Capítulo 2

Llegó a su habitación, empezó a golpear la puerta, gritaba su nombre con mucha rabia, sin encontrar ninguna respuesta. - ¡¡Carlos!!, ¡¡ábreme ahora mismo!!. ¿Qué pasa?, ¿me tienes miedo?. Marlene iba pasando por el lugar junto a Emilio, un soldado del castillo que venía a recoger a Juana. Marlene la vio en aquella terrible condición, Ana tenía la cara ensangrentada y su ropaje se encontró en un terrible estado. Pero lo que más llamó su atención fue que estaba a los gritos como una loca al favorito de Juana. Se acercó desesperada hacia ella, junto a aquel soldado, se arrojó a los brazos de la única persona con la que se sintió protegida. - ¡Lo arruiné!… Mejor dicho, ¡Carlos lo hizo!. Dijo ella muy enojada. Les contó todo lo que había sucedido, luego; las condiciones del vestido, que con mucho esfuerzo habia bordado. Marlene se enfureció al escuchar aquel hecho y sabía que las cosas se pondrían muy tensas si para cuando salga de la ducha no encuentre ese vestido. El mismísimo infierno se desataría. El soldado que parecía muy ajeno a la situación se compadeció de aquella hermosa joven. - ¡Es solo un vestido!… - ¡No!, ¡es mí destierro!. ¡Y también el tormento de todos lo que están aquí para servirle!. Comentó aquella joven muy apenada. - En el castillo existe el guardarropas más grande y prestigioso. Ya he visto este modelo junto a ese mismo bordado. Puedo llevarte, aun tenemos dos horas. - ¿Harías eso por mí?. Dijo ella mientras sus ojos se iluminaban a pesar de las lágrimas. - ¡No lo hago por ti!, sino por ella... Dijo y le regaló una sonrisa. - Ella es mi querida madre y como sé que le importas, no puedo ser indiferente. Se subió al carruaje permitiéndose ingresar por primera vez al castillo. Quedó deslumbrada ante la majestuosa vista, habían muchas personas yendo y viniendo, preparando todo para recibir a los invitados. El soldado la guió, mostrando el camino hacia el guardarropas. - ¡Cualquier cosa que te vean, diles que eres una criada recién llegada!. Ana caminó rápido y se dirigió hacia el guardarropas. Cuando ingresó se quedó paralizada ante aquella vista, era el sueño de toda mujer. Ella apenas vestía un atuendo de servidumbre muy harapiento, además de que olía a vino. Su asombro no le llevó ver qué alguien más la acompañaba. - ¡Ni se te anticipa a tocar un vestido