Capítulo 7 Me abandonaste
ME ABANDONASTE
Advertencia: contenido sensible. Se recomienda discreción.
El acto fúnebre se llevó a cabo a las diez de la mañana del domingo. A él acudieron varios de sus compañeros de clases incluyendo su mejor amiga Zareska, quien estaba destrozada. Al finalizar el sepelio, Indira le propuso a su hija irse unos días a Valladolid. Fueron a casa a empacar y se fueron esa misma noche, para llegar en la mañana.
Mientras tanto en Madrid
Había pasado una semana y Mirta vino a la consulta del viernes. Se anunció con la licenciada Cabrera y ésta le informó que la doctora Helena Cabral estaba fuera de la ciudad por unos días, y que cuando volviera se le agendará una nueva cita.
Mirta salió de ahí cabizbaja. Al llegar a su apartamento presa de la frustración, comenzó a romper y patear cosas. Emergió de ella una ira descomunal, recordó cuando se sintió así por primera vez.
Flash Back
Mirta venía del colegio. Tenía doce años, cumpliría trece al siguiente día. Al llegar a casa vio a Vicente, el novio de turno de su mamá; el cual estaba echado en el sofá con una cerveza en una mano y un cigarro en la otra. Trató de pasar desapercibida ante éste, pero cuando iba a cruzar la escalera la llamó.
—Mirta cariño, ven aquí.
Mirta se congeló. Él volvió a llamarla.
—¿Qué eres estúpida? —alzó la voz— ¡Que vengas te dije!
Mirta se acercó a él, asustada y lo menos vacilante posible. El hombre se bajó la cremallera del pantalón y le hizo una seña.
—Cariño te necesito ahora, ya sabes que hacer. Recuerda que si te niegas o le dices a alguien, las mataré a las dos.
Mirta se arrodilló frente al hombre y comenzó a hacerle sexo oral. Ya llevaba tiempo obligándola y cada vez era más fácil hacerlo llegar. El hombre tuvo su liberación y la dejó tranquila.
—Buena chica —dijo el hombre aún jadeado— mañana es tu debut y te haré mía, así que prepárate —sentenció— Ahora ¡largo!
El hombre acomodó sus pantalones y le dio un sorbo a su cerveza. Mirta subió corriendo a su habitación y se encerró. Corrió al baño y se metió a la ducha mientras lloraba.
Se cepilló los dientes cuatro veces, buscando quitarse ese horrible sabor. Sentía que no podía más... De pronto una fuerza emergió de ella, se sentía enfurecida y poderosa. Se miró al espejo y no se reconoció.
“Lo haré pagar Mirta, no dejaré que nos lastime de nuevo”
“¿Quién eres?”
“Me llamo Irina y a partir de hoy yo te protegeré. Confía en mí, nadie volverá a lastimarte”
“Tengo miedo Irina, soy débil, soy tonta, no merezco amor”
“Eso no es cierto, eres una buena chica. Yo te quiero y te cuidaré. Cuando me necesites, allí estaré. Nunca más estarás sola. Deja que me haga cargo”.
Mirta apretó los ojos con fuerza y asintió con la cabeza mientras respiraba entrecortadamente. Luego abrió los ojos y sonrió con malicia.
Mirta se paró en la madrugada y ahí lo vio, drogado en el sofá como siempre. Se acercó a él y sin mediar palabra lo apuñaló varias veces, ni los alaridos del hombre la hicieron detenerse.
—¿Qué demonios has hecho? —gritó su madre al ver la escena— Debí haberte abortado, mira nada más en que problema me vas a meter.
Mirta se abalanzó sobre ella y la apuñaló también. Cuando cayó en cuenta, soltó el cuchillo y se hizo un ovillo. Así amaneció, cubierta de sangre al lado de los cuerpos y sin recordar nada de lo ocurrido.
