Capítulo 3 3

Estaba boca abajo, amarrada a un tronco, esperando el inminente momento en el cual me prendieran fuego y morir de la peor manera. —¡Bruja! —dijo una de las mujeres que estaban acomodando los troncos y la paja para que el fuego fuera más vivaz. —Te voy a convertir en un cerdo y luego te comeré —le dije. La mujer empezó a gritar y muchas personas se acercaron. —¡Ha dicho que me convertirá en cerdo! —gritó. Yo puse los ojos en blanco. Era tan estúpido que ellos creyeran que yo fuese una bruja. ¿Una bruja? ¿Es jodidamente en serio? Toda esta gente está loca. —¡Quémenla o nos convertirá en cerdos a todos! —gritó alguien más. Yo empecé a llorar; nunca pensé que moriría tan rápido en mi otra vida y de una manera tan horrible. El tipo rubio y peligroso se acercó a mí. —Ahora no pareces tan valiente —dijo con una voz gruesa y rasposa. Yo lo miré. El bastardo venía con una antorcha prendida. Tragué en seco y miré a otro lado, pero fue peor; las miradas de esas personas eran más aterradoras que la antorcha en la mano de ese peligroso hombre. —¡Aléjate, infeliz! —le grité. Él me sonrió y, de alguna manera, la preocupación de ser quemada aumentó. —Deberías poder soltarte, se supone que eres una bruja —me dijo a modo de burla. Yo lo miré mal. —Lloverá y todo este puto lugar se inundará —le dije. Él acercó la antorcha a la paja que estaba tirada en el suelo, y yo le grité que se detuviera. —Haz que llueva o te quemaré —me amenazó. Yo empecé a soplar la antorcha, pero era inútil; esa cosa era monstruosa. —Estoy amarrada, boca abajo, no me puedo concentrar. Si me desamarras, te juro que haré que llueva —le dije. Él volvió a acercar la antorcha y yo seguí soplando, como si eso fuera a ayudar en algo. —Aún no llueve —me recordó. Yo lo miré a la cara y el bastardo se estaba riendo. —Lloverá, lloverá muchísimo —le dije. Yo seguí soplando; necesitaba que él alejara esa cosa. —Eres una mentirosa —me dijo. La antorcha se acercó aún más. Yo cerré los ojos con fuerza. —¡Que llueva ya! —grité. Una gruesa gota de lluvia se estrelló contra mi mejilla. Yo abrí los ojos y lo miré; él se veía incrédulo, pero yo estaba feliz. —Suéltame —le pedí. Las gotas de lluvia se intensificaron y, de la nada, el agua empezó a caer a cántaros. Él se acercó a mí y me quitó las ataduras; yo caí como un bulto de patatas sobre los troncos y la paja que había puesto para quemarme. —Levántate —me ordenó. Yo me incorporé y lo miré; la lluvia lo hacía ver aún más peligroso. Miré de un lado a otro y empecé a correr. Si me quedaba, iba a terminar en la hoguera cuando la lluvia se detuviera. Corrí tan rápido que no me percaté del enorme agujero que estaba justo frente a mí. Cuando traté de detenerme, fue imposible y terminé dentro del agujero. El olor a carne podrida inundó mis fosas nasales. Yo miré con más detenimiento y había varios cuerpos en estado de putrefacción. —¡Auxilio! —grité con desesperación. Traté de salir, pero la tierra se sentía como barro, y cada vez que intentaba trepar, era empujada hacia abajo. Podía sentir la carne de los cuerpos debajo de mis pies. —¡Ayuda! —grité con más fuerza. Él se asomó por el agujero, se puso en cuclillas y me sonrió. —Esto te enseña a no huir de mí. Ahora pide que la lluvia se detenga o morirás ahogada junto a esos —me dijo. Yo agarré un puñado de barro y se lo lancé a la cara; el barro se escurrió por su rostro aterrizando en el suelo. —Tú vas a sufrir y yo lo voy a disfrutar —me dijo. Él se levantó y se fue, dejándome allí en la podredumbre. Yo respiré profundamente y la peste quemó mis fosas nasales. Esto ya estaba siendo demasiado; necesitaba salir de aquí y no hablo del puto hueco, ¡hablo de este maldito lugar! Trepé otra vez y volví a caer. El agua estaba subiendo y con ella los cadáveres. —Por favor, ayúdame, sé que estás allí —le grité. Él se asomó, tiró una cuerda y yo la agarré de inmediato. Él empezó a subirla hasta que pude salir de ese asqueroso lugar. —Eres peligrosa —me dijo. Yo no le dije nada y tampoco tenía ganas de huir, ya que siempre terminaba mal. —Te convertiré en un feo animal si te acercas —le advertí. Él sonrió. —Tú serás mía, y yo te domaré y me darás todo lo que te pida —me dijo. Yo le iba a decir algún comentario mordaz, pero entonces un par de hombres se acercaron a nosotros; uno de ellos me quedó mirando. —Algunos guerreros de la otra manada se están