Capítulo 2 El pequeño inútil vuelve a escapar
A Madeline le importaban un bledo la riqueza y las posesiones de la familia Quincy o de la familia Grant. Para ella, no eran nada. Sin embargo, al principio de su calvario, había jurado que mientras siguiera viva, volvería y se vengaría de Angie.
No iba a permitir que el asesino de Gordon quedara impune, ni que quienes la habían incriminado y causado sufrimiento quedaran impunes. Se negaba a cargar con el peso de sus fechorías mientras ellos se enriquecían a su costa.
En ese momento, su asistente, Albert, le recordó con respeto:
—Señora Grant, el coche del señor Quincy ya está al pie de la colina. Deberíamos irnos ya.
Los ojos de Madeline brillaron con frialdad. Volvió a ponerse las gafas de sol y presentó sus últimos respetos a Gordon, murmurando:
—Tengo que irme, Gordon. Volveré a visitarte de vuelta. Cuando eso pase, será el aniversario de la muerte de Angie!
Bajó la colina con cuidado de no dar un paso en falso con sus tacones.
—¡¿Está todo listo para la cena benéfica?!
—¡Sí, ya he puesto a la Señorita Angie en la lista negra del Banquete Benéfico Internacional! Ha hecho muchas cosas caritativas en nombre de Gordon, y ha sido apodada la princesa caritativa de Imperia, ¿verdad? Pues ni siquiera podrá pasar por la puerta para asistir a la cena. Eso debería mostrar su verdadera cara; ¡a ver cómo va a casarse con la familia Quincy después de semejante desgracia!
Madeline asintió en señal de aprobación:
—Bien hecho, Albert. Asegúrate de vigilar a Thomas; no dejes que se escape y cause problemas.
Thomas era el hijo de Madeline y un maleante completo.
—Sí, Señora Grant.
Como se suele decir, el mundo es un pañuelo. Mientras los dos bajaban la colina, se encontraron con Noah y su séquito.
Éste estaba rodeado de guardaespaldas vestidos de negro, pero Madeline vislumbró su alta y atractiva figura. También vestía del mismo color, y sus ojos oscuros seguían siendo tan agudos y afilados como los de un halcón. Hasta su gesto más sencillo parecía irradiar desdén, como un monarca dando órdenes desde lo alto.
En los cinco años transcurridos, había madurado y su porte se había vuelto incluso arrogante en un nivel aristocrático. No cabe duda que no era alguien con quien cruzarse.
Bajo su liderazgo, la Corporación Quinton había salido indemne de su grave situación. De hecho, en tan sólo esos cinco cortos años, toda la empresa se había expandido de inmediato hasta convertirse en la tercera entidad económica más grande del mundo. Su valor de mercado se había multiplicado por doce, haciendo a la familia Quincy millonaria, y gigantes de la industria en la nación de Tiberos.
Le seguía Angie con actitud discreta. En todo ese tiempo, también era la primera vez que volvía a encontrarse con ella.
Llevaba un costoso vestido negro de alta costura. Se había maquillado con esmero y estaba radiante. Con expresión apesadumbrada, siguió a Noah, con el aspecto de una joven indefensa y tímida. Los años transcurridos parecían haberla tratado bien.
Madeline pasó por delante de todo el séquito, ignorándolos. Ni siquiera miró a Noah. Sin embargo, desde detrás de sus gafas de sol, clavó una mirada gélida en el rostro de Angie y soltó una sonrisa burlona.
En ese mismo momento, Angie estaba imaginando con felicidad la buena vida que tendría después de convertirse en la señora de Noah Quincy. Se sentía aún más feliz porque por fin había conseguido deshacerse del mocoso hijo de Noah, y nada menos que en el aniversario de la muerte de Gordon y Madeline. Era muy satisfactorio contemplarlo.
Sin embargo, en el instante en que esta última la rozó, sintió de repente una sensación de peligro inminente. Nunca se había topado con una mujer que irradiara una elegancia y una belleza tan intocables, así que no pudo evitar dirigir una mirada de envidia hacia ella. De algún modo, se sentía incómoda, aunque le resultaba imposible precisar el origen de ese sentimiento.
Se intensificó cuando el grupo llegó a la tumba de Gordon y vio el ramo de lirios recién colocado. Noah se incorporó en medio de las ráfagas de viento y se quedó mirando el ramo, con las cejas fruncidas.
—¡¿Quién ha estado aquí?! —cuestionó.
Angie pensó de inmediato en la misteriosa mujer que había visto antes. Sin embargo, al mirar a su alrededor, ya había desaparecido.
¡¿Cuál era su relación con la familia Quincy?! ¡¿Por qué había ido a presentar sus respetos a Gordon?!
«No, no puede ser», se dijo a sí misma que estaba haciendo una montaña de un grano de arena; la gente que se había interpuesto en su camino ya estaba muerta. Era imposible que volvieran de la tumba y supusieran una amenaza.
Fue en ese momento cuando alguien descubrió que algo iba mal. La persona en cuestión era Wayne Hudson, el asistente de Noah.
Mientras miraba preocupado a su alrededor, se dio cuenta de que el joven Colton había desaparecido. Colton era el hijo de Noah y había ido con ellos a visitar el cementerio. En su frenesí, alertó a su jefe:
—Señor, Colton parece haber desaparecido.
Noah se quedó inmóvil y su expresión se endureció. Dirigió una mirada fría a las personas que le acompañaban y espetó:
—¿Qué quieres decir con esto?
—Colton estaba con nosotros hace un momento. Es mi culpa; no estaba tan alerta...
