Capítulo 6

Al ver el nombre de la prometida de Maximilien en la pantalla de su celular, Helena sintió como le hervía la sangre al imaginarse a esa mujer con el que había sido su marido, sabía que ya no tenía ningún derecho, y sin embargo no podía evitar que le doliera. Maximilien se apartó un poco para contestar la llamada, dejando a Helena con una profunda tristeza. —¿Qué pasó Diana? —preguntó Maximilien furioso por la interrupción. —¿Y todavía me preguntas?, habíamos quedado de cenar juntos en casa de mis padres, no puede ser que lo hayas olvidado —le recriminó ella. —Tuve cosas que hacer Diana, por ahora no podré acompañarte, tal vez luego —dijo Maximilien cortando abruptamente la comunicación. El regresó junto a Helena, quería seguir la charla donde la dejaron, pero ella no estaba dispuesta, se le veía visiblemente molesta y lo miraba con una profunda decepción aunado al dolor que estaba experimentando. —Necesito qué me aclares eso qué dijiste Helena, ¿piensas que a estas alturas voy a creer en esos inventos? —preguntó él intrigado. —Me tiene sin cuidado lo que creas o no, ve a pedirle explicaciones a tu prometida, porque yo a ti no tengo porque rendirte cuentas —respondió Ella Indignada. —Estás muy equivocada si crees que aún me importas, sólo quise darte el beneficio de la duda, pero veo que una vez más me equivoqué contigo —replicó Maximilien dolido. Luego se dio la vuelta y salió hecho una furia de la habitación, necesitaba escapar lo más pronto posible de allí. Helena lo descontrolaba, y esa sensación lo volvía completamente inseguro. Por un lado, deseaba como un loco creerle, pensar que ella estuviese diciendo la verdad, ya que de esa manera tal vez pudieran tener una oportunidad juntos, pero por otra parte existía la desconfianza, las dudas sobre la infidelidad que aún después de dos años seguían atormentándolo. Todos los recuerdos le llegaron de golpe, le empezaron a temblar las manos, así que necesitaba con urgencia ir a su estudio para tratar de tranquilizarse, tomó una botella y se sirvió una copa, se la bebió prácticamente de golpe, luego otra, y otra, hasta que prácticamente dejó la botella vacía. Él no acostumbraba a tomar de manera desproporcionada, pero en ese momento no podía pensar con claridad, necesitaba algo que le hiciera olvidar, o por lo menos anestesiar el dolor que estaba sintiendo. Por su parte, Helena no quería permanecer ni un minuto más en esa casa que tantos recuerdos le traía, encontrarse en esa habitación donde tantas veces Maximilien y ella habían hecho el amor le provocaba un gran sufrimiento, quería odiarlo por atreverse a desconfiar de ella, por haber creído que le fue infiel, cuando lo único que hizo fue amarlo con locura. Quiso apoyar el pie, pero todavía le dolía mucho, así que con todo el dolor de su corazón tendría que permanecer toda una noche en esa casa donde había sido tan feliz, pero que ahora le estaba haciendo vivir un Calvario. El ama de llaves se acercó para ver si todo estaba bien con ella, todos en esa casa le tenían mucho cariño, pues en el pasado habían llevado una muy buena relación. —Espero que todo esté como a usted le gusta mi Sra., desde qué tuvo que marcharse las cosas ya no fueron igual en esta casa, todos la hemos extrañado mucho —dijo Hana con cariño. —Y yo a ustedes, sabes lo importante que siempre serán para mí, lamentablemente uno no puede diseñar su propio destino como muchos piensan, yo siento que todo está escrito, y que simplemente vivimos lo que nos corresponde, aun cuando esto duela —expresó Helena. —Perdone que intervenga señora Helena, pero por el cariño que le tengo a usted y al señor, y por los años que tengo trabajando en esta casa, me siento con la libertad de hacerlo, la señorita Diana no es mujer para el señor, es caprichosa y frívola, siempre tan pendiente de su imagen, no hay comparación con usted —señaló Hana. —Eso no es algo en lo que yo pueda opinar, si Maximilien la ama es suficiente, seguramente muy pronto ellos vendrán a vivir a esta casa y mi presencia quedará solo como un recuerdo —añadió ella con tristeza. —Por más que el busque olvidarla, no lo conseguirá, su amor por usted sigue estando allí, tan presente como el primer día Sra., él no ama a Diana, ella sólo es un escape, conozco muy bien el señor y yo sé que no está enamorado de ella —expresó Hana con vehemencia. Helena se quedó paralizada al escuchar las palabras de Hana, le parecía imposible que aquel hombre tan soberbio que acababa de salir por la puerta pudiera seguir amándola, y sin embargo en el fondo de su corazón se encendió un destello de alegría. Después de dejar todo ordenado, el personal de la casa poco a poco fue retirándose, hasta que todo quedó en silencio, a Helena le estaba costando mucho trabajo conciliar el sueño, daba vueltas en la cama pensando una y otra vez en ese caótico día. —¿Por qué tuve que venir aquí? —pensó. Maximilien seguía en su estudio tomando, embriagándose para poder soportar todo eso que estaba sintiendo, volteaba a todos lados y la imagen de Helena se reflejaba. Cerraba los ojos y la veía en sus pensamientos, pero también recordaba ese terrible día en el que se había enterado de que su mujer le estaba siendo infiel con su compañero de trabajo. Aun cuando nunca lo comprobó, la rabia y el coraje se apoderaron de él nublando por completo sus pensamientos y terminando con lo único que había valido la pena en su vida. Dos horas después y Helena seguía sin poder conciliar el sueño, seguía absorta en sus pensamientos y de pronto un ruido la sacó de su estupor. La puerta se abrió, y cuál sería su sorpresa cuando al encender la lámpara de noche vio asomarse a Maximilien, quién avanzaba desorientado hacia donde ella se encontraba. Caminaba con dificultad, y cuando ella quiso moverse, sintió como su cuerpo se dejaba caer junto a ella. Sintió que el corazón se le iba a salir del pecho, pues si la sola presencia de Maximilien la perturbaba, ahora tenerlo junto a ella en su cama le resultaba algo impensable. Intentó apartarse, pero de pronto sintió como unas manos fuertes la sujetaban abrazándola a su cuerpo, quiso zafarse, pero no podía, y muy en el fondo de su ser tampoco quería hacerlo. Por el contrario, deseaba fervientemente corresponder a ese abrazo y quedarse pegada junto a él cómo tantas veces lo hicieron en el pasado. —Helena, te necesito, ¿Por qué tenías que dejarme para irte con él? —Repetía Maximilien inconscientemente. —¿Qué haces? Maximilien, no sabes lo que estás diciendo, no es correcto que estés aquí, Maximilien, debes irte, has bebido mucho y seguro olvidaste que yo estaba aquí —decía Helena tratando de explicarle. Entre más intentaba apartarlo, él se aferraba con más fuerza a ella, acercaba su rostro, tratando de encontrar sus labios. Respiraba con dificultad al sentir el contacto de su piel, a ella le pasaba lo mismo. El deseo se hacía presente, y una descarga eléctrica recorría todo su cuerpo sin tregua, era un encuentro prohibido. Ya que ellos estaban divorciados, y sin embargo sus cuerpos se reclamaban con desesperación. En ese momento no había fantasmas del pasado, ni pensamientos oscuros, sólo se vislumbraba un amor que se resistía a morir y el fuego de la pasión que los quemaba en su totalidad, y que esa noche se hacía presente como recordatorio de lo mucho que aún significaban el uno para el otro.
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