Capítulo 8
Helena se quedó estupefacta cuando vio la imponente figura de su exmarido en la puerta, las emociones le estaban jugando una mala pasada, entre el alcohol y la nostalgia comenzó a sentirse insegura.
—¿Qué haces aquí Maximilien? —preguntó ella.
—Olvidaste el collar qué te obsequió tu papá —respondió Maximilien mirándola de arriba abajo.
—Gracias por traérmelo, este collar es muy importante para mí, es uno de los pocos recuerdos que tengo de mi papá —respondió agradecida.
—Lo sé, ¿puedo pasar o estás acompañada? —la interrogó.
—Tengo compañía —expresó ella con doble intención.
—Entonces no te interrumpo más —comentó Maximilien bastante molesto.
Cuando él se disponía a marcharse, Karen intervino salvando la situación.
—En efecto guapo, Helena está acompañada, pero por mí, así que no tienes que preocuparte, yo ya me iba —dijo ella mientras se marchaba para dejarlos a solas.
Maximilien se sintió avergonzado por lo que acababa de ocurrir, se estaba comportando como un exmarido celoso, y por mucho que quisiera ocultarlo, su reacción había sido evidente ante los ojos de las chicas.
—Pasa, ¿O te vas a quedar parado ahí en la puerta? —preguntó Helena.
—Sólo venía a regresar lo que dejaste olvidado en mi casa —le dijo fríamente.
—Entiendo, entonces no te hubieras tomado la molestia de traérmelo personalmente, con enviarlo con Matt habría sido suficiente —contestó ella regresando su indiferencia.
Eliza se condujo hasta el interior de la casa, y casi en automático Maximilien siguió tras ella. Se sentó y se sirvió una copa y le sirvió otra a él. Se miraban como en los viejos tiempos, estando cara a cara no existían los fantasmas del pasado, sólo ellos dos.
—¿Cómo van las cosas con Billy? ¿Pudiste hablar con él? —preguntó ella para romper el hielo.
—Sí, de eso ya hace tiempo, me prometió que no volvería a acercarse a tu hermana —indicó.
—Ana está cada vez más rebelde, y mamá no es de mucha ayuda, por lo que lo más probable es que en cuanto Billy regrese vuelvan a estar juntos señaló preocupada.
—Entonces habrá que buscar una solución más drástica —sugirió el.
—¿A qué te refieres? —preguntó.
—La única solución que se me ocurre es que tu mamá y tu hermana se vayan de viaje por un largo tiempo —sugirió él.
—No me parece una buena idea, nuestra economía no es muy buena y lo sabes, no nos podemos permitir algo así —contestó Helena.
—La responsabilidad también es de mi familia, así que yo correré con todos los gastos no te preocupes propuso Maximilien.
—No puedo aceptarlo, la única manera en que podría hacerlo es si se trata de un préstamo —le dijo.
—Como quieras, pero esto urge así que mañana pasaré por ti para que vayamos a verlas —concluyó.
Helena estaba confundida, pues aun cuando sabía que Maximilien tenía razón, y que la solución que proponía era la adecuada, ahora tendría que deberle otro favor más, y por si fuera poco tendrían que seguirse viendo, situación que le incomodaba.
En el cielo se vislumbraba una tormenta, y cuando Maximilien había decidido irse la lluvia empezó a intensificarse.
—No puedes irte así —señaló Helena.
—Creo que no, así que supongo que ahora te tocará a ti ser mi anfitriona y dejarme pasar la noche en tu casa —señaló él.
Parecía que el destino estaba empeñado en reunirnos, todo se confabulaba para ponerlos en situaciones peligrosas, ambos estaban muy nerviosos, pues el solo hecho de encontrarse frente a frente suponía una tentación demasiado grande.
Helena preparó la habitación de al lado para que su exesposo pasara la noche, se puso un pijama discreto para pasar desapercibida ante sus ojos, sin embargo, ocurrió todo lo contrario.
—Tu habitación está lista, puedes ocuparla cuando quieras —comentó nerviosa.
—Gracias le contestó nervioso mirándola con ojos de deseo.
—Ese pijama te queda muy bien, sigues teniendo una figura exquisita —dijo Maximilien en tono seductor.
Helena se acomodó el cabello y se aclaró la garganta nerviosa por lo que él acababa de decirle, él la miró provocando que se sonrojara, pasó muy cerca de ella y le retiró un mechón de la cara.
—Buenas noches —Helena acertó a decir mientras se dirigía a la habitación.
La atmósfera estaba cargada de electricidad, la magia que producía el efecto de las copas que traían encima, más el deseo que existía entre los dos lo complicaban todo.
Estaba cada uno en su habitación y sin embargo sentían que los separaba una muralla, se encontraban tan cerca, pero a la vez tan lejos, con el deseo a flor de piel y con ganas de olvidarse de lo que era correcto para pasar a lo que anhelaban sus cuerpos.
No durmieron en toda la noche, daban vueltas en la cama, cada uno en su habitación, imaginando que alguno se atrevería a dar ese paso que marcaría la diferencia entre ellos.
Llegó el momento de levantarse y un delicioso aroma a café inundó la casa, él había preparado el desayuno como en los viejos tiempos y la esperaba con una taza de café.
