Capítulo 4 4

Me lanzaron al frío suelo como si no fuera nada. Todos estos hombres eran unos animales. El tipo de cabello negro, al cual detestaba con toda el alma, me quedó mirando, casi de forma irónica. —¿Se te ha perdido una igual que yo? —le pregunté con enojo. Él se veía molesto. —No voy a arruinar mis planes por tu culpa, así que dame lo que quiero y te mandaré lejos —me dijo con frialdad. Lo miré sin comprender. —Pues jódete, porque no te daré nada —le respondí, furiosa. Me levanté y lo encaré. O al menos lo intenté, ya que el tipo medía como dos metros. —No me cabrees, y dame lo que quiero —insistió, su voz cargada de amenaza. Me crucé de brazos y me reí. ¿Qué carajos era lo que él quería? Y si yo podía dárselo, haría todo lo posible para no hacerlo. —Pues no te daré nada —le repetí. En un movimiento rápido, él agarró mi mandíbula. No apretó con fuerza, pero podía sentir la firmeza de su mano. Tragué en seco al sentir la calidez de su piel contra la mía. Lo miré a los ojos y algo dentro de mí comenzó a removerse. Aparté su mano y retrocedí. —¡No me toques! —le advertí, mi voz quebrada por la mezcla de miedo y desafío. Él dio un paso atrás y se fue. Miré a mi alrededor, pero había muchos hombres y era difícil escapar. Tenía que averiguar cómo salir de este lugar. — — — — — — — — Fui hasta donde estaba Leif. Él me miró y arrugó el entrecejo. Me dio algo de ropa y yo me la puse de inmediato. —¿Qué ha pasado? —me preguntó con preocupación. Lo miré y le sonreí un poco, aunque sin mucha convicción. —Creo que es mi luna —le confesé, sintiendo un nudo en el estómago. Él abrió la boca ligeramente. —¿Estás bromeando, verdad? —me preguntó, incrédulo. Negué con la cabeza. Cuando la olí, me volví loco, y por esa razón la perseguí. Pero apenas abrió la boca, todo lo bueno que había sentido por ella se esfumó. —Pero no la quiero, solo la necesito para conseguir el maldito amuleto y exiliar a Ivar de estas tierras —le dije, tratando de convencerme a mí mismo también. Hace un par de años, mi padre me dio el liderazgo de la manada, pero Ivar, al ser mi hermano mayor, no estuvo de acuerdo. Yo sabía por qué mi padre tomó esa decisión. Ivar era cruel y deseaba tener el poder de todo el territorio. Mató a nuestro padre y, junto a muchos de los traidores que lo apoyaban, tomó el poder. Ahora, siendo yo el legítimo rey, tenía que esconderme. —Si él se entera de que ella es tu luna, será un enorme problema —me comentó Leif, preocupado. Eso lo sabía muy bien, por eso era mejor apartarla de mí. Obtendría lo que quería y la enviaría a un lugar seguro. —Ella me odia, así que fingir no será un problema —le dije con una sonrisa amarga. Hace años, mi padre nos contó una leyenda sobre un amuleto que le daría el poder máximo a quien lo poseyera. Ivar y yo pensábamos que solo era una historia, pero muchos años después descubrimos que era verdad, y que la única que podría llegar a él era una bruja que vendría de otro mundo. —Ten cuidado, Eirik. Estamos en guerra, y en la guerra cualquier cosa se vale —me dijo Leif, su voz llena de advertencia. La miré. Ella estaba observando a su alrededor, era obvio que tramaba algo. —Lo tendré —le contesté con determinación. Caminé hacia ella y me detuve frente a ella. —¿Cómo te llamas, bruja? —le pregunté, tratando de mantener la compostura. Ella me miró de arriba abajo, con desdén. —No creo que necesites saberlo, no estaremos juntos tanto tiempo —me contestó cortante. Llamé a uno de mis compañeros con la mano. —Átala —le ordené sin titubear. Ella abrió la boca de par en par. Se lanzó hacia mí y comenzó a golpearme. Tomé sus muñecas y la hice detenerse. —Si me haces algo, te juro que te convertiré en un muy desagradable sapo —me amenazó, sus ojos llenos de furia. Comencé a reír. —No te tengo miedo —le dije, aunque dentro de mí sentía una chispa de duda. Mi compañero llegó con una cuerda y le amarró ambas manos. —Voy a escaparme y ni te darás cuenta —me advirtió con determinación. La levanté y la llevé hasta un tronco cercano. La senté y la miré a los ojos, a sus hermosos ojos azules. Tenía una cara bonita, angelical, con rasgos frágiles; ella entera parecía una delicada damisela. —Si te acercas más de lo debido, te saco los ojos —me advirtió. Respiré profundamente. Ella solo parecía un ángel, pero era un jodido demonio, uno pequeño que me jodería sin pensarlo. —Hoy dormiremos aquí, así que te aconsejo que no hagas nada estúpido. Todos tienen la orden de despedazarte si tratas de huir —la amenacé. Ella asintió con la cabeza. Se veía muy enfadada. —¿Has entendido lo que te dije? —le pregunté, asegurándome de que captara la seriedad. Ella asintió de nuevo. —Aléjate de mí —me gruñó, su voz llena de veneno. Yo acaricié su mejilla. Su piel era tan suave y tersa. Me acerqué más a ella y la miré a los ojos. Quería meterme dentro de su cuerpo y no salir jamás. Deseaba poseerla de una manera insana. —Creo que deberías dormir conmigo. No quiero que te escapes —le dije, sintiendo que perdía el control. Ella me escupió, y yo salí del trance en el que estaba. —Aléjate, pervertido —me dijo, con desprecio. Alejé mi mano de ella y me levanté. Casi cometo una locura. Ella definitivamente tenía que estar muy lejos de mí. Solo pido tener autocontrol para poder alejarme lo suficiente para no cometer una estupidez que perjudique a mi gente. —Dormirás con alguien más, así no podrás escapar —le dije, tratando de recuperar el control. Caminé lejos de ella, necesitaba poner distancia, o le terminaría arrancando la ropa aquí mismo y me la follaría sin importarme que los demás nos estén mirando.
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