Capítulo 7 El corazón de una dama
Rhainys
La sensación de incomodidad helada que había arropado su cuerpo como una prisión se había hecho más intensa con el resonar de sus respiraciones en la silenciosa recámara. Erendel no la miraba, no se movía y no decía una sola palabra, estaba allí casi como otro de sus regalos decorativos que no hacían nada para animarla. Intentó acomodarse en la cama con cuidado para evitar sentir dolor y sin saber qué hacer, solo se mantuvo esperando a que la intrusión a su privacidad terminara.
Sus rostros habían estado tan cerca, dos veces esa misma tarde. La primera ocasión había sido agradable, llena de esa atracción que no podía dejar de experimentar cuando estaba cerca del rey, pero la segunda había sido todo lo contrario. La cercanía de su esposo solo le había producido incomodidad y miedo, sobre todo porque sus ojos habían estado llenos de ira. La forma en la que la había sujetado, por un segundo, le había recordado a su padre.
Lentamente, el miedo fue decayendo en las sensaciones que comenzaron a azotarla con crueldad y no pudo evitar recordar todas las escenas parecidas que había vivido en el castillo de su padre antes de vivir en Voramir. Todas las lágrimas que había derramado, las decepciones que se había llevado al comprender que su padre ya no la querría del mismo modo y todo el dolor que había soportado en completo silencio. Se negaba a vivir de la misma forma.
Lágrimas reales se dibujaron en sus mejillas como una sorpresiva alarma que la desafiaban a mostrar sus pensamientos y sentimientos.
-No deseo vivir así -musitó ella sin mirarlo -ya no puedo hacerlo. Estoy cansada de la rutina sin sentido, de que las decisiones se me escapen y de que todo el mundo a mi alrededor me odie. No puedo más.
Un sollozo fue escuchado con fuerza en la habitación y no le importó que él la estuviera viendo.
-Has vivido con lujos en este palacio -le dijo él con simpleza -no has pasado hambre, has estado cómoda y aunque la aceptación del pueblo no sea algo que te entreguen, hasta el ataque de la doncella nunca estuviste en peligro.
-Todas esas cosas son importantes, tienes razón majestad -asintió ella sollozando con más fuerza -pero algo todavía más imprescindible para mí, es la sensación de saber que cumplo un propósito. Quiero saber que la vida no se me escapa en actividades sin significado, necesito un objetivo que me haga feliz, metas para luchar.
-Eso también te lo he dado -aseguró él con enojo -las lecciones de magia son tu meta.
-Una que no escogí yo, majestad -insistió ella con desesperación -y que considero un desperdicio de tiempo, ya lo sabe. No existe nada en mi vida que considere significativo, eso está acabando conmigo. Me siento cansada, aunque no me levante de la cama, el apetito no llega a mi cuerpo muchas veces y siento a mi mente entumecerse.
Un suspiro profundo fue la respuesta que él le compartió y sus miradas se unieron de nuevo. Ella, sin dejar de llorar.
-No hay nada que pueda cambiar… -intentó él con fuerza, pero ella lo interrumpió.
-No puedes darme excusas, eres el rey -afirmó ella con fuerza -tus palabras son leyes para el pueblo que te acompaña y mantenerme de este modo es lo que me has sentenciado a hacer todos estos años. Llegué a este reino sabiendo que el rechazo sería un aspecto constante de mi vida, pero no imaginé que mi esposo me trataría del mismo modo. Por cuatro años las personas del palacio me han desdeñado, maltratado, calumniado e irrespetado sin que hicieras algo para detenerlos, porque no te importaba lo que me sucediera.
-Te ofrecí cobijo y comodidades -comentó él luciendo ofendido -no creí que necesitaras atenciones más grandes o dulces palabras para sobrevivir.
-No lo necesito -afirmó ella con intensidad -pero rechazo tus malos tratos tantos como los de tu pueblo.
-¿Malos tratos? -preguntó él como si lo hubiera insultado -será mejor que midas bien tus palabras antes de continuar hablando, Rhainys.
Ella apretó la mandíbula con ira mientras las lágrimas continuaban derramándose. Eso solo la molestaba más, no deseaba dejar en evidencia su debilidad, pero había llegado a un punto de quiebre.
