Capítulo 3 Mira su caso
Los ojos de Charles se fijaron en la mujer, su mirada era como el hielo: fría y penetrante. Su voz cortó el aire tenso, nítida y controlada. —No hace falta eso. El deber de un padre es velar por su hijo.
Detrás de él, la voz de Flint resonó con burla aguda, llena de desprecio. —Exactamente. La ropa del señor Hensley es hecha a medida. ¿Puedes permitirte reemplazarla? —Sus palabras destilaban desdén, su mirada clavada en Jessica.
Ninguna mujer se había atrevido jamás a acercarse al señor Hensley de esa manera. Ella era audaz, quizás demasiado.
Arthur, arrastrado por su madre, ya no pudo contenerse. —¡Solo son unos pantalones! ¡Yo los pagaré! —protestó con voz alzada. No iba a dejar que su madre cargara con la culpa de su error.
La mirada de Charles se desplazó hacia el niño, su expresión era indescifrable. Frunció el ceño, un destello de reconocimiento asomando en su interior. Había algo familiar en ese niño, algo que no lograba identificar.
Flint resopló. —¿Un mocoso como tú? ¿Y crees que puedes pagar? —Su tono era burlón, cargado de incredulidad.
Arthur corrió hacia su pequeña mochila amarilla de patito, luchando por sacar una diminuta alcancía. Volcó las monedas en el suelo, su tintineo rompiendo el silencio. —Aquí. ¿Es suficiente?
Charles echó un vistazo a las monedas esparcidas, su rostro impasible se suavizó apenas perceptiblemente. La más leve, casi imperceptible, sonrisa empezó a asomar en la comisura de sus labios.
—Guarda tu dinero —dijo, su voz ya no tan fría—. La próxima vez, ten más cuidado por dónde caminas.
Arthur frunció el ceño, sus pequeños puños apretados. —¿Cree que soy inútil? —le lanzó una mirada desafiante a Charles, con los ojos llenos de determinación.
Jessica, notando que la tensión había disminuido, tiró rápidamente de su hijo hacia la salida. No había razón para alargar aquello. No les estaban exigiendo responsabilidades, y lo mejor era irse antes de que la situación empeorara.
Murmuró más disculpas, sus palabras rápidas y entrecortadas. —De verdad, lamento mucho las molestias.
Repitió sus disculpas mientras recogía a Arthur a toda prisa, acelerando el paso al pasar junto a Charles. Un aroma tenue, desconocido pero extrañamente nostálgico, rozó la nariz de Charles.
Se quedó paralizado, el corazón latiéndole con fuerza. Entrecerró los ojos y giró bruscamente para seguir con la mirada las figuras que se alejaban.
Cuando volvió a mirar, ya habían desaparecido entre la multitud, apenas un borrón de movimiento.
Sus siluetas se desvanecieron en el caos del aeropuerto, pero Charles permaneció inmóvil, envuelto en una quietud inquebrantable.
Flint lo miró con curiosidad, su voz vacilante. —Señor Hensley... ¿les vamos a hacer pagar?
Charles afiló la mirada, sus ojos tan agudos como los de un halcón, mientras su respiración se calmaba. Ese aroma... ¿cómo era posible?
Había olido miles de perfumes a lo largo de los años, cada mujer dejando su propia huella. Pero nunca había encontrado el que buscaba: ese aroma que siempre se le escapaba.
—Averigua quién es esa mujer —ordenó, su voz fría y medida, cada palabra deliberada y definitiva.
Flint, sorprendido por la orden, dudó un instante pero luego asintió con firmeza. —Sí, señor.
Ninguna mujer había despertado antes el interés del señor Hensley, pero esta sí. Era madre, nada menos. ¿Sería posible que al señor Hensley le atrajeran las mujeres casadas? La idea era casi inconcebible.
Mientras tanto, Jessica y su hijo salieron del aeropuerto, el bullicio de los viajeros quedando atrás mientras tomaban un taxi. Una extraña inquietud la invadía.
La presencia de aquel hombre seguía rondando en su mente, como una sombra de la que no podía escapar. No lograba sacudirse la sensación de que unos ojos la observaban desde lejos.
Cuando llegaron a la casa de Selene, ella ya estaba esperando en la puerta, ansiosa.
En cuanto Jessica bajó del taxi, Selene prácticamente saltó hacia ella, los brazos abiertos en un abrazo cálido y apabullante. —¡Jessica! ¡Por fin has vuelto! ¡Te he echado tanto de menos!
La fuerza del abrazo de Selene dejó a Jessica sin aliento. Jadeó, sus costillas protestando bajo la presión. —¡Vale, vale, tranquila! ¡Me estás apretando demasiado, no puedo respirar!
Con una sonrisa afectuosa y algo resignada, Selene aflojó el abrazo, sus ojos brillando con amenaza de lágrimas. —¡Déjame verte bien! Una mujer que ya ha tenido un hijo... ¿cuánto has cambiado?
Retrocedió un paso y evaluó a Jessica con mirada apreciativa. —Sigues igual de guapa, ¿eh? ¡Seguro que podrías volver a romper corazones en la segunda ronda! —Su sonrisa era amplia, su admiración evidente.
—Selene, ¿qué es eso de ‘segunda ronda’? —preguntó Arthur, aferrando con fuerza su pequeña maleta, sus inocentes ojos negros parpadeando de curiosidad.
El rostro de Selene se suavizó, una sonrisa iluminando sus facciones. —¡Oh, tú debes ser Arthur! ¿Cómo puedes ser tan guapo y dulce? ¡Definitivamente eres hijo de tu madre! —Lo levantó sin previo aviso, envolviéndolo en un abrazo.
El rostro de Arthur se contrajo de alarma al verse atrapado en sus brazos, su pequeño cuerpo retorciéndose en un intento desesperado por escapar. Sus ojos buscaron a su madre, un ruego silencioso en su mirada. —¡Mami, ayúdame! —gritó.
Jessica no pudo evitar reír, aunque negó con la cabeza, resignada. —Es tu madrina, no una villana.
—¡Exactamente! ¡Tu madrina, pequeño! —insistió Selene con una sonrisa, apretándolo aún más—. Vamos, dilo: llámame ‘madrina’.
Arthur cruzó los brazos y frunció el ceño, su voz terca y firme. —Quiero a mi papá, no a la madrina.