Capítulo 2 Darle una lección
Chiara se quitó los zapatos y se tumbó en la mesa de operaciones. A pesar de haberse preparado, aun así sentía un frío glacial. «No puedo tener este bebé. Todavía estoy en la universidad, así que me mirarán por encima del hombro…».
—Lo siento, bebé… —Chiara mostró un ápice de renuencia mientras posaba una mano en la barriga.
Justo cuando la cirugía iba a empezar, la puerta del quirófano se abrió a la fuerza de una vigorosa patada. Entonces un grupo de hombres vistiendo trajes negros entró, llenando todo el quirófano al instante.
—¿Q… Quiénes son?
La doctora y las enfermeras se sorprendieron por esta situación inesperada. El bisturí cayó a la mesa de operaciones con un ruido, despertando a Chiara. Lo siguiente que ella supo, un hombre se acercó y la inmovilizó antes de inyectarle con un sedante.
Esta serie de eventos dejó estupefactas a la doctora y enfermeras. El hombre, que aún seguía ahí, se sacó un fajo grueso de dinero del bolsillo y se lo lanzó a la doctora mientras preguntaba en voz fría:
—Esta mujer nunca ha venido aquí. ¿Entendido?
—En… Entendido. —La doctora y las pocas enfermeras temblaron de miedo.
…
Chiara se despertó aturdida de la anestesia, encontrándose en un lujoso dormitorio. Dio la casualidad de que en ese momento, alguien abrió la puerta y entró.
La persona que entró era un hombre de mediana edad que llevaba un plato exquisito de comida entre las manos. Viendo que Chiara le observaba con recelo, le saludó con una sonrisa:
—¿Está despierta, Srta. Arévalo?
—¿Co… Cómo sabías que me apellido Arévalo? —Chiara se puso a la defensiva; este hombre sabía quién era ella, pero ella no le conocía—. ¿Por qué me habéis traído aquí?
—Srta. Arévalo, lo que ocurrió esa noche… Fue un accidente.
¡Habían preparado a la señorita equivocada para aquella noche!
El mayordomo dijo disculpándose:
—Nuestro joven amo no quería seguir con este asunto, pero no esperábamos que usted se quedara embarazada, Srta. Arévalo. Pero ya que está embarazada, debe dar a luz al bebé.
¡Chiara comprendió al instante que el joven amo al que se refería debía ser el hombre deplorable al que ella había perdido la virginidad!
—¿Por qué? ¿Qué le da el derecho de hacerlo? ¡Dile a tu joven amo que abortaré a mi bebé como yo quiera!
El mayordomo no tuvo más remedio que entregar a Chiara el periódico que trajo consigo.
—¿Por qué no echa un vistazo a esto primero?
Chiara no quiso aceptar el periódico de él, pero sin querer avistó un llamativo titular de este. Ponía: “¡Delatan al Grupo Arévalo por utilizar materiales falsos! ¿Cómo debería el Grupo Arévalo arreglar esta crisis tras el desplome de sus acciones esta mañana?”.
Al ver eso, Chiara arrebató el periódico del mayordomo. Tras leerse el reportaje, se le puso la cara pálida como una sábana, y fulminó al mayordomo con una mirada furiosa.
—¿Esto es obra de tu joven amo, verdad? ¿Co… Cómo ha podido ser tan descarado tu joven amo…?
El mayordomo no se inmutó.
—Srta. Arévalo, los Arévalo estarán bien siempre y cuando usted dé a luz al bebé. No solo eso, sino que también recibirá 20 millones. No creo que usted quiera que los Arévalo vayan a la bancarrota, ¿verdad, Srta. Arévalo?
Chiara agarró el periódico con fuerza al tiempo que el mayordomo le entregaba un documento sin decir nada. Mirando el documento, ella vaciló durante un buen rato. Al final, apretó los dientes y tomó una decisión, diciendo:
—¡Lo firmaré!
Era evidente que el mayordomo quedó satisfecho tras obtener el documento firmado. Dijo:
—Por favor, quédese tranquila, Srta. Arévalo. Una vez que el bebé nazca sano y salvo, nuestro joven amo sin duda cumplirá su promesa.
Ocho meses más tarde…
¡Craaac!
El repentino trueno afuera despertó a Chiara de golpe.
Sentía un dolor insoportable en su barriga. Reuniendo toda su fuerza, alcanzó a tocar el pequeño timbre en la mesita de noche. Entonces, toda su visión se ennegreció, y cayó inconsciente.
—¡Está aquí! ¡Ha salido el bebé!
Chiara jadeó al tiempo que oía vagamente los llantos fuertes de un bebé. Abrió los ojos a duras penas, pero la enfermera se había llevado al bebé antes de que ella pudiera ver cómo era.
Varios minutos más tarde, le trasladaron a la sala y entró el mayordomo. Chiara estaba tan dolorida que seguía agarrándose a las sábanas.
—¿Dónde está el bebé?
—Han llevado al bebé a casa del joven amo. Es un niño sano —contestó el mayordomo. Entonces puso un sobre en la mesita—. Aquí tiene un cheque para 20 millones. Gracias, Srta. Arévalo. —Con eso, se alistó para irse.
—No, por favor, déjame ver al bebé… —Azorada, Chiara se quitó las sábanas de encima y estaba a punto de salir de la cama.
«¡Es mi bebé, pase lo que pase!».
Sin embargo, no tenía fuerza suficiente, entonces cayó al suelo enseguida. Solo pudo mirar cómo se marchaba el mayordomo mientras los espasmos de dolor en su barriga le hacían gritar agonizada:
—Por favor, déjame ver al bebé…
Varios minutos después, vino una enfermera para traer medicamentos a Chiara. Al ver que yacía en el suelo, la enfermera la levantó con rapidez, solo para encontrar que tenía la mano llena de sangre.
Al instante, el rostro de la enfermera se puso mortalmente pálido. Mientras salía agitada de la sala, Chiara, que estaba cayendo en coma, pudo oír vagamente a la mujer decir in estado de pánico:
—¡Malas noticias, Dr. Hidalgo! ¡Hay otro bebé en el vientre de esta mujer embarazada!