Capítulo 2 Un video de baño
Camila estaba muy confundida, pensando que Dámaso no podía ver nada.
—¿Puedes bañarte si me voy?
Dámaso no contestó, pero el ambiente se enfrió. Al darse cuenta de que Dámaso podría enfadarse, Camila tomó con timidez el estropajo de baño y se marchó.
—Ten cuidado, ¿vale? Llámame si necesitas algo.
Al salir del cuarto de baño, Camila se sentía inquieta y mira de forma inconsciente hacia la puerta.
«El suelo está resbaladizo. ¿Y si se cae por accidente? ¿Y si se cae y muere? Acabo de casarme y no quiero quedarme viuda tan pronto…».
Justo cuando la mente de Camila se desbocaba, sonó su teléfono. Luci Salas, su mejor amiga, le había enviado un video titulado «Material de repaso».
«¿Material de repaso? ¿Por qué me ha enviado esto cuando aún falta mucho para los exámenes finales?».
Camila se pregunta el porqué de ese título mientras hacía clic en el video.
—Si... Ah…
Para su sorpresa, ¡lo que apareció fue una mujer apasionada en un hombre! Al instante, Camila se sonrojó hasta la raíz del cabello. Presa del pánico, quiso cerrar el video, pero su teléfono de imitación se congeló en ese mismo instante y no pudo apagarlo por más que lo intentó.
De repente, la puerta del baño se abrió. Cuando Dámaso escucho el sonido erótico, su rostro se ensombreció.
—¿Qué estás haciendo?
Camila, que ya sudaba nerviosa, casi deja caer el teléfono al suelo, asustada por la repentina aparición de Dámaso. Con manos temblorosas, metió el teléfono bajo la manta. El volumen era bajó, pero la mujer del video gemía cada vez con más pasión.
—Tú... —Dámaso miró con severidad a Camila.
—¡Estoy viendo un video de baño! Camila apretó la manta con fuerza, esperando tapar el sonido.
Una sombra recorrió el semblante de Dámaso.
—¿Un video de baño?
—Sí —Camila se sentó en la manta, secándose nerviosa el sudor de la frente—. Era un hombre dándole un masaje a una mujer. La mujer estaba tan cómoda que gemía.
Dámaso se quedó sin habla.
«No solo cree que sea ciego, sino que quizás también piense que soy tonto».
En la habitación reinaba un silencio sepulcral, aparte de la voz apagada de la mujer que salía de debajo de la manta. Vestida con ropa de dormir, Camila se apretó contra la manta en una posición incómoda. La cálida luz amarilla se reflejaba en su piel clara y desprendía un aura seductora. La respiración de Dámaso se hizo más pesada y sus ojos se oscurecieron.
Unas gotas de sudor cubrieron la frente de Camila. No sabía que apretar una manta suave pudiera ser tan agotador. Por fortuna, el video terminó al cabo de un rato. Camila se secó el sudor y sacó el teléfono recalentado de la manta.
Dámaso se sentó en el borde de la cama y la miró con una media sonrisa.
—¿Ha terminado el video?
Camila esbozó una sonrisa incómoda.
—Sí... En efecto, no es bueno restregarse demasiado fuerte al bañarse…
Dámaso no hizo ningún comentario. Camila borró de inmediato el video y envió un mensaje a Luci muy enfadada.
«Casi me metes en un lío».
Luci respondió al instante. Vamos.
«Estoy siendo útil. ¿Tu marido no es discapacitado? He encontrado este video en especial para ti. ¿Lo has visto?».
Camila enrojeció.
«¡Vete al infierno!».
Como Dámaso era ciego, Camila no se ocultó al enviar mensajes de texto a Luci. Como resultado, Dámaso podía leer de forma palpable su conversación.
«Mi teléfono se congeló justo cuando iba a cerrar el video y él lo escucho. Me preguntó qué estaba haciendo. A duras penas conseguí salir mintiendo».
Dámaso siguió guardando silencio.
«¡Jajaja! Cami, ¡me estoy muriendo de la risa ahora mismo!».
«¡Diablo!».
«La primera noche es preciosa. ¡No los molestaré más a ti y a tu apuesto marido ciego!».
Dámaso frunció el ceño.
«¿Guapo marido ciego? Qué descripción tan poco favorecedora».
Respirando hondo, Camila colgó el teléfono y miró a Dámaso.
—Empecemos.
Dámaso la miró fijo, pero no dijo nada. Camila apretó los puños. Conocía a aquel hombre desde hacía menos de veinticuatro horas y sabía que no le gustaba. Pero... Sara Méndez, su tía, había dicho que era una obligación durante su primera noche. De lo contrario, ¡no serían felices el resto de su matrimonio!
Se abalanzó sobre Dámaso y le rodeó el cuello con los brazos, besando con torpeza sus fríos labios. Su lengua se aventuró en su boca y tocó la de él con torpeza, como si fuera un niño chupando un palito de gelatina.
La expresión de Dámaso se volvió sombría. Camila parecía seria y concentrada, decidida a completar la tarea.
Dámaso le puso las manos en la cintura.
—¿Te arrepentirás?
Sonrojada, Camila negó con la cabeza.
—No lo haré. Eres mi marido.
Un tinte de ternura apareció en los ojos de Dámaso mientras miraba a la chica.
—¿Tienes miedo al dolor? —preguntó con voz grave, conteniendo sus emociones.
—No. —Camila apretó los labios y quiso seguir adelante, pero Dámaso la agarró de la muñeca—. Es mejor que el hombre tome la iniciativa.
…
A la mañana siguiente, los dos criados encargados de preparar el desayuno llegaron somnolientos a la Residencia Lombardini.
—La nueva Señora Lombardini parece ignorante, mientras que el Señor Lombardini es ciego e inválido. Me pregunto si la anoche fue tranquila para ellos.
—Supongo que sí. Los guardaespaldas de guardia anoche dijeron que oyeron a la Señora Lombardini haciendo ruidos.
—Al principio, era muy ruidosa. Después, parecía que se escondía bajo la manta, pero los gemidos seguían siendo apasionados.
—¿En serio? Parecía bastante inocente. Quién sabe…
Los criados chismoseaban mientras caminaban hacia la cocina.
—¡Buenos días! —La joven de gafas, que llevaba un delantal rosa, puso con alegría dos tazas de chocolate caliente sobre la mesa del comedor—. ¡Han llegado muy temprano!
El ambiente se volvió incómodo cuando los dos criados intercambiaron miradas. Tras confirmar que Camila no había oído su conversación, se acercaron con rapidez para ayudarla.
—Buenos días, Señora Lombardini. Se ha levantado muy temprano.
Sonriendo, Camila miró el reloj y dijo:
—No es tan temprano. Ya son más de las seis.
De hecho, se levantó un poco más tarde de lo habitual porque anoche no había dormido bien. Los criados se pusieron nerviosos, pensando que Camila se quejaba de que llegaban tarde. Se apresuraron a preparar el desayuno, pero descubrieron que ya estaba servida una gran variedad de comida. Había huevos duros, copos de avena y unas cuantas tortitas doradas.
Los sirvientes se sorprendieron.
—Señora Lombardini, esto…
—¡Los hice yo! No estoy segura de lo que le gusta a Dámaso, así que preparé algo parecido a lo que suelo preparar para mi abuela…
Entonces, ella empujó los panqueques a los sirvientes.
—No sabía que vendrían tan temprano, así que no preparé las de ustedes. Pueden comer esto primero. Haré más.