Capítulo 3
Ese domingo, se encontraban ambas en la sala del departamento de Alessandra, recordando y riendo sobre el acontecimiento de la noche anterior, habían salido despavoridas de la fiesta en la mansión D'Conti, Paulina tuvo una emergencia de último momento, no contaba con que su período se adelantaría unos días y por lo tanto, ni siquiera había ido preparada.
Prácticamente llevaban así todo el día, en pijamas, frente al Smart, viendo una serie en Netflix, comiendo todo cuanto se les antojaba y conversando todo lo que les ocurrió esos últimos meses en los que no se vieron casi del todo.
Alessandra estaba nerviosa, el domingo casi finalizaba y, por lo tanto, comenzaría en pocas horas su primer día de trabajo, sentía intranquilidad, ansiedad, estaría rodeada de personas desconocidas, en un lugar al que aún no se adaptaba, era obvio, apenas tenía unos días en la gran ciudad y no es que haya vivido recluida, pero la vida en Canterbury era más tranquila y menos ajetreada.
Debía reconocer que aparte de la incertidumbre sobre su nuevo trabajo, algo más la tenía así, con exactitud no sabía de qué se trataba, lo que si no podía olvidar, era esa intensa e interesante mirada azul, no lograba sacársela de la cabeza y aunque lo más probable era que jamás volvería a ver al dueño de aquellos ojos, estaba segura de que le sería difícil olvidarse de él, había quedado tan impactada, que ni siquiera pudo dormir con tranquilidad, se sentía, perturbada.
Quizás y solo quizás, algún día lo volvería a ver o tal vez no.
Se quedaron dormidas en el espacioso sillón de la sala, el reloj de pared marcaba las 24 horas con 25 minutos, Alessandra despertó con un leve dolor en el cuello, miró a su alrededor algo desorientada y encontró a Paulina que yacía dormida al lado contrario del sillón, recordó que estuvieron viendo series hasta tarde y no supo en qué momento ambas se quedaron profundamente dormidas. Despertó a su amiga para que se fueran a recostar a la recamara, pero una vez despierta, esta prefirió cruzarse a su departamento.
Cuando la despidió y cerró la puerta con seguro, se encaminó a su habitación y se lanzó sobre la cama, lo último que se vino a su mente antes de volver a caer en los brazos de Morfeo, fue ese rostro perfecto y esos ojos...esos ojos que ni en sus sueños la dejaban tranquila.
Sobresaltada, despertó cuando la alarma sonó en su mesita de noche, eran las 5 de la mañana, no supo en qué momento amaneció tan de prisa, apenas sintió que dormitó unas pocas horas. Se levantó perezosa y con los nervios a flor de piel, no sin antes arreglar su cama y dejarla intacta, el edredón bien hecho y los cojines acomodados, era una perfeccionista y adicta al orden de lo peor, lo había heredado de su mamá.
Se duchó con tranquilidad, tenía tiempo suficiente, hizo su rutina de cuidado personal como cada vez que se bañaba, colocó crema corporal en todo su cuerpo, aplicó cremas en el rostro, protector solar, luego procedió a elaborarse un maquillaje profesional y natural, nada sobrecargado, por último selló con un brillo rosa muy bonito sobre los labios, onduló su larga y castaña cabellera cayendo de manera magnífica sobre su espalda y hombros, se decidió por un vestido totalmente blanco entallado al cuerpo que le llegaba a la rodilla y se amoldaba perfectamente a su maravillosa silueta, lo combinó con un blazer corto beige y unas sandalias tacón fino gold, se perfumó y antes de salir de la habitación, se dio otra rápida mirada en el espejo, no lo podía negar, le gustó ver su reflejo, estaba hermosa, se había esmerado.
Sin ganas de desayunar, solo se comió un yogurt de fresa, tomó las llaves de su auto, un Volkswagen Beetle del año anterior y salió a su destino. Le llevo menos de media hora llegar al imponente rascacielos de vidrio oscuro de no menos 40 pisos, "Lombardo Enterprises Inc." como decían las inmensas letras doradas que de lejos se podrían apreciar, se preguntaba si serían de oro, no lo dudaría, con el dinero que tenían esas personas no sería extraño.
Ya conocía el sitio, obviamente, tuvo la oportunidad de estar ahí cuando le hicieron la entrevista, pero no pudo evitar sentir que los nervios se apoderaron de ella nuevamente y ahora con más fuerza. Se estacionó en el aparcamiento subterráneo del edificio y se adentró al lujoso lugar, informó en la recepción que era su primer día de trabajo, de ahí le indicaron que subiera al piso treinta y siete donde estaban las oficinas de Recursos Humanos para que firmara su contrato y luego de eso, la trasladaron directamente a su nuevo puesto de trabajo, en el último piso, el 42.