-Los mayores insultos me los has dado tú, majestad -afirmó ella con simpleza y una mueca -no hay nada que puedas decir para negarlo. Me recibiste en tu palacio, sí, pero me entregaste a tus vasallos sin una sola instrucción que no fuera la de las lecciones de magia. Ni siquiera te molestaste en darme a una doncella apropiada y eso le dijo a tu pueblo que no deseabas que me adaptara, que aprendiera tus costumbres o modelara mi comportamiento a tu corte.
-No fue de…
-Además, te negaste a llamarme tu reina -interrumpió ella una vez más -y ese fue el insulto mayor. Me negaste y rechazaste frente a todo aquel en las tierras de Voramir, demostrándoles que no soy nada a tus ojos, solo una simple joven sin valor. Pueden burlarse de mí, hablar de mí, hacer mi vida imposible, sin que haya una sola repercusión, porque yo no soy tu reina. Solo soy la princesa extrajera merecedora de nada.
Sus sollozos se hicieron más calmados, pero las lágrimas no cesaron. El silencio se volvió como una manta que no podía calentarla.
-Déjame ir -rogó ella por primera vez en su vida -ya no puedo seguir viviendo del mismo modo. Estoy agotada, no puedo…
Las palabras se perdieron en el silencio mientras sus lágrimas continuaban cayendo, parecían interminables. Por un segundo creyó que estaba llorando todo lo que no había podido llorar tras la muerte de su madre y no había deseado liberar. No había querido olvidar a su madre en ese momento, pero aquella ocasión era completamente distinta.
Otro intenso suspiro de los labios del rey, hicieron que volteara a verlo. Sus miradas no volvieron a cruzarse, sin embargo, porque lo único que pudo observar del hombre que llamaba esposo fue su espalda al dejar por fin su recámara.
Sin que sus lágrimas se hubieran detenido del todo.
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Erendel
Se había alejado de la recámara de su esposa con un dolor intenso en el pecho. Jamás había visto a Rhainys mostrarse tan vulnerable ante él, de hecho, ella siempre intentaba mantener una máscara de rudeza al mundo y sobre todo cuando estaba en su presencia. La había admirado en cada una de las ocasiones en las que la había visto hacerlo, incluso aunque eso le provocara problemas o dolores de cabeza. Su fuerza era demostrada en cada ocasión.
La tarde anterior, sin embargo, ella había dejado caer sus defensas como si fueran una carga demasiado pesada para alzarla por más tiempo y su llanto había sido tan claro como las lágrimas cristalinas que no dejaron de desbordarse mientras le enumeraba las ofensas que había cometido contra ella, la mujer a la que debía respetar como su esposa.
Había intentado defenderse de las acusaciones, pero era imposible porque Rhainys tenía razón. Él jamás se había ocupado de entregarle una doncella propia de Voramir que pudiera educarla en las costumbres de su pueblo y jamás la había llamado su reina. Y aunque lo había hecho para rechazar una unión indeseada, ahora se daba cuenta de que no solo la había ofendido profundamente si no que le había dado el derecho a su pueblo de mancillarla y atacarla, porque ella no sería lo suficientemente importante para él como para defender su honor.
Se había marchado sin decir una sola palabra y con la garganta seca. Se había sentido tentado a disculparse con Rhainys, pero esa sensación lo había asustado con fuerza.
Era por esa razón que aquel día cruzaba los pasillos en dirección a las habitaciones de estudio donde su esposa iba regularmente a estudiar con Elvina. Necesitaba hablar con la hechicera, ella era la única que le había dado consejos cuando se trataba de la princesa y justo ahora, era lo que necesitaba.
-Majestad, es bueno verlo por aquí -comentó Elvina como un saludo al verlo.
La observó levantarse con cuidado y dedicarle una profunda reverencia como saludo a su rey, algo que no solía ver en el interior de su corte.
-He venido con un propósito -admitió él.
-¿Qué puedo hacer para ayudarlo? -inquirió Elvina con una media sonrisa -solo tiene que pedirlo y estaré feliz de usar las herramientas en mis manos para su favor.