Se encontraba sin camisa y luciendo su atlético cuerpo, brazos bien formados, pectorales sumamente trabajados y una piel que incitaba a tocarla ya fuera con las manos o con los labios.
—¿Se te pegaron las sábanas? —preguntó Maximilien esbozando una leve sonrisa.
—Algo así —respondió ella.
—Veo que preparaste el desayuno, qué bueno porque me muero de hambre —comentó mientras tomaba una taza de café que Maximilien le ofrecía.
—Necesito ducharme, ¿no hay problema si uso tu baño verdad? —preguntó.
—No, ningún problema, cuando terminemos de desayunar te llevo lo necesario para que puedas ducharte se ofreció amablemente.
Todo transcurrió de manera normal, excepto por las miradas y los silencios incómodos, era evidente que lo que estaba sucediendo traía al presente recuerdos que se convertían en una tentación inminente.
Maximilien ingresó a la habitación y dejó las puertas abiertas de par en par, por lo que Eliza pensó que todavía no se había metido a la ducha.
Entró para llevarle la toalla y cuál sería su sorpresa al ver que estaba totalmente desnudo.
Abrió los ojos como platos, impresionada por la masculinidad de aquel hombre que la dejaba sin aliento, un cuerpo perfecto, atlético que incitaba a echarse en sus brazos y traer a ese momento las memorias de un pasado que se resistía a ser enterrado.
—Lo siento, no sabía que no estabas visible —acertó a decir ella.
—Quita esa cara, ni que fuera la primera vez que me ves así —señaló con picardía.
Helena estaba tan nerviosa que sólo se dio la vuelta y se alejó, no se esperaba presenciar algo como eso en su propia casa, ahora los recuerdos la perseguirían y eso avivaría más lo que estaba sintiendo.
—Por fortuna siempre traigo un cambio extra de ropa, tú sabes constantemente tengo reuniones y es mejor estar preparado —comentó.
Helena no sabía qué decir, estaba obnubilada con ese hombre, ni siquiera había terminado de arreglarse, así que lo dejó solo y entró a su habitación.
Cuando salió, ahora quien estaba embelesado mirándola era Maximilien.
—Estás bellísima, tu rostro y tu cuerpo siguen siendo hermosos —señaló él quién seguía mirándola impresionado.
—Creo que debemos irnos, se hace tarde y ambos tenemos actividades por hacer —sugirió ella acabando con la magia que se estaba gestando.
En el camino rumbo a la casa de la mamá de Helena, el silencio fue predominante, pero no hacía falta hablar, con las miradas lo decían todo, la chispa que existía entre los dos saltaba a la vista.
Llegaron y Clarisa los recibió con una sonrisa de oreja a oreja, pero no precisamente por su hija, sino por la compañía que llevaba.
—Qué sorpresa, ¿ustedes dos juntos? Me encanta verlos así —exclamó Clarisa.
—Hola Clarisa, iré directo al asunto, es necesario alejar a Ana del país —indicó Maximilien dejando a la mujer sorprendida.
—No, eso no es necesario, mi hija prometió alejarse de Billy, y él no creo que vuelva a buscarla, no pueden separarla de mí —protestó.
—No irá sola, si tú quieres, puedes acompañarla —sugirió.
A Clarisa se le iluminaron los ojos por la emoción que sintió, hacía tanto que no viajaba, y pensar que lo haría con todos los lujos y comodidades que seguramente Maximilien les proporcionaría, la entusiasmaba demasiado.
—Supongo que entre más distancia exista será mejor, por lo que considero debemos viajar a un país lejano, qué remedio, a grandes males grandes soluciones alardeó ella.
—Quiero que estén listas mañana, Matt vendrá a recogerlas para llevarlas al aeropuerto, y no se preocupen, yo me haré cargo de todo, tú sólo encárgate de qué Ana acceda a ir contigo en el viaje —concluyó Maximilien.
—No te preocupes querido, eso no será un problema, estaremos listas a la hora que tú digas —puntualizó Clarisa.
Ella ni siquiera se despidió, se dio la vuelta y se fue dando pequeños saltos como si se tratara de una niña a quien le habían obsequiado un juguete.
Ellos se marcharon, la solución aparente al problema que estaban presentando los dejó un poco más tranquilos, Helena se quedó en su oficina, se bajó del coche y se despidió de Maximilien cordialmente, como si se tratara de un buen amigo.
Cuando se disponía a tomar el ascensor, sintió qué un brazo fuerte la sujetaba impidiéndole el paso.
—¿De dónde vienes con ese tipo Helena? —le gritó Toni enfurecido.
—Qué te pasa Toni, ¿cómo te atreves a hablarme así?, yo no tengo porque darte ninguna explicación —le recordó ella.
—Te recuerdo que ese tipo dudó de ti, se atrevió a calumniarte, ¿y aun así sigues enredándote con él? —le soltó enardecido.
Helena no se esperaba las palabras de Toni, jamás se había portado de esa manera, actuaba como si fuera un novio celoso, más que celoso estaba fuera de sí, así que ella lo dejó hablando solo y subió a la oficina, dejando al hombre consumido en el coraje y los celos terribles que estaba experimentando en ese momento.