Capítulo 7 Acepto comprometerme con ella
Gregory jamás había visto a su padre sonreír, era como ver delante de él a alguien completamente distinto, y desconocido para él.
— Padre, creí que…
Enrico lo vio titubear dejando la frase inconclusa.
— ¿Qué estaría molesto?
— Sí, creí que estarías molesto conmigo.
—¿Por qué lo estaría?
— Porque habíamos peleado, además no vine a tiempo para tu fiesta de compromiso con la señorita Salvatore.
Enrico camino hasta su hijo colocando las manos sobre sus hombros. Agradeciéndole de esa manera por no haber asistido a la dichosa fiesta, porque de haber estado él no se hubiera escabullido de la manera en que lo hizo.
— Pero ya estás aquí y eso significa que has pensado en seguir mis indicaciones con respecto a la joven Marchetti.
— Sí. Acepto comprometerme con ella, he hablado con su padre y pronto nos conoceremos.
— ¿Has venido hasta aquí solo para decirme eso?
— No, he venido aquí a conocerla.
— ¿Ella está aquí?
— Si, según su padre, vino de vacaciones por un tiempo.
— Supongo que está disfrutando de la libertad que le queda, también tú deberías de hacer lo mismo.
— Quiero que te conozca, y la conozcas. Al fin y al cabo, dentro de un par de años seremos familia.
— Así que por eso estás aquí, quieres poder echarme en cara si la joven no es agraciada. — El sonrojo en la cara de su hijo le hizo darse cuenta de que estaba en lo correcto, el joven bribón deseaba poder reclamarle o poder decirle mira lo que hago por ti, padre, el sacrificio que haré por ti — Bien, aceptó conocer a la joven, habla con mi secretaria y que te dé mi agenda de estos días para que así puedas decirle que me agende el día en el que visitaremos a mi futura hija política, pero lo más seguro es que termines dándome las gracias por tu prometida. — Si de algo estaba seguro Enrico era que la joven Marchetti no era fea, su madre era hermosa y perfecta en su juventud y aún ahora que ya era toda una señora, seguía siendo una de las mujeres más bella que Enrico hubiera conocido, aunque, con un pésimo gusto por los hombres donde se había enamorado perdidamente de su socio y mejor amigo Leandro Marchetti.
Ambos la conocieron en una fiesta dada por el padre de la joven, los tres hicieron muy buenos lazos y más tarde se reencontraron en la universidad, Enrico se enamoró de ella, pero ella se enamoró de Leandro. No podía decir que su amigo lo traicionó, a leguas se notaba la atracción mutua entre ellos dos, dos años después ambos se desposaban, para ese entonces él estaba a punto de casarse con Alissa, la madre de su único hijo Gregory, hija de uno de los mayores socios de su padre.
Podía recordar ese día, porque mientras su amigo se casaba por amor, él estaba comprometido y a punto de casarse por obligación, quién diría que casi 24 años después sus hijos tenían que casarse en un trato comercial entre ellos.
Su hijo asintió con la cabeza antes de despedirse y dirigirse hacia su secretaria. Enrico era consciente que su hijo tenía razón, no era justo lo que le imponía, pero la vida no era justa. No si deseaba heredar, la única salida que tenía Gregory para ser libre era hacer lo que le había dicho días antes en Italia.
Romper toda relación con él y su apellido. Tomar el control de su vida. ¿No obstante quién dejaría la jaula de oro por la incertidumbre de la libertad? Nadie, todo el mundo prefiere soportar aquello que no le gusta por la comodidad que obtendrá después.
Es lo que todos llaman adaptación, o supervivencia, Enrico estaba seguro de que no era ni lo uno, ni lo otro, simplemente tenía miedo a tomar el control de su propia existencia en sus manos.
Miedo a dejar libre a la mariposa azul.
Pensando en eso, saco el prendedor que había adquirido en la tienda un par de horas antes. Por una extraña razón la joven le recordaba a una mariposa azul, jugó con el antiguo y fino prendedor un par de minutos más antes de decidirse.
— Por favor pídele a Bobby que esté listo, ya bajo.
