Capítulo 8 ¿No tienes vergüenza?
Sebastián entrecerró los ojos y se inclinó hacia ella, su prominente nariz casi rozaba la de Annabeth. Se escuchaban respirar.
—Pero podría quitarte la vida en cualquier momento. —Bajó la voz, haciéndola sonar peligrosa y muy tentadora a la vez.
Annabeth permaneció tranquila y serena. Aunque estaba herida, su espalda estaba recta, como la de alguien que pasó por un largo entrenamiento.
—Podrías intentarlo. —Su voz no contenía ningún temor, solo una pizca de ansiosa anticipación. Cuando sus ojos se encontraron, no tenía miedo ni retroceso en su mirada. Sebastián se enderezó, pero su imponente figura aún se cernía sobre ella. Annabeth se sintió sin explicación irritada y, con un deje de indiferencia en la voz, dijo—: Quiero irme.
—¿No puedes hablar un poco más suave, mujer? —Sebastián apenas terminaba la frase cuando pareció darse cuenta de que se expresó mal. Le dio un vistazo a la figura menuda de Annabeth, su mirada se detuvo en su pecho por un momento. Una sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios—. ¡Ah!, me equivoqué, todavía no se te puede llamar mujer.
Annabeth frunció el ceño.
«Así es como suelo hablar. ¿Hablar con suavidad? ¿Qué significa eso?».
Al notar la mirada escrutadora de Sebastián, pudo percibir el desprecio en sus ojos. Respondió con seriedad:
—Aún estoy creciendo. Con el tiempo maduraré. —Sebastián se quedó mudo. Al ver que los labios de Sebastián se movían un par de veces, Annabeth pensó que él no le creía—. En serio —añadió ella. Sebastián se preguntó si acababa de traer a casa a un ser extraterrestre—. Tengo que irme —afirmó Annabeth, y retiró la aguja que tenía insertada en el brazo.
—¿Te vas así? ¿No quieres vivir? —La voz de Sebastián era fría y teñida de fastidio—. ¿Te das cuenta de lo mal que estás herida?
La expresión de Annabeth no cambió mientras miraba a Sebastián. Sin percibir ninguna mala intención por su parte, dijo:
—No voy a morir. Me siento mucho mejor. —Cuanto antes volviera, menos problemas tendría.
Su mirada era tan decidida que incluso despertó cierta emoción en Sebastián. Arrojó una prenda de ropa junto a Annabeth, su mirada recorrió su cuerpo, que estaba casi por completo envuelto en vendas.
—¿Puedes ponértela tú misma? —preguntó como si estuviera a propósito poniéndole las cosas difíciles.
Annabeth se quedó callada un momento y luego dijo:
—Por supuesto.
Los labios de Sebastián se curvaron un poco hacia arriba.
—Vístete y te dejaré marchar. De lo contrario, aunque consigas atravesar esta puerta, no podrás salir de esta finca.
Annabeth fijó su mirada en Sebastián con calma. Él tenía razón. Ella podía sentir que, más allá de la finca, estaba mucha gente y peligros desconocidos. Incluso si lograba salir de la habitación, no sería capaz de escapar de la finca, y mucho menos de la casa misma. Annabeth vio su ropa, que estaba rota y hecha jirones por ser cortada.
La mayor parte de su cuerpo estaba cubierto de vendas y ungüentos. Sin mediar palabra, quitó los jirones de ropa y los tiró al suelo. De repente, un fino sujetador rosa quedó al aire libre. Sebastián se quedó congelado en el sitio por un momento, y luego se dio la vuelta.
—¡Oye! Soy un hombre, ¿sabes? ¿No tienes vergüenza? —dijo apretando los dientes.
Se sentía como si sus veinte años de autodisciplina y compostura se destrozaran por Annabeth. Ninguna chica corriente haría algo así.
«Espera, ¿por qué me di la vuelta? Vi a muchas mujeres antes. Mujeres con figuras despampanantes y atuendos reveladores se me echan encima a diario. ¿En verdad hay necesidad de darse la vuelta solo por una joven como ella?».
Annabeth hizo una pausa y miró el sujetador. En el pasado, durante el combate, se ponía su atuendo de batalla sin avergonzarse, pero siempre llevaba una camiseta interior antibalas más fina debajo. En ese momento, Sebastián se giró una vez más, posando su mirada en su sujetador rosa. Annabeth levantó la cabeza y se encontró con la mirada de Sebastián.
—¡Date la vuelta!
Por fin, Sebastián notó una emoción diferente en el rostro de Annabeth. Una chispa de interés parpadeó en sus ojos. Era como descubrir un mundo nuevo.
—No.
Un leve rubor adornó de forma sutil las mejillas de Annabeth, pero rápido refrenó sus emociones. El interés de Sebastián, evidente en sus ojos, se intensificó al notarlo.
«Interesante».
Annabeth se mordió el labio inferior. Era experta en leer la situación, y sabía que no podía permitirse enfrentarse al hombre que tenía delante ahora mismo. Le dieron una segunda oportunidad en la vida, y no podía permitirse perderla de forma tan descuidada. Annabeth miró a Sebastián con frialdad, luchando por ponerse la ropa. El vendaje de su brazo se lo dificultaba bastante.