acercando —informó. Yo los quedé mirando, y por sus caras era obvio que no eran buenas noticias. ¿Acaso no podía tener un poco de paz? —Escóndanla —ordenó él. Yo negué con la cabeza. Uno de los hombres allí iba a tocarme, pero yo no me dejé; ya estaba cansada de esto. —¡Déjenme en paz! —les grité. Los gruñidos y gritos se mezclaron con la torrencial lluvia. Yo aproveché y salí corriendo; esta vez sí tenía que salir de este lugar, cueste lo que cueste. Corrí hasta que pude ver un bosque, corrí a prisa hacia él, pero fui tumbada por algo que me golpeó en la espalda. Me di la vuelta y allí, frente a mí, estaba un enorme y feroz lobo negro. Yo tragué en seco, hasta aquí había llegado. El aliento cálido del animal se estrelló contra mi rostro, mi cuerpo empezó a temblar de inmediato; hoy definitivamente iba a morir. Abrí los ojos lentamente. La enorme cabeza del lobo estaba justo frente a la mía. No sé cómo lo hice, pero me levanté de un salto y corrí. Tal vez era inútil querer correr, pero no me iba a quedar allí esperando a ser devorada por esa bestia. Sentía el corazón a punto de estallar en mi pecho, pero no podía detenerme. Los gruñidos del lobo resonaban cada vez más cerca, su aliento húmedo casi quemándome la nuca. Desesperada, giré bruscamente a la izquierda, adentrándome más en el oscuro bosque. La lluvia se intensificaba, y el terreno se volvía resbaladizo y peligroso. Mis pies tropezaban con raíces y piedras ocultas bajo el lodo, pero seguía adelante, impulsada por el puro instinto de supervivencia. Sin embargo, un paso en falso me hizo perder el equilibrio y caí al suelo, golpeándome fuertemente el costado. Sentí un dolor punzante, pero no tuve tiempo de comprobar la magnitud de la herida. El lobo apareció de nuevo, su mirada fija en mí, sus ojos brillando con una intensidad aterradora. Sabía que no tenía mucho tiempo. Miré desesperada a mi alrededor, buscando cualquier cosa que pudiera usar para defenderme. Mis manos encontraron una rama gruesa y, sin pensarlo dos veces, la empuñé con fuerza, lista para enfrentarme a la criatura. El lobo dio un paso hacia mí, sus dientes afilados reflejando la luz de los relámpagos. — ¡Te acercas más y te juro que te golpearé! —le grité. El lobo retrocedió y de alguna manera me sentí un poco más relajada. Empuñé la rama con más fuerza y empecé a retroceder, hasta que mi espalda se estrelló contra algo. Volteé la cabeza lentamente y miré sobre mi hombro. Un aterrador hombre con un solo ojo me sonreía. Tiré la rama al suelo e intenté huir, pero el hombre me atrapó. — ¡Suéltame! —grité desesperada. Fui llevada entre sus brazos, como si pesara menos que una pluma. —¿Qué carajo hacemos con la bruja Eirik? —preguntó el hombre con una voz asquerosa. Una risa burlona resonó detrás. Y de la nada varios lobos se unieron a nosotros, algunos se veían heridos, ya que su pelaje se veía manchado con sangre. — ¡No soy una bruja! —grité. Fui lanzada al suelo, sin el menor cuidado. Metí mis manos para no lastimar mi rostro, pero las palmas de mis manos recibieron todo el golpe. —Te han visto invocar la lluvia. Y si no fueras lo que estamos buscando, Ivar no hubiera luchado como lo hizo por ti —dijo una voz diferente a la del tipo tuerto. Me di la vuelta y entonces vi al dueño de esa voz. Era tan alto, con el cabello negro y largo, pero lo que más destacaba en él eran sus ojos. Unos brillantes y aterradores ojos azules. Gateé un poco por el suelo, tratando de alejarme, pero él dio un par de pasos adelante. —Si te acercas más, te juro que te hechizaré —lo amenacé. Él sonrió de medio lado, se acercó más a mí, y de un jalón me tiró a su espalda. —No creo en esas mierdas, pero sé que contigo conseguiré lo que quiero —me dijo. Empecé a removerme sobre su hombro y fui duramente amonestada con un golpe en mi trasero. Respiré profundamente, tratando de calmarme; odiaba a este infeliz, y si de verdad tenía algún tipo de poder, lo utilizaría para volverle la vida un puto infierno. —¡Te odio! —le grité con rabia. Una risa ronca salió de él, moviendo sus hombros en el proceso. Ahora lo detestaba aún más. Tenía rabia y estaba segura de que lo despreciaba, tanto que me desconocía a mí misma. Las lágrimas de frustración empezaban a llenar mis ojos, pero me negué a dejarlas caer. No le daría el placer de ver cuánto me afectaba.
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