El detective Spencer la llevó a la estación de policía. La examinaron y encontraron escoriaciones y fracturas de vieja data. Ya una vecina había alertado sobre los abusos que recibía la chica y su rendimiento escolar bajó drásticamente hacía seis meses, lo que coincidía con la denuncia.
Al ser interrogada, notaron que no recordaba nada del hecho. Fue juzgada y declarada culpable por homicidio imprudencial. En un nuevo juicio fue declarada inocente, pero fue sentenciada a permanecer en una clínica de salud mental hasta que cumplió la mayoría de edad, cuando decidieron darle libertad plena bajo la condición de que asistiera a consultas psicológicas y tuviera un tratamiento farmacológico. Fue así cómo fue referida al programa piloto que inició el Hospital Clínico Leonardi.
Fin del Flash Back
“Helena me abandonó. Me siento tan triste. La amo. ¿Estás segura que funcionará?”
“Confía en mí, yo me encargaré del problema para que puedan estar juntas. Déjame a mí, yo haré que ella vuelva a ti. ¿Cuándo te he fallado?”
“Nunca. Eres la única en quién puedo confiar”.
“Entonces deja todo en mis manos. Yo me encargo de librarte de los obstáculos y tú la conquistarás”
Indira había oído parte de lo que hablaba Mirta y se alarmó, al notar que estaba sola.
—Mirta, ¿Qué estás haciendo aquí? —le dijo disimulando sus nervios.
—Justo a ti quería verte —le dijo acercándose peligrosamente, logrando arrinconarla a una pared— Así que tú eres quien impide que Helena sea feliz con Mirta... Pero yo me encargaré de ti.
Mirta sacó una navaja y se la colocó en el cuello. Indira hábilmente metió su mano en el mono quirúrgico y apretó el botón de pánico. Era un dispositivo que todos los empleados de la clínica poseían, el cual estaba conectado al CCTV para que pudiesen atender cualquier situación inmediatamente. Tenía que hacer tiempo para evitar que Mirta la matara, pero debía tener cuidado de no provocarla.
—Tranquila cariño, yo no me voy a oponer. Quiero que mi hija sea feliz. Y si ella y Mirta quieren estar juntas. ¿Quién soy yo para decir lo contrario? Todo va a estar bien.
Mirta mostró una mueca de alivio y sonrió levemente. En eso llegaron tres oficiales de seguridad y la sometieron. Indira les pidió que la sacaran de las instalaciones, pero no quiso levantar cargos. Subió a su vehículo, tomó un poco de agua y llamó.
—Mi señora.
—Necesito que pongas los guardaespaldas nuevamente para mí y mi hija. Tengo un problema grave. Espérame en la casa más tarde y te explico.
—Ok mi señora.
Helena salió de la clínica camino a su apartamento. Se sorprendió de muerte al entrar.
—¡Mirta! ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste?
—Hola Helena, disculpa que haya venido. No he sabido nada de ti y me estoy volviendo loca.
—Escucha cariño, no la he pasado nada bien. Mi hermana Kathy se suicidó la semana pasada y eso me afectó mucho. Me tomé unos días, disculpa que no te dije.
—Oh Helena lo lamento mucho —poniendo una mano en su hombro en señal de apoyo— no lo sabía... Yo pensé que... —bajando la mirada— me habías abandonado. En la clínica me dieron tu dirección y decidí venir. No has respondido mis mensajes. Cariño ¿No te gusta Berlín? —acarició su mejilla y habló efusivamente— Podemos pensar en otra ciudad, la que tú quieras. Yo sólo deseo tenerte a mi lado.
Helena suspiró nerviosamente. Tenía que pensar en algo para librarse de ella mientras veía que hacer.
—Cariño en este momento iba de salida, tengo que... volver a la clínica por unos documentos que olvidé. ¿Qué tal si te llevo a tu casa? Te llamaré más tarde y hablamos de eso. ¿De acuerdo?
—Ok hermosa. No te quito más tiempo. Esperaré tu llamada.
POV MIRTA
Haber salido de esa casa fue lo mejor. Nunca entendí porque mi madre nunca me quiso, ni me protegió. Incluso cuando murió Vicente, mostró más preocupación por ella misma que por mí.
No fue fácil pasar cinco años de mi vida en un hospital psiquiátrico, pero sin duda cualquier cosa era mejor que lo que viví al lado de mi madre. Nunca fui merecedora de su amor, así que me rendí y dejé de intentar. Afortunadamente, allí pude continuar la escuela. Y el haber hecho ese curso de programación me ayudó mucho a defenderme cuando salí. Tuve que mudarme de Galicia, porque allí la gente me despreciaba. Me tocó iniciar una nueva vida, total, no tenía nada que me atara a ese lugar.
Al principio no estaba muy contenta con la decisión del juez de ir a terapia, porque me sentía bien. Pero haberla conocido cambió mi vida. Por primera vez alguien que sabía mi historia me veía con compasión y no como un ser cruel y despiadado. Salí con el diagnóstico de Trastorno Bipolar, ya que Irina no volvió durante esos años.
Seis meses después, me atreví a invitarle un café. Di por hecho que me rechazaría, pero no lo hizo. Esa tarde hablamos de trivialidades y le confesé que me gustaba. Me arriesgué a besarla y ella me correspondió. Me sentí en el cielo.
A los tres días no quise esperar hasta mi próxima consulta, así que la invité nuevamente al mismo café. Sentir sus suaves manos sobre mis ojos fue una experiencia demasiado intensa. Ese día nos conocimos un poquito más y volví a besarla. Pero ésta vez salió huyendo, dejándome confundida.
La tercera vez fue casual. Me provocó comer brownies y me la encontré con su hermana menor en el centro comercial. Me invitaron al cine y la abracé toda la película. Al terminar se ofreció a llevarme, acepté porque no traje mi auto. Les invité a subir a mi departamento y amé a su hermana por ayudarme sin proponérselo.
Adentro le ofrecí un jugo a la pequeña y me llevé a Helena a la cocina para preparar café. Nunca había actuado de esa forma. En un momento me acerqué para besarla y al siguiente la tenía sentada sobre la isla de la cocina, con mi cintura entre sus piernas. No sé de dónde saqué la fuerza para cargarla, pero así fue. De no haber sido por la cafetera, no sé a dónde hubiéramos llegado. Se fue, dejándome con unas ganas de tenerla. Esa noche soñé con ella.
Al día siguiente me tocaba consulta y la invité a mi apartamento a comer sushi. Tenía curiosidad de probarlo y quería hacerlo con ella. Los besos se volvieron intensos, pero nos interrumpió el timbre de su celular. Tal parece que el destino no quiere que suceda. Me dejó jadeando y se marchó.
Días después fui a la clínica a invitarla a comer nuevamente a mi apartamento, sin saber que iba a ser la última vez. Me moría de emoción, porque iba a cocinar para ella. Mi intención era que se quedara, la verdad quería hacer el amor con ella. La amaba demasiado.
Pero insistió en irse, así que me dejé convencer por Irina y ella prometió hacer que se quedara. Bebimos unas copas de sidra y lo último que recuerdo es despertando completamente desnuda abrazada a ella. Asumí que habíamos intimado. Me sentía demasiado feliz, pero ella no.
Ese día me dijo unas palabras dulces y terminó dejándome. Estuve triste y enloquecí cuando supe que estaba fuera de la ciudad. Me sentí abandonada. Había renunciado a mi empleo, quería hacer mi vida con ella en Alemania. Compraría un terreno castigado y construiría una hermosa casa para las dos. Y quién sabe, quizás más adelante adoptar.
Lo último que recuerdo es que estuve en su departamento, no sé cómo hice para entrar. Estaba desesperada y no quería perderla. Esos días sin ella me mataron, pero me dijo que luego hablaríamos de eso. La fe había vuelto a mi corazón.