Capítulo 8

El príncipe Leonardo se levantó muy temprano para acompañar en el desayuno a su padre. - ¡Buenos días padre!. Saludó al rey que se encontraba en el gran salón desayunando. - ¡Buenos días hijo!. ¿Qué te sucedió?. ¿Y ese golpe?. Preguntó el rey al ver la marca que tenía Leonardo en su frente. - Entrenando padre, no es nada. - Deberías de prestar más atención, un error como ese en la guerra puede costarte la vida. - ¡Lo sé!. ¡Por cierto, hoy iré contigo a recorrer el pueblo!. - ¡Fantástico!, lo haremos después del desayuno. - ¡Por cierto, que bueno que estés aquí!, en un rato se va a sumar una bella joven a la que quiero presentarte. - ¡Está bien!, seguramente se trata de la que llegó hace poco. ¡La princesa perdida!. Respondió el príncipe con desinterés. - ¡Sí, la misma!. ¡Ha venido de visita!, tenemos que ser amables. - ¡Su reino tiene una muy buena posición!… Mencionó el rey mientras lanzó una carcajada. - ¡¡Olvídalo padre!!, ¡no pienso comprometerme!. - En dos días cumplirás la mayoría de edad. - Tienes que entender dos puntos muy importantes, - ¡En primer lugar!, tú vas a ser quién gobierne todo nuestro reino, ¡por ende tienes que tomar decisiones fuera de lo sentimental!. - ¡En segundo lugar!, no solo soy tu padre, ¡sino también, tu rey!. El príncipe Leonardo se quedó en silencio después de las palabras de su padre. Se escuchó a alguien en la puerta. Era Carlota, Elena y la princesa Anabel . Anabel era una mujer realmente hermosa, pero al príncipe no le interesaba eso. Su mente estaba en las duras palabras de su padre. La princesa extiende su mano al príncipe para ser saludada, él besa su mano y luego se sientan en la mesa. Elena estaba sentada al lado del rey. Habían sido días muy oscuro para ella, después de haber sido envenenada, había perdido su embarazo. Carlota parecía muy amiga de la princesa. Quien exageraba en cortesía ante los ojos del rey para ser bien vista. - ¡Mi rey!, no creo que sea necesario traer a las jóvenes más hermosas al castillo para el cumpleaños del príncipe. ¡¡Ya que, con la sola presencia de la princesa, es más que suficiente!!. ¡¡Es una mujer muy bella!!. ¿No lo cree príncipe?. Aquel comentario molestó mucho al príncipe, que solo asintió con la cabeza para luego ponerse de pie. - ¡Querido padre, iré a prepararme!. - Me parece que sería una buena idea que la princesa los acompañara. Comentó Carlota. - ¡Bien!, ¡puedes acompañarnos princesa!. ¡Le gustará salir un poco!. El príncipe se alistó, luego marchó hacia la entrada con su padre y para su sorpresa, la princesa Anabel y Carlota estaban preparadas para sumarse a ellos. El príncipe no pudo disimular su cara de desagrado. - ¡¡Espero que no les moleste que los acompañe!!. Habló la princesa regalando una bella sonrisa. El rey Federico se apresuró a contestar... - ¡Es un placer tenerla con nosotros!. Caminaron por el lugar, los comerciantes estaban felices ante la visita de su majestad. Quien de vez en cuando bajaba del trono para ver cómo se encontraban y cómo marchaba el mercado. Ariel, el guardia personal del rey, los acompañaba en todo momento. Era un bello día, todos en la ciudad continuaban con su actividad. Ariel, al ver a un comerciante llamándolo con urgencia, se apartó por unos segundos del rey, mientras éste sin percatarse de ese movimiento, seguía acompañando a las damas. De vez en cuando la princesa intentaba entablar una conversación, aunque el príncipe no estaba interesado en mediar palabras. Y es que la presencia de Carlota le molestaba por demás, y más aún porque la princesa se unió a ella de tal manera, que daba la sensación de que fueran íntimas amigas desde hacía tiempo y ese simple hecho le generaba mucha desconfianza. Al alzar