Se acercó a la hechicera y se sentó sobre una de las mesas cercanas como hacía siempre cuando era un pequeño príncipe.
Los siguientes minutos le relató a Elvina las acusaciones que su esposa le había hecho la tarde anterior con los sentimientos a flor de piel. Habló con libertad de las lágrimas, las sensaciones, la desesperación tan evidente de la princesa y el fracaso que había sentido como consorte al reconocer que ella no exageraba o mentía. Era un pésimo esposo quien había aprovechado una situación poco favorable y la había usado para castigar a una persona inocente.
-Rhainys no es feliz en el palacio, me temo que se está derrumbando -musitó él con incomodidad -y eso solo logrará que nuestros planes se vean impedidos. La princesa rechaza su vida con la gente de Voramir y se niega a seguir viniendo a las prácticas mágicas. Ella no comprende ni reconoce su propio poder, Elvina.
-¿Y la culpa, majestad? -inquirió la mujer -ha vivido cuatro años con el evidente desdeño de un pueblo entero, se lo dije en nuestra anterior discusión. Para que la princesa pueda reconocer y usar su poder mágico es necesario que tenga algo que proteger. Voramir no se ha ganado su amor.
-Mi pueblo la rechaza debido a mi comportamiento -se lamentó él con sinceridad -no quería verla en los pasillos del palacio, pero jamás quise que mis decisiones le dieran la libertad a nadie de lastimarla. Sigue siendo mi esposa y la protegeré con todo mi poder.
La hechicera sonrió con fuerza al escuchar sus palabras llenas de emoción.
-Es excelente escucharlo, majestad -respondió Elvina con la misma sonrisa -que sus prioridades hayan cambiado son un avance más que bienvenido.
No podía creer que hubiera usado aquellas palabras frente a la única mujer en el reino con la que no estaba seguro de su lealtad. Esperaba no estarse equivocando.
El silencio se hizo en la estancia y sus pensamientos lo acosaron.
-Yo… sé cómo afrontar el liderazgo de un pueblo, sin problemas -afirmó él a media voz -o batallar en la guerra y salir victorioso, pero no sé cómo enfrentar la situación de mi esposa. No deseo que Rhainys siga siendo infeliz, sin embargo, no puedo dejar que se vaya y sea libre. Su magia es demasiado poderosa para hacerlo.
Elvina sonrió una vez más y se acercó a él con cierto misterio.
-Una vez antes, le dije cuál era la forma más sencilla de controlar a la princesa, majestad -afirmó la hechicera -el corazón de una dama es un arma de doble filo y una debilidad tan sencilla de apreciar. Debe hacer que se enamore de usted y eso solucionará sus problemas. Una mujer enamorada está llena de felicidad, ánimos y buena disposición. En el caso de nuestra princesa, probablemente la ayudará con su desarrollo mágico. Solo beneficios serán obtenidos.
Él suspiró y recordó la ira, el dolor y las lágrimas de Rhainys en su recámara. Se escuchaba tan sencillo hablar sobre amor, pero su esposa lo detestaba.
-No dejas de insistir con esta idea, hechicera -acusó él con irritación -pero nunca me has dado una sola idea de cómo se supone que enamoraré a la princesa. Ella no me amará solo por ser el rey, soy el origen de sus desdichas.
-Las buenas acciones, dulces sonrisas e interesantes conversaciones son un excelente inicio, majestad -ofreció Elvina con una misteriosa sonrisa -pero si eso resulta demasiado complicado para el rey, entonces hay una forma mucho más práctica para lograr que la princesa lo ame.
-¿Cuál? -inquirió él con evidente incredulidad.
-Usted debe enamorarse primero -afirmó la hechicera haciendo que se congelara.
La mujer sonrió y una suave carcajada se escuchó de los labios femeninos.
-No debe asustarse, majestad -continuó Elvina con algo de burla en su tono -no es necesario que sea real, pero sí es necesario que la princesa lo crea. Si usted miente o no sobre sus sentimientos, importa poco, porque el resultado será que podrá poseer el corazón de la princesa en sus manos.
Y aunque el plan era bastante sencillo, le dejaba un mal sabor de boca. No podía dejar de pensar que se estaba equivocando.