Angie sabía muy bien dónde estaba Colton, por supuesto. Sin embargo, fingió una expresión de ansiedad, como si acabara de descubrir que el mocoso había desaparecido. Se puso tan nerviosa que parecía que iba a llorar de pánico.
Hizo ademán de buscar por todas partes en un frenesí.
—¿Cómo es posible? Estaba aquí hace un momento. ¿Cómo ha podido desaparecer así?
—¡Date prisa y búscalo ahora! —ordenó Noah con actitud fría.
—Sí, señor.
...
Madeline lanzó una mirada hacia atrás cuando llegó al pie de la colina. No esperaba que Noah fuera con esa zorra asesina, Angie, a visitar la tumba de Gordon ese mismo día.
Al parecer, Angie se había vuelto demasiado cómoda en su ausencia. ¡Incluso tuvo el descaro de venir a presentar sus respetos al hombre que asesinó!
La felicidad de Angie no duraría mucho tiempo.
Madeline tenía toda la intención de esperar el momento en que su pérfida hermana gemela se arrodillara ante ella llorando y le pidiera perdón. Justo cuando estaba a punto de entrar en su coche y marcharse, de repente oyó un grito de socorro muy débil.
—Ayuda... por favor...
Miró a su alrededor y su mirada se posó en un niño que yacía al pie de la colina que conducía al cementerio. Estaba muy magullado y tenía moretones. Su expresión cambió en un instante. De inmediato, ordenó:
—¡Ve a rescatarlo!
Albert corrió de inmediato hacia allí y regresó enseguida con el niño en brazos.
—¡Señora Madeline, parece que se ha resbalado y ha caído por la colina de alguna manera!
Ordenó de inmediato a Albert que llevara al niño al coche y lo dejara en el asiento trasero para que ella misma pudiera ver cómo estaba.
El rostro del chiquillo estaba cubierto de sangre, por lo que no podía ver con claridad sus rasgos. Su traje negro también estaba manchado de sangre y respiraba con dificultad. En su frente ya se estaba formando un sudor frío, y hacía tiempo que había dejado de intentar moverse.
El joven estaba malherido, de eso no cabía duda. Tenía múltiples huesos rotos y numerosas contusiones por todo el cuerpo. Si los árboles no lo hubieran amortiguado, seguramente habría muerto.
Por suerte, el chico no parecía tener heridas internas. También parecía encantado de que Madeline había estado cerca para salvarlo.
Sin embargo, las heridas le causaban un intenso dolor y no podía evitar parecer aterrorizado. Se aferró con tenacidad a ella y se negó a soltarla.
—Tengo miedo… ayúdame, mamá…
Su aterrorizada súplica llegó de inmediato al corazón de Madeline. De inmediato, ordenó:
—¡Llama a Andy de inmediato y ve directo al hospital!
—¡Sí, Señora Madeline!
Por desgracia, el chico no llevaba ningún documento identificativo. Madeline le habló con mucha suavidad por miedo a asustarle.
—Precioso mío, no te asustes. ¿Puedes decirme dónde está tu mamá? ¡¿Sabes cómo contactar con ella?!
La respiración de Colton era aún más superficial; estaba muy cerca de las puertas de la muerte y no podía decir ni una palabra. Sus pequeñas manos sangrantes se aferraban a la manga de Madeline, soportando el terrible dolor sin decir una palabra.
Sus ojos brillantes y feroces estaban húmedos y las lágrimas se derramaban por sus mejillas.
Madeline no sabía por qué, pero de repente una inexplicable oleada de dolor se apoderó de su corazón. Con ternura, estrechó al niño entre sus brazos.
—Oh, mi precioso pequeño, no tengas miedo. Primero te llevaré al hospital y después te ayudaré a buscar a tu mamá... No te duermas, ¿quieres? Abre los ojos, buen chico... ¡mírame! No te duermas.
En cuanto llegaron al hospital, el niño fue trasladado de inmediato al quirófano, donde al final se le declaró fuera de peligro tras una larga sesión de tratamiento.
Madeline permaneció a su lado en la habitación después de que él saliera del quirófano y no se marchó, ni siquiera un minuto.
Este niño tenía la misma edad que sus dos hijos. Por alguna razón, le dolía el corazón cada vez que lo veía. Le recordaba al hijo que Noah le había arrebatado. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que el chico no tendría una vida agradable mientras Angie estuviera allí.
—¿Señorita Madeline?
De repente, oyó que alguien la llamaba, devolviéndola al presente. Albert se apresuró a acercarse. Estaba a punto de hablar, pero dudó un momento.
—Señora Madeline, es el joven Thomas. Se ha vuelto a escapar.
Sobresaltada, Madeline levantó la vista:
—¿Otra vez? ¿Sabes dónde ha ido?
—¡Ha venido escondido en la bodega y nos ha seguido hasta aquí! Por desgracia, en cuanto localizamos su paradero, desapareció. Me ha dicho que te diga que no te preocupes, que no va a hacer nada malo. Sólo quiere localizar a su papá. Una vez que haya hecho que su padre se arrepienta de lo mal que te trató, se... ¡se irá a casa sin rechistar!
¡¿Thomas quería localizar a su papá?! Ella no quería que Noah supiera de la existencia de Thomas y Zeke, ni podía permitir que su hijo se pusiera en peligro.
—De acuerdo. Yo me encargo de esto.
«El pequeño alborotador se estaba poniendo inquieto, ¿eh?», pensó. Estaba decidida a llevar ella misma a Thomas a casa. Cruzó sus largas y delgadas piernas y se acomodó en el sofá de la habitación. Agarró el portátil que tenía a su lado, lo abrió y empezó a buscar a su hijo.