Una señora de mediana edad la acompañó y la dirigió hacia la oficina de su nuevo jefe, notó que además de la recepcionista en ese impecable piso, solo había otra chica sentada frente a un escritorio tecleando algo en su computador Mac de última generación, Clara Palmieri, decía en la placa con inscripción. Pudo leer la palabra "presidente" "Dominic Lombardo" en letras doradas, en la puerta situada a un lado de ella, seguramente era la Asistente de Presidencia, le sonrió tímidamente y la pelinegra le devolvió una cálida sonrisa de bienvenida.
A unos pocos metros de ahí, se encontraba otra puerta con el mismo tipo de grabado, solo que esta decía "vicepresidente" "Vittorio Lombardo", fuera había un computador y un escritorio vacío exactamente igual al de la otra chica, sin duda alguna, ese sería su puesto. Una vez que la paciente señora la dejó instalada, le deseó suerte y se alejó dándole unas cuantas indicaciones, con las manos sudorosas se animó a tocar la puerta y seguido de eso se escuchó un cordial "adelante" desde adentro.
Entró y no pudo evitar impresionarse con el glamur y el aroma particular que emanaba esa oficina, era simplemente espaciosa, pulcra, fascinante y lujosa. Sus ojos pronto se encontraron con un guapo y alto rubio de ojos azules que le ofrecía una cálida sonrisa y la que ella no se negó en devolver.
¡Vaya! ¡Su jefe era muy atractivo!
— ¿Alessandra D'Santi, cierto? —preguntó el apuesto y distinguido rubio.
Nerviosa asintió.
—Bienvenida a "Lombardo Enterprises Inc."—agregó cordial.
—Gracias— contestó un poco más resuelta—. Supongo que usted es...
—Vittorio Lombardo, su nuevo jefe—terminó de decir él con una amplia sonrisa y ofreciendo su mano en señal de saludo.
—Mucho gusto Señor Lombardo —respondió ella igual de sonriente, correspondiendo al gesto de amabilidad.
—Tome asiento, por favor— le indicó él, mientras se sentaba elegantemente en su cómoda silla al otro lado del escritorio.
Alessandra obedeció y tomó asiento de inmediato.
—Como es su primer día, supongo que está nerviosa, pero no se preocupe, no mordemos—le dijo él a manera de broma.
Ella sonrió y comenzó a sentirse más aliviada por su buen humor.
—¿Me imagino que, en Recursos Humanos, le indicaron más o menos el cargo que va a desempeñar y por lo tanto las funciones que deberá cumplir? —inquirió el rubio, cambiando a una postura más seria.
—Así es señor, ya estoy al tanto de todo.
—Perfecto, el escritorio que está afuera y todo lo que ahí ve, serán su lugar y material de trabajo, en el primer cajón, hay un sobre con un usuario y una clave para que ingrese al ordenador, debe cambiar la contraseña y únicamente usted y solo usted, debe conocerla, si en algún caso yo la requiero, se la pediré personalmente, pero aparte de nosotros dos, nadie más, ¿entendido?
—Por supuesto.
—Me parece una persona confiable y discreta, así que está de más decírselo, la información que aquí se maneja es estrictamente confidencial, debe mantener sigilo dentro y fuera de las instalaciones, no puede comentar absolutamente nada sin mi autorización.
—Entiendo perfectamente, no tendrá problemas con ello, se lo aseguro.
Él sonrió con galantería, sin ninguna intención de coqueteo, parecía un hombre demasiado caballeroso, sobre todo, profesional.
—En ese caso, señorita D'Santi, usted y yo vamos a trabajar muy bien, formaremos un gran equipo, soy una persona flexible y no tendrá problemas conmigo si cumple al pie de la letra sus funciones, no me considero exigente, pero eso sí, me gusta que hagan trabajos de calidad, la puntualidad es otra cosa que tomo mucho en cuenta y la seriedad ante todo también, con los días va a irse adaptando tanto a la empresa como a sus funciones.
—Puedo garantizarle que no tendrá de mi queja alguna, cumpliré con mis funciones a cabalidad y de la manera más eficaz posible.
