Capítulo 5
Alessandra no se explicaba el motivo por el que se ponía tan nerviosa, era algo tan significativo, extraño e inexplicable, que nunca le había pasado con ningún otro hombre. Literal, se alteraba en su presencia, pero más aún, con su mirada y ese perfume, Dios Santo, saberlo cerca definitivamente no era bueno para ella, para sus sentidos.
—¿Necesita algo? —agregó, al notar como el magnate daba un paso adelante y seguía sin decir palabra. Sus ojos azules la hipnotizaban, la hechizaban totalmente.
—No, por ahora— contestó él, con una voz tan seductora, que se sintió presa de un embrujo—. Nada más quería saber cómo se ha sentido en su primer día de trabajo.
Suspiró angustiada. Sentía el pecho oprimido.
—Muy bien, gracias, señor—respondió con evidente nerviosismo en su voz—. Justo le comentaba hace unos minutos a Clara... la señorita Palmieri, quiero decir, que me he sentido muy cómoda durante lo que va del día.
—Es bueno saberlo—manifestó Dominic con una deslumbrante sonrisa—. Espero sinceramente que con el tiempo se sienta igual. —Por cierto, ¿es impresión mía o ya nos habíamos visto en otro lado? —Tengo la sensación de que hoy, no es la primera vez que nos vemos, ¿o me equivoco?
Alessandra se puso más nerviosa ¿Entonces, si la recordaba? — Virgen Santísima.
—Sí, sí, de hecho, a mí también me lo parece—quiso sonar desinteresada.
—Creo que fue en...
—Dominic Lombardo—se escuchó una socarrona voz resonar.
Dominic arrojó una maldición por lo bajo y cerró las manos en puños. ¡Joder, que inoportuno era su amigo cuando se lo proponía!
—Bruno— volteó, siseando casi con fastidio, muy molesto por la interrupción.
—Buenas tardes, Alessandra— saludó el risueño, elegante, millonario y apuesto chico con confianza, al llegar hasta donde ambos estaban.
—Buenas tardes, señor D’Conti—expresó ella con una encantadora sonrisa—. Una sonrisa que alguien más percibió y poco le agradó.
—Solo Bruno, por favor, ¿por qué tantas formalidades? — ¿Tú y yo, ya nos conocimos, en mi casa, recuerdas?
—Claro que sí, lo recuerdo, Bruno—musitó Alessandra no tan convencida de tratarlo con tanta familiaridad en su lugar de trabajo y menos, siendo un íntimo amigo del presidente.
—Tranquila, ni te preocupes, a quienes le debes respeto es a Dominic y a Vittorio, a mí no—comentó el empresario en tono conciliador al notar su disconformidad.
Alessandra asintió y se sonrojó, cosa que a Dominic no le pasó por alto.
— ¿Nos vamos a mi oficina, Bruno? —preguntó Dominic irritado.
—Después de ti—lo provocó este con picardía, al notar el mal talante de su amigo.
—Nos seguimos viendo, Alessandra, suerte en tu primer día y felicidades.
—Gracias, Bruno, señor Lombardo—se despidió, giró sobre sus talones y se encaminó a su escritorio, experimentando una sensación de genuino alivio al lograr escapar de la inquisidora mirada de su guapísimo e intimidante presidente.
*****
—¿Entonces, tú sabías que ella trabajaría para nosotros? — indagó Dominic con intriga, al cerrar la puerta de su oficina tras él.
—Así es—confirmó Bruno con tranquilidad, mientras tomaba asiento cómodamente en uno de los lujosos sillones de cuero y cruzaba la pierna con elegancia.
— ¿Y por qué no me lo dijiste? — le reprochó el magnate sin disimulo.
—¿Para qué? —De igual forma ibas a enterarte cuando la vieras, ¿no? — Dudo mucho que una mujer como ella se pueda olvidar tan fácilmente, es verdaderamente hermosa.
Dominic lo miró ceñudo.
—Cómo que para qué, D’Conti, al menos hubiese estado preparado.
Bruno se carcajeó.
—¿Preparado? ¿Qué le ibas a organizar alguna fiesta de bienvenida con globos, pastel y toda la cosa?