Todavía le quedaba un par de citas y una cena, las cuales su secretaria tendría que ir agendando para otro día de la semana.
Su chófer ya lo estaba esperando con la puerta abierta para cuando él llegó al estacionamiento.
— Bien jefe a dónde quiere que lo lleve.
— Llévame al hotel donde se realizó la fiesta de compromiso el día de ayer.
— Tiene una cita con la señorita Salvatore ahí.
— No, no tengo ninguna cita, es más, no llegaremos directamente ahí, sino una calle antes.
Algo le ocurría a su jefe, era como ver a alguien desconocido, como si sufriera una especie de metamorfosis. El cambio parecía venirle bien, era descubrir un poco más del hombre para el cual llevaba trabajando más de 15 años. Si era buena o mala esa transformación no lo sabía con certeza, pero le gustaba.
— ¿Ocurre algo Bobby?
Le pregunto al ver cómo su chófer parecía no quitarle la vista a través del espejo retrovisor.
— No, nada jefe. Solo…— se aclaró la garganta antes de proseguir — que es la primera vez que lo veo feliz y muy sonriente.
— ¿Acaso insinúas que soy un viejo cascarrabias la mayor parte del tiempo?
— No, yo…
— Tranquilo Bobby, sé lo que quieres decir.
Le respondió dejando de observar a su chófer y concentrarse en las imágenes que pasaban rápidamente a través de la ventana del auto.
— Tampoco yo me reconozco el día de hoy.
Después de eso ambos hombres guardaron silencio hasta llegar a su destino.
— Debes de estar preparado para huir…
— ¿Huir?
— Si para huir o ir a rescatarme. — tras decir eso aflojó su corbata tirando de ella hasta quitársela, de la corbata le siguió la chaqueta de su traje sastre, quedándose únicamente con la camisa y el chaleco, saliendo del interior del auto y caminar hasta las mismas escaleras de servicio que le había visto subir a la joven el día de ayer.
— Bien, Enrico, es hora de subir a la torre.
Ni siquiera sabía por qué estaba volviendo él a la azotea, era una tontería que la joven volviera ahí, él mismo pensaba que era una pérdida de tiempo, no obstante, tal y como le había dicho, la dependienta para empezar un viaje se deje de empezar desde el principio, y el inicio de ese viaje que ahora parecía empezar a atravesar era justo ahí, subiendo esas escaleras hasta llegar a la terraza en la azotea.
Una vez llegó a la terraza casi estaba seguro de encontrar a la joven. Era algo curioso, aún podía notar la suave fragancia de su perfume ahí arriba.
— Te estás volviendo loco Enrico — se dijo así mismo, buscando el mejor lugar donde colocar el prendedor de mariposas junto a una pequeña nota.
«Hermosa joven que se atrevió a robar un beso, debo decir que ha cautivado por completo mi atención. ¿Podría ser usted la reina de las mariposas azules? Sí, es ese el caso, estoy seguro de que estás mariposas en el pasador, encontrarán la manera de llegar hasta usted, y hacerle llegar mis saludos. Con aprecio el caballero al que nunca nadie le había robado un beso»
No era la mejor nota, es más, ni siquiera sabía si lo que había escrito era lo adecuado o lo correcto, a su alrededor había un montón de pósits arrugados o por la mitad, tenía más de media arriba en la terraza, la luz del sol tenía unos veinte minutos en haberse ido, ahora lo que mantenía a la ciudad iluminada eran las grandes lámparas encendidas alrededor de la calle era momento de irse a menos que deseara sufrir un accidente al bajar.
Colocó el prendedor con la nota justo en el lugar donde la joven lo había besado antes de bajarse. Cinco minutos después subía a la parte de atrás del coche, donde un impaciente Bobby aguardaba con la puerta abierta para él.
— Ya iba a subir por usted jefe.
— Bueno, pero ya estoy aquí, por lo que es mejor que nos vayamos.
Justo en el momento que el auto de Enrico dejó el lugar, un taxi dobla justo en ese momento, deteniéndose precisamente en el lugar que momentos antes se había desocupado.