Capítulo 2 Una hechicera misteriosa
Dieciséis años después…
Merrick va de camino al pequeño poblado de Maverick, que queda a mediodía a pie desde Zondeya hacia el sur. Su vida en esos años había cambiado bastante, había tenido que refugiarse en una faceta seria, casi oscura que antes nunca imaginó.
Tras salvar a la princesa, a la que los reyes habían nombra Lucía, su vida se tornó más complicada. Evitó por todos los medios acercarse a cualquier mujer que no fuera de su familia, el rey facilitó su trabajo y prohibió a las hechiceras en los círculos altos del reino. Por supuesto que muchos lo tomaron como una acción misógina, pero como era el rey… nadie se lo decía a la cara.
A unos pocos kilómetros de Maverick hay una pequeña posada para los viajeros, La Palancana Mágica, en donde la sopa de rana y el pan de semillas son las especialidades más pedidas. Decide entrar allí para beber algo de agua fresca y comer algo para continuar su viaje.
En cuanto entra, se da cuenta que hay un grupo de hombres en un rincón que lo miran con cara de pocos amigos, en uno de ellos logra ver de reojo un tatuaje que lo señala como uno de los criminales más peligrosos del reino.
Se sienta a la mesa, le pide a la dueña de la posada lo mismo de siempre y se queda con los ojos cerrados, pero agudizando todos sus sentidos para estar atento.
Podría haber ido con escolta, que es como al rey Solomon le gusta que viaje su mano derecha, pero Merrick prefiere moverse rápido y pasar desapercibido.
—Aquí tiene, señor Merrick —le dice la mujer sacando de la bandeja todo lo que el mago suele pedir y lo mira a los ojos—. En una hora le tendré el pan que avellanas.
—Gracias, Herminia.
Con eso, la mujer le está diciendo que los tipos llevan allí una hora, las avellanas significan que van fuertemente armados.
Merrick come calmado, disfrutando el estofado de zarigüeya, que es de las mejores en el reino según él, pero sin dejar de estar pendiente de los hombres. Cuando termina, le hace el gesto a Herminia para que le lleve el postre, que siempre son frutos silvestres confitados con nata. Sin embargo, al ver al hombre del tatuaje ponerse de pie y caminar hacia él, sabe que no logrará probar esa delicia.
—Merrick de Eróstenes, el gran mago del rey… que honor poder compartir mesa con tan célebre personaje del reino.
—Yo no comparto mesa con nadie —dice Merrick bebiendo agua sin mirarlo a la cara.
—Vamos, camarada, en estos caminos tan solitarios siempre es bueno crear lazos, no sea que los necesites un día.
—Sí, eso sería muy sabio, ¿o no se supone que los magos son sabiduría andante?
Merrick sigue sin mirarlos, su báculo está de su lado derecho, con el cual sostiene el vaso. Uno de los hombres se para tras él y extiende la mano al báculo, pero la voz de Merrick lo detiene.
—Yo no haría eso, ¿o acaso la gente común no sabe que los báculos de los magos sólo le son fieles a su dueño?
—Es sólo un trozo de palo, Gañan —dice el tatuado con burla—. ¿Le tienes miedo?
—Claro que no —dice el aludido, Merrick mira a Herminia y ella asiente.
—Lo siento, no creí que lo hicieran antes de que me fuera de aquí —todos fruncen el ceño, Gañan a penas roza el báculo y este lo manda a volar lejos.
Los hombres se lanzan sobre Merrick, quien los teletransporta fuera de la posada, dejándolos confundidos.
—¡A él! —grita el tatuado y todos saltan al mismo tiempo sobre el mago.
Merrick lanza un hechizo de protección a la posada y luego se encarga de luchar con los hombres. Uno intenta darle con dos hachas al mismo tiempo, pero no tiene éxito porque Merrick las convierte en hielo y estas se parten en mil pedazos al chocar con el báculo del mago.
Luego, otro intenta atacarlo con una espada, pero esta termina incrustada en el báculo del mago, lo que él aprovecha para lanzarlo lejos, quita el arma de su báculo y la usa como segunda arma. Pero sin darse cuenta, una nube oscura lo rodea de pronto, las piernas se le debilitan y cae al suelo de rodillas.
—La belladona es realmente una buena aliada —le dice el hombre tatuado que se ha cubierto el rostro para que la poción no le haga efecto—. A un humano puede llegar a matarlo, pero a los seres mágicos los deja vulnerables.
Merrick lo mira con verdadero odio, puede defenderse aún, pero para eso deberá lanzar un conjuro que requiere concentración y ahora no es mucha la que tiene. Le hace creer que tiene la ventaja, el hombre saca una gruesa espada de acero, puede reconocer que la forja es del reino de los faunos.
—Así que el rey Font es quien te ha enviado —le dice Merrick y el hombre sonríe con suficiencia.
—Sí, pero ese será nuestro pequeño secreto mago —levanta la espada, Merrick está listo para moverse a un lado y lanzar un hechizo que lo deje pegado al árbol, pero una luz blanca sale de la nada y lo hace por él.
—Captionem —se oye la voz de una mujer, la corteza del árbol donde ha quedado estampado el tatuado se abre como si fueran duras garras y lo deja sin poder moverse. La figura menuda cubierta en una gran capa azul con bordes dorados se gira y se para frente a Merrick para darle la mano—. Ya estás a salvo.
—Gracias —sisea Merrick sin darle la mano, se pone de pie con dificultad ayudado por su báculo y se limpia la ropa—. Pero nunca estuve en peligro.
—No es lo que yo vi —dice la mujer oculta por la capucha de la capa—. Pero si eso es lo que quieres creer, dejémoslo así.
Ella se gira hacia el tatuado, mira a los otros hombres que intentan correr, pero la tierra los tiene prisioneros por los pies, levanta una ceja sorprendida porque no se dio cuenta cuándo el mago lanzó aquel hechizo.
Camina con firmeza hacia el tatuado, saca una daga y Merrick corre hacia ellos, pensando que lo matará, pero ella solo rasga la manga para ver el tatuaje, posa su mano allí y un aura blanca cubre a la mujer por pocos segundos.
—Morlock, El Despedazador —dice ella con diversión—. ¿Qué sucia treta te trae por Zondeya? Estás bastante lejos de donde deberías estar recluido.
—Indulto real —sisea y la mujer se ríe.
—¡Vaya, vaya! Veo que Font está desesperado por invadir Zondeya, que pena que no vaya a resultarle, eres mío.
—¡Oye, no te lo puedes llevar!
—¡Otra vez demasiado lento, mago Merrick! —la mujer chasquea los dedos y desaparece con el hombre de su vista, deja a los otros tres hombres que permanecen cautivos y con miles de preguntas.
Herminia sale para ayudarlo, le entrega un frasco pequeño y este la mira con el ceño fruncido.
—La hechicera me dijo que te lo diera en cuanto se marchara, es para el efecto de la belladona.
Lo peor que le podría pasar es morir, así que se lo bebe con confianza. En cuanto pasa por su garganta el líquido, siente que recupera sus fuerzas, Herminia le dice que ya mandó un cuervo al castillo pidiendo a los soldados y Merrick asiente.
Mira el árbol y se queda pensando quién demonios era aquella hechicera que ni siquiera mostró su rostro, pero lo más importante…
¿Qué sabía ella de Font, Morlock y todo lo demás?