—Estupendo, me gusta su actitud—. Como primera tarea, tendrá que acompañarme a una junta que se realiza todos los lunes a primera hora de la mañana. —Le sugiero que vaya a su puesto de trabajo, acomode sus cosas y tome el iPad que está sobre el escritorio para que escriba sus apuntes en caso de que lo requiera—. Al volver le daré otras indicaciones.
—Está bien, en un momento estoy de vuelta— anunció ella poniéndose en pie.
—No es necesario, arregle sus cosas y en unos minutos paso por usted para trasladarnos a la sala de juntas.
Ella asintió una vez más y como toda una profesional se despidió antes de salir. Estaba contenta, le agradaba su jefe, aparte de guapo era muy amable, le gustaba el ambiente y por supuesto, su puesto de trabajo. Notó que el escritorio de la asistente de presidencia se encontraba vacío, así que se apresuró a acomodar sus pertenencias, tomó el iPad, en unos minutos el rubio estuvo junto a ella y sin decir nada, lo siguió hasta la sala de reuniones.
—Pase— le indicó Vittorio amablemente, mientras le abría la inmensa compuerta doble hoja de la sala. Con más confianza que al inicio, entró, mirando a su alrededor, sus ojos se dirigieron a un costado de la cabecera de la larga mesa y vio a la pelinegra, Clara, se sonrieron y pronto sus ojos se dirigieron al alto hombre de traje que hablaba por el celular en perfecto italiano y de espalda a ellos. En milésimas de segundos, el corazón se le disparó y se le aceleró al creer reconocer esa imponente y fornida silueta, esa elegancia, ese porte, esa presencia, solo podían pertenecer a una persona, no podía ser verdad, ese hombre... ese hombre que estaba frente a ella era...
Lo vio girarse cuando colgó la llamada y de inmediato sus miradas se encontraron, era él, no había duda, era él. Sintió su cuerpo estremecerse, el mundo entero temblar y el fuerte impacto que le provocó verle ahí, los segundos en que sus miradas se encontraron le parecieron eternos, pudo notar que él estaba tan o más asombrado que ella, Dios, ese hombre era divino, percibió ese brillo misterioso en sus ojos que de inmediato la hizo ruborizarse.
Pasó saliva con dificultad.
Dominic se había quedado tan impresionado, que por unos instantes sintió que la mente se le quedó en blanco, ella estaba ahí, ¿Cómo era eso posible? ¿Acaso averiguó donde encontrarlo y fue a buscarlo? No, no, pensándolo bien, eso no podía ser, nadie podría entrar fácilmente a las instalaciones y menos hasta el piso de presidencia, la única posibilidad de que ella estuviera de pie ante él, era porque era la nueva asistente de su hermano. Joder, el celular casi se le cayó de las manos, la recorrió rápidamente de pies a cabeza y por poco se le desencaja la mandíbula, era inaudito, esa mujer era preciosa, no pudo apartar sus ojos de los de ella y notó el color adornar maravillosamente sus mejillas.
Perfecto, sus planes iban a llevarse a cabo más pronto de lo que pensó.
Un carraspeo lo devolvió a la realidad, haciendo que sus ojos se desviaran a cierto rubio, vio el gesto de desaprobación en su rostro, su hermano lo conocía perfectamente y sabía que, por su forma de verla, esa mujer que acaba de entrar a esa sala, le había encantado y no se equivocaba.
—Dominic — lo llamó Vittorio para tener toda su atención—. Te presento a la Señorita D'Santi, mi nueva asistente, señorita D'Santi, le presento a Dominic, presidente de "Lombardo Enterprises Inc." y mi hermano mayor.
Alessandra lo vio caminar hasta donde se encontraban ellos, era tan apuesto, como elegante y sofisticado, por Dios que sí, parecía tallado por los mismos dioses del Olimpo. A medida que lo notaba acercarse, los nervios la traicionaron más y cada vez le pareció más y más alto, pronto lo tuvo frente a ella, sobrepasaba por mucho su altura, su perfume la descolocó aún más de lo que ya estaba y por solo instinto, logró pronunciar las palabras correctas.
—Mucho gusto, señor Lombardo— dijo afectada por su presencia.
—El gusto es mío, señorita D'Santi, Alessandra D'Santi— recalcó el magnate acariciando las palabras y mirándola fijamente, le ofreció su mano como cortesía y en cuanto sus pieles entraron en contacto, ambos sintieron una electricidad que les recorrió el cuerpo entero. Ella vio sus ojos grises azulados y tembló al ver ese brillo, ese extraño brillo malicioso que se reflejaba en el fondo de su mirada y que la perturbaba en gran manera.
Un momento, ¿cómo diablos supo él su nombre de pila?