—No seas idiota, me refiero a que me hubieras ahorrado la sorpresa que me llevé cuando la vi.
—Ya lo imagino, como me hubiese encantado estar aquí en ese momento, seguro tu cara fue un poema.
—Ni te lo imaginas, me quedé como un perfecto tonto, con la mente en blanco, para ser más preciso—. Ciertamente, preferiría que no trabajara aquí, luego de lo que sucedió con la fulana esa, ex asistente de Vittorio, no me queda de experiencia volver a involucrarme con alguien de la empresa—. Lo único positivo de todo esto, es que al tener a la D’Santi cerca, me ahorré el trabajo de buscarla.
—Lo que me impresiona, es que ya das por sentado que tendrás algo con ella— ¿qué te hace pensar que así será?
—Todas las mujeres son iguales, ¿por qué esta sería diferente? —. Su cara de inocente no me engaña, es exactamente igual que todas, un poco tímida, parece, pero nada que el dinero y una tarjeta de crédito sin límite, no pueda cambiar.
—¿Y no has pensado que le puedes ocasionar un mal a Vittorio? — digo, su anterior asistente se fue por tu culpa y seguramente, esta también lo hará.
—No planeo más que un encuentro con ella, solo uno, es todo lo que necesito, así no perjudico a Vittorio y por supuesto, tampoco a mí—expresó Dominic con firmeza, mientras contemplaba la ciudad a través de los amplios cristales.
—Dominic, Dominic, me gustaría verte perdidamente enamorado de una mujer y que te haga pagar todas las que les haces.
Dominic rio.
—Eso nunca sucederá, así que mejor, espera sentado—. Las mujeres solo sirven para eso, sexo, placer, diversión y nada más, el amor no existe y esos sentimientos estúpidos tampoco.
—Siempre hay una primera vez para todo, no cantes victoria, Lombardo.
—A mis 28, no he conocido ninguna que despierte un sentimiento puro y limpio en mí, más que el sexo, la atracción y el deseo—. La única mujer que me despierta emociones puras y reales es mi madre, ninguna otra.
—A mí tampoco, sin embargo, sé que hay una por ahí en el mundo, que está esperando a que la encuentre o que ella me encuentre—se rio. —No me cierro a la posibilidad de algún día casarme, enamorarme y tener una familia.
—Ese eres tú, Bruno, no yo, además, ¿qué tiene que ver lo que estábamos hablando con esto? —Te dije que solo quería llevármela a la cama y ya hasta me saliste con todo ese rollo del matrimonio.
—Solo trato de decirte que tengas cuidado, Dominic, puedes equivocarte, todavía hay mujeres dignas de respeto y aprecio, raras y contadas, pero las hay.
—Por favor, si estás hablando de Alessandra, estás mal, ni siquiera la conoces, hace una semana no sabías de su existencia y ahora, estás diciendo que es pura, buena y santa, cuando quizás no has cruzado ni cien palabras con ella—. No la conoces ¡por el amor de Dios!, déjate de tonterías.
—Puede ser que me equivoque, o tal vez no, pero, hay algo en ella que me inspira confianza y me hace pensar así de su persona, es tímida, inocente, encantadora, tiene una mirada limpia, una sonrisa genuina y es preciosa, además.
—Ni se te ocurra D’Conti, yo la vi primero—le advirtió el castaño de mala manera—. Haz lo que quieras con ella, una vez que yo haya hecho lo que deseo, mientras tanto, ni siquiera te le acerques.
—Eres increíble, hablas de ella, como si fuese una cosa, cuida mejor tus palabras—lo riñó su amigo.
—¿Vamos a discutir por una persona a la que no conocemos o vamos a hablar del asunto importante por el que estás aquí? —reclamó desinteresado, tomando lugar en su silla tras el escritorio.
Bruno revoleó los ojos y se sentó en una de las sillas frente a él, era imposible hacer entender a Dominic, aunque tampoco iba a disgustarse con él, quizás tenía razón y se estaba apresurando al pensar bien de Alessandra, no obstante, su buena impresión de ella no podía cambiarla, eso fue lo que sintió al verla y casi nunca se equivocaba en sus percepciones acerca de las personas.