Capítulo 5 Cruel decisión
CRUEL DECISIÓN
Indira viajó a Marsella con Kathy. El lugar quedaba a casi doce horas de Madrid, pero en avión tardaron menos de dos horas. La directora del recinto ya las estaba esperando, les explicó las reglas y les hizo un pequeño tour por las instalaciones. La dejó instalarse en su habitación, mientras Indira se devolvía a casa.
Helena estaba en su consultorio y le extrañó no ver a Mirta, ya que era la primera paciente de la tarde. No sabía nada de ella desde la noche anterior. Eran las tres con treinta de la tarde y sólo le quedaba un paciente. Quedó fría cuando oyó su nombre pronunciado por esa voz...
—Doctora Cabral, buenas tardes.
—Mirta... Pensé que ya no vendrías.
—Pedí que me cambiaran la cita a la última hora, no quería cancelar.
—De acuerdo, comencemos.
Iniciaron la consulta con las preguntas de rutina y había cierta química entre ellas. Al terminar, Mirta le dio una nota y un chocolate.
“Me encantas. Cena en mi apartamento: Sushi, tú y yo, hoy temprano”
Helena leyó la nota y se sonrojó. Se levantó para despedirla con un apretón de manos y gesticuló en mímica: “Espérame en el estacionamiento”
Helena salió a toda prisa y la recogió en el estacionamiento, para irse al apartamento de la rubia. Ordenado como siempre, se sentó en el sofá mientras Mirta hizo el pedido y se incorporó a su lado.
—Cosas de unos minutos —dijo de forma graciosa— Escucha Helena —se puso seria— mi intención no era sólo invitarte a comer. Quería pedirte que seas mi novia y si te quieres quedar conmigo esta noche.
La chica temblaba, a la expectativa de lo que la pelirroja fuese a decirle. Si bien le había dejado besarla, no habían establecido ningún vínculo afectivo aún.
Helena le acarició la mejilla y la miró a esos ojos azules que le movían el piso. Pero por más que quisiera no podía aceptar. No era correcto.
—Cariño, con respecto a lo primero... En verdad me gustas, pero no me siento lista aún para una relación —mintió— Vamos despacio. ¿Sí? —la chica bajó la mirada y eso la hizo sentirse mal— Y sobre lo segundo, no puedo. Hablaré con mi hermana en la noche. Tengo que ir a casa de mi madre.
Sonó el timbre. El delivery no pudo ser más oportuno.
—De acuerdo preciosa, iremos a tu ritmo —levantándose a recibir la comida y cerrando la puerta— Comamos.
Comieron en el sofá, colocando todo en la mesita que se encontraba allí. Cuando terminaron, Mirta se acercó y comenzó a besarla.
Sus besos iban en conjunto con sus manos que acariciaban, de forma sutil ciertas zonas permitidas. La pelirroja se sintió en el cielo cuando le besaron el cuello. El sonido del celular fue lo que interrumpió el momento. Un mensaje de su madre preguntando a qué hora iría a la casa.
—Me tengo que ir, cariño. Gracias por todo.
—¿Segura que no puedes quedarte? —le dijo pícaramente la rubia.
—Me encantaría, pero en verdad no puedo. Espera mi llamada. Me voy antes de que pierda la cordura —le dió un pico— nos vemos.
Helena bajó a su auto y condujo a casa de su mamá. Podía haberse quedado y llamar a Kathy desde el apartamento de Mirta sin ningún problema, pero sentía que estaba pisando en falso y en cualquier momento sucumbiría. Y no estaba en sus planes llegar a más con ella.
Eran las ocho de la noche, hora de la cena. La secretaria tocó a la puerta de la habitación de Kathy tres veces. Al ver que no salía, fue a buscar a la directora quién vino con una copia de la llave. No tuvieron más remedio que abrir la puerta.
Dos horas antes
Helena llegó a casa de su madre y llamó a Kathy.
—Buenas noches cariño.
—Buenas noches Helena, pensé que no llamarías.
—Te lo prometí, ¿Recuerdas? Acabo de llegar, estaba en las consultas.
—Amm, entiendo. ¿Entonces la viste?
—Eh... ¿A quién te refieres?
—Sabes a quién Helena. ¿Cómo está? Me agrada, se ve que te quiere.
—Ella está bien, vengo de cenar en su apartamento. Y con respecto a eso... No lo sé Kathy. Vamos lento, pero hay algo en ella que no me convence.
—Bueno Helena tú sabrás, la intuición no falla. Escucha hermana, necesito que sepas que te amo y que me disculpes por cómo me porté contigo. Prométeme que me perdonarás.
—¿A qué viene eso Kat?
—¿Prométemelo sí?
—Está bien cariño lo prometo, no hay nada que perdonar. Ey Kathy...
—¿Sí?
—Te amo hermanita. Espero que te recuperes. Nos veremos pronto.
—Descansa Helena y sé feliz. Disfruta la vida y no le des tantas vueltas a las cosas.
A la mañana siguiente
—Buenos días doctora Cabral, necesito hablar con usted urgentemente. ¿Puede venir hasta aquí?
—Dígame directora. ¿Qué hizo Kathy ahora? —Quitándose los lentes y masajeándose el puente de la nariz.
“Dios, esto tiene que ser una broma. No ha pasado ni un día y ya te me están llamando. Ay hija mía ¿En qué lío te habrás metido?” —decía para sí misma.
—Doctora Cabral. ¿Sigue en línea?
—Sí, aquí estoy. Disculpe, es que de mis dos hijas, Kathy siempre ha sido mi dolor de cabeza —suspiró cansada— Dios, que pena con ustedes. Sólo dígame cuánto es y yo les enviaré un cheque. Me ocuparé de los gastos, por eso no hay problema.
—No se trata de eso doctora, es mucho más grave.
—¡Entonces dígame de una vez! —gritando esta vez exasperada— no me diga que se metió en un problema legal —comenzó a desesperarse.
—Su hija —hizo una pausa— se suicidó anoche. Intentamos contactarla, pero estuvimos sin señal telefónica hasta esta mañana.
Indira sintió como el mundo se le venía encima. Su pequeña hija ayer estaba bien, de haberlo prevenido no la hubiera dejado sola.
—No, no, no... ¡Nooooooo! —emitió un grito desgarrador y tiró el teléfono mientras lloraba desconsoladamente.
—¿Hola? ¿Hola? ¿Doctora Cabral? —decía la directora del otro lado de la bocina.
“Mi pobre bebita. ¿Por qué lo hiciste?”
Tomó su cartera, las llaves del auto y se encaminó al aeropuerto.