Capítulo 7 La propuesta
—No te asustes, tranquila —susurró con voz suave María Paz—, no vengo a nada malo, solo deseo charlar contigo.
—¿Conmigo? —indagó Paula, abriendo sus ojos de par en par.
María Paz le brindó una cálida sonrisa.
—¿En dónde tendremos privacidad? —cuestionó.
Paula deglutió la saliva con dificultad, su pieza era muy sencilla, le dio pena con la elegante señora, sin embargo, no tenía otro sitio en el cual recibirla.
—Mi habitación es muy sencilla, ¿desea seguir? —Señaló con su mano hacia una envejecida puerta de madera.
—Vamos —respondió Paz, y caminó tras de ella.
Paula con cierto recelo abrió la puerta, era humilde, pero le gustaba tener todo limpio y en orden.
—Siga señora.
María Paz ingresó a la pieza, miró a su alrededor, la pintura de las paredes estaba desgastada, el piso de madera crujía con sus pasos, observó dos camas sencillas, una mesa en donde reposaba una simple cocineta, tenían un estante plástico para verduras, un pequeño mini refrigerador. El olor a humedad se impregnó en las fosas nasales de Paz, empezó a toser.
—Disculpe —dijo Paula con humildad, abrió la única ventana—, tome asiento —solicitó y le pasó una silla metálica.
—Gracias —respondió Paz, sacó un pañuelo para limpiarse y aclararse la garganta. —¿Cómo van las ventas?
Paula se quedó de pie, plantó su vista en la dama cuando hizo esa pregunta.
—No se burle de mi señora —espetó con seriedad—, luego que su hijo logró que los municipales confiscaran mi carrito, no he vuelto a salir a vender —aclaró y colocó sus manos en la cintura.
Paz se aclaró la voz.
—No he venido a ofenderte, todo lo contrario, vine a charlar contigo. —La miró con ternura—, me gustaría ofrecerte mi ayuda.
Paula negó con la cabeza, caminó por la pieza como un león enjaulado.
—Nunca me ha gustado inspirar lástima señora, no me mire de esa forma —advirtió—, durante años he salido adelante sola, sin ayuda de nadie. ¿Por qué ahora usted pretende hacerlo? ¿Para pagar las culpas de su hijo? —rebatió cuestionando a Paz—, por eso es caprichoso y malcriado —susurró.
Paz se puso de pie al escucharla, resopló y luego la observó con seriedad.
—¡Paula! —pronunció con firmeza—, si yo quisiera pagar por los actos irreverentes de mi hijo, no me habría tomado la molestia de venir hasta acá, simplemente te habría mandado de regreso tu carreta —expresó y resopló—, por el contrario, requiero que me ayudes a darle una lección a Juan Andrés —solicitó.
Paula palideció al escucharla, de un solo golpe dejó caer su cuerpo en la cama, sorprendida.
—¿Qué? ¿Se enloqueció, señora?
*****
Juan Andrés arreglaba el cuello de su camisa mirándose al espejo, ladeó los labios al ver su reflejo.
—Eres irresistible —se dijo así mismo.
En ese momento su móvil empezó a sonar, se dirigió a la mesa de noche, y frunció los labios al ver de quién se trataba. No contestó, pero esa persona insistió, y él no tuvo más remedio que responder.
—¿Hasta cuándo te espero por lo mío? —cuestionó la aguda voz de un hombre.
Juan Andrés resopló.
—He tenido unos problemas económicos, dame unos días para terminar de juntar el dinero, es demasiado, no puedo conseguirlo de la noche a la mañana.
—Eso debiste pensar antes de meterte a apostar —rugió aquella persona—, sabes bien que las deudas en este país son sagradas, si no tienes dinero, te cobraremos de otro modo. —Colgó la llamada.
—M@ldición —rugió Juan Andrés, apretó los parpados—, tendré que deshacerme de ti —dijo mirando su Rolex de oro, que le regaló su mamá cuando cumplió dieciocho años.
Guardó la joya en el estuche y en ese momento su hermano gemelo interrumpió en la alcoba.
—¿A dónde llevas el reloj? —indagó con seriedad al ver que su hermano lo guardaba en el bolsillo de la chaqueta. —¿Vas a empeñar esa joya que nuestra madre te regaló? —rugió, resoplando.
—El dueño de la casa de apuestas me está presionando —comentó Juan Andrés y frunció los labios. —¿Crees que mi papá me va a soltar diez mil dólares de la noche a la mañana?
Miguel palideció por completo, sus ojos se abrieron con amplitud.
—Eso son como cincuenta millones de pesos —rebatió—, no puedo creer que perdieras esa cantidad, eres un inconsciente —recriminó tirando de los rubios mechones de su cabello—, haces cosas incomprensibles, castigándote por lo que ocurrió hace años, eso no fue tu culpa.
Andrew azotó la puerta con dureza, volteó y enfocó su azulada mirada en los ojos de su hermano.
—No vuelvas a repetir eso, pude haberlo evitado —expresó con la voz entrecortada.
—¡No podías hacer nada por él! —gritó Juan Miguel—, estaba demasiado metido en ese mundo.
—¡Ya cállate! —vociferó Andrew, la garganta se le secó—, si yo hubiera hablado…
—¡No era tu responsabilidad! —rebatió Juan Miguel respirando agitado.
—¡Era mi mejor amigo! —exclamó Juan Andrés, los ojos se le llenaron de lágrimas y salió despavorido de la habitación, sintiendo un dolor muy fuerte en el alma.
****
—Lo que usted me pide es una locura, señora —manifestó Paula, negando con la cabeza—, yo no soporto a su hijo, y usted pretende que finja ser su esposa. ¿Se ha vuelto loca? —Observó a la dama con atención.
—Es posible que la idea sea descabellada, pero anhelo que él conozca lo que es la pobreza, sin el ánimo de ofender, quiero que sepa lo que cuesta llevarse el pan a la boca cada noche, y tú eres la única que puede ayudarme, por favor —suplicó con la mirada cristalina—, no quiero que mi hijo destruya su vida, también eres madre, debes entender mi angustia.
Paula se quedó en silencio, pensó en el pequeño Cristhopher y lo solo y desprotegido que iba a quedar con su partida, el alma se le estremeció, descubrió como la señora Duque, lloraba sin consuelo.
—La comprendo, señora, pero no me pida esa locura —expresó Paula con tristeza.
—Me haré cargo de tus gastos médicos, de la operación, a cambio de lo que te pido.
Paula abrió los labios, sorprendida.
—¿Cómo sabe usted de mi enfermedad? —vociferó y empezó a temblar.
—Tranquila, cometí la indiscreción de mandarte a investigar, no podría hacerle una propuesta de este tipo a cualquier persona, no lo tomes a mal.
—¡Salga señora! —gritó Paula—, yo no soy una mercancía, usted es igual a su hijo, cree que el dinero lo compra todo, pero se equivoca, Paula Osorio no tiene precio. —Apretó los puños.
Paz se puso de pie y suspiró profundo.
—Puede que tengas razón, pero hay cosas que el dinero puede solucionar, y eso es salvarte la vida, piensa en tu hijo, si decide cambiar de opinión, llámame —dijo la señora y dejó sobre la cama su tarjeta con sus datos personales.
Cuando María Paz abandonó la pieza, Paula tomó la tarjeta y la tiró a la basura.
«Ni loca me convierto en la esposa de mentira de Juan Andrés Duque»