la vista, vio a Ariel que se encontraba al costado del río junto a un comerciante, al parecer, estaban muy interesados inspeccionando algo junto a varios lugareños. El príncipe decidió acercarse a ellos, dejando al rey junto a las mujeres. Ariel había mandado a pedir un carruaje con urgencia, mientras él hablaba con un comerciante. El príncipe se asomó para ver qué sucedía allí. Notó con asombro un cuerpo envuelto en una manta, que al parecer, el rio lo habría arrastrado hacia ese lugar o; simplemente lo habrían depositado allí. - ¿Qué significa todo esto?. Preguntó el príncipe espantado por lo que veía. - ¡¡Es una muchacha señor!!… ¡¡Intentaron deshacerse de ella!!… Pero aún está con vida. El príncipe se acercó para ver a la muchacha, apoyó una rodilla al suelo y destapó su rostro para observarla. El rostro de la joven estaba desfigurado a causa de una terrible golpiza que le habían dado. Se acercó un poco más, y no tuvo dudas, sabía de quién se trataba. La tomó entre sus brazos para subirla al carro, no le importaba arruinar su ropa. En ese momento por alguna razón sintió mucha impotencia. - ¡¡Llévenla al castillo, urgente!!… ¡¡Que la vea mi médico personal!!. Ordenó el príncipe. No recordaba su nombre, pero sabía dónde vivía. Sospechaba que algo allí no estaba bien. El rey Federico se acercó para ver qué sucedía allí al ver al príncipe muy molesto. Las damas se mantenían alejadas del hecho. El príncipe hizo un par de preguntas a los comerciantes sobre si habían notado algún movimiento extraño. Sin embargo, el desconcierto de los lugareños era el mismo, al igual que Ariel y el príncipe, ellos recién habían llegado al lugar. No había una sola pista del hecho. Leonardo se dirigió a su padre para despedirse e ir al castillo. La princesa Anabel pidió acompañarlo y no pudo negarse. Subió al carruaje y emprendieron camino en dirección al castillo. El príncipe no mencionó ninguna palabra en el trayecto. Cuando estaban llegando, la princesa le preguntó si la conocía. A lo cual, el príncipe respondió que no. La princesa Anabel vio al príncipe algo preocupado. Intentó preguntar, pero antes de hacerlo, el príncipe bajó del carruaje y por cortesía también ayudó a que Anabel descendiera del mismo. La princesa caminó hacia su recámara algo molesta por el rechazo del príncipe. - ¡¡Princesa!!… Gritó Leonardo. - ¡Si quieres, por la tarde podemos ir a caminar por el jardín!. Exclamó el príncipe al ver la expresión de Anabel. Sabía que era mejor tenerla de su lado, las palabras de su padre se les habían hecho presente. La princesa respondió que si, muy alegre. Leonardo marchó directamente al cuarto de sanidad donde se encontraba la joven de vestido azul, como la conocía él. Ingresó repentinamente cuando uno de los médicos estaba limpiando sus heridas. El príncipe tomó asiento a su lado para ver si estaba consciente. - ¿Se repondrá rápido?. Preguntó el príncipe. - ¡Sí Majestad!, las heridas se irán sanando con el paso del tiempo, la golpearon muy duro. Se escuchó que ella parecía llamar a alguien. El príncipe se puso de pie para acercarse y escucharla, pero no podía entenderla. - ¿Cómo se llama usted?. Dígame... ¿Quién le hizo esto?... Ana escuchaba su voz la cual se le hacía muy familiar, creyó que estaba soñando que el príncipe Leonardo estaba a su lado, cuidando de ella. - Me llamo, Ana… Dijo muy débil ella. Luego comenzó a llorar cuando recordó lo que le había sucedido. - ¡No temas!, dime, ¿Quién te hizo esto?. - ¡Octavio!… Dijo ella. El príncipe se enfureció al escuchar su nombre y no pensó dos veces de ir a enfrentarse con él. Pero ella lo tomó del brazo. - ¡No se vaya por favor!… Suplicó Ana.
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