una nueva batalla porque a pesar del sufrimiento y el desprecio, ella había nacido para triunfar y eso era algo que nadie podía arrebatarle.