Capítulo 4 Una salida distinta
UNA SALIDA DISTINTA
Kathy aprovechó de que su hermana salió de la habitación y entornó los ojos, mirando a su madre.
—¿Ahora se les dice internado a los hospitales psiquiátricos?
—Cariño esto lo hago por tu bien. ¿Crees que no sé que estás inhalando esa porquería de nuevo? No es un hospital totalmente, ahí recibirás estudios y tratarán tu adicción y depresión.
—Como sea, ni mil terapias harán que vuelva a ser la misma de antes —dijo con desdén.
Indira tomó las manos de su hija y la miró compasivamente.
—Mi amor ¿Por qué no acudiste a mí primero? Yo te hubiera apoyado. Sé lo que tuviste que pasar hija y lamento no haberme enterado antes.
—No mamá, no lo sabes. Yo nunca podré tener esa alegría que tienes tú conmigo y Helena. Y además Kevin...
—Ese doctor no volverá a lastimar a nadie más y Kevin no volverá, cariño.
—¿Por qué estás tan segura?
Indira suspiró pesadamente. Dudó un momento antes de soltarlo.
—Porque me encargué de ambos.
Kathy sintió como si un pesado ladrillo colisionó con su cabeza. Por la confesión de su madre, todo se puso en cámara lenta. No tuvo que oír más para saber a lo que se refería. Reprimió un sollozo y le habló a su madre.
—¿Cuándo me voy?
—El viernes. Ya reservé los pasajes.
—¿Helena vendrá a despedirme?
—No cariño, le toca estar todo el día en la clínica. Pero te llamará en la noche cuando te hayas instalado. Y apenas nos permitan, vendremos a verte. Todo va a estar bien, mi niña.
Indira tomó a su hija en sus brazos y la acunó como cuando era pequeña. Helena entró con el jugo.
—Aquí tienes hermanita.
—Gracias hermana —sorbiendo un poco— Helena me iré por un tiempo. ¿Crees que podamos hacer algo mañana?
Indira se separó del abrazo para marcharse.
—Tengo que volver a la clínica hijas, las amo. Las veré en la noche.
Helena se incorporó a la silla y miró a su hermana fijamente.
—¿Qué quieres hacer?
—¿Qué tal si pasas por mí al colegio? Almorzamos juntas en ese restaurante donde solíamos ir con papá y mamá. Luego podemos ir a ver una película de terror.
—De acuerdo. Una salida de hermanas como en los viejos tiempos.
Kathy fue dada de alta esa tarde y al otro día Helena fue por ella al colegio. Fueron al Restaurante Lubov Lubov y almorzaron allí mientras conversaban.
—¿Y cómo es ella? ¿Cómo se llama?
—¿Quién? —tratando de evadir la pregunta y desviando la mirada.
—La chica que te gusta, tu paciente.
—Ah, Mirta... Es rubia, delgada y con los ojos azules más lindos que he visto en mi vida. Tiene dieciocho años y acude a mi consulta por un posible Trastorno Bipolar.
—¿Y ya han intimado?
—Por Dios Kathy, claro que no —se exaltó Helena haciendo que los demás comensales la miraran— No aún no. Sólo nos hemos besado y ya, no puedo permitirme cruzar esa línea.
—¿Porque es una chica?
—Porque es mi paciente, ya te lo dije. Además, yo aún no.… ya sabes...
—Resultaste ser más aburrida de lo que pensé hermana —dijo soltando una carcajada— bueno supongo que estás esperando a la indicada.
—Sí supongo, ella no me atrae en ese plano.
Terminaron el almuerzo, Helena pidió la cuenta y se fueron al estacionamiento. En eso se encontraron con alguien.
—Hola Helena, qué agradable coincidencia.
—Hola ¿Cómo has estado?
—Bien, mejorando. Me provocó comer unos brownies, ten —extendiéndole una bolsa a Helena— algo me dijo que comprara una bolsa extra.
—Gracias —aceptó el gesto sonrojándose— te presento a mi hermanita Kathy.
—Mucho gusto —dijo la pelirroja pequeña extendiendo su mano.
—Un placer, soy Mirta —imitando el gesto— Las dejo, qué estén bien.
—Oye, íbamos al cine. ¿Quieres acompañarnos?
Helena se sonrojó mucho más y Mirta igual.
—No quiero importunar.
—No hay problema. ¿Verdad Helena?
La chica miró a Helena esperando su respuesta.
—Sólo si quieres...
—De acuerdo vamos.
Fueron al cine, vieron Resident Evil. Mirta tímidamente extendió el brazo por encima del hombro de Helena y ésta recostó su cabeza en él. Ambas sonrieron. En un punto sus miradas se encontraron y Mirta besó a Helena.
Salieron del cine, ya estaba oscureciendo. Mirta las acompañó a su auto y se disponía a irse.
—¿Te llevo? —preguntó Helena.
—No te preocupes, me iré caminando.
—Oh vamos, mira que Helena no sube a cualquiera a su auto —le dijo Kathy desde la ventanilla de atrás.
El sonrojo volvió a sus caras. Helena le abrió la puerta del copiloto para que subiera. Mirta le indicó a dónde dirigirse. Al llegar, las invitó a pasar. Antes que Helena dijera algo, ya Kathy estaba fuera del auto.
—Qué lindo apartamento —dijo la pequeña pelirroja observando todo a su alrededor.
—Gracias. ¿Les ofrezco algo de tomar? Un jugo, café...
—Yo quiero un vodka —dijo bromeando la chiquilla, ganándose una mala mirada de Helena— es broma, un jugo Santa Helena.
Mirta fue por el jugo y se lo dio a Kathy.
—Voy a preparar café. ¿Me acompañas?
Helena asintió y la siguió a la cocina. Se sentó en un banco en la isla que había allí. Mirta se giró a la cafetera, le agregó el café, el agua y la encendió.
—Cosa de unos minutos —dijo con tono autosuficiente.
—No te preocupes, espero.
La chica se acercó a Helena. Le acarició la mejilla y cortó la distancia que había entre ellas.
—Le doy gracias a Dios por coincidir contigo hoy. En verdad me gustas Helena.
—Mirta yo... —comenzó la pelirroja a titubear, sin poder articular palabra.
—Shhhh... —le dijo a Helena mientras se acercaba y rozó sus labios con los de ella en un beso lento y suave.
La tomó de la cintura cargándola y la sentó en la isla de la cocina, poniéndose entre sus piernas. Helena le echó los brazos al cuello mientras Mirta la pegaba a su cuerpo. Le acarició los muslos y la espalda. Se besaron por un rato hasta que la cafetera rompió el momento.
—Demonios —dijo separándose y volteándose a servir el café en dos tazas— ten —acercándole una taza y el azúcar.
Se tomaron el café. Helena miró su reloj el cual marcaba las ocho de la noche. Se despidió de la rubia y se subió al auto con su hermana. Lo encendió y comenzó a conducir. Estaba agitada, sus mejillas estaban rojas y respiraba entrecortadamente.
—Ni una palabra a mamá de esto ¿De acuerdo?
—Tranquila Helena. Respira, te han dejado sin aliento.
—Escucha Kat, nada pasó... Qué pena contigo, no pienses mal.
—Disfrútalo, pero si no te sientes lista no lo hagas. Lo bueno es que ustedes no se embarazan —soltó una risa— eso es una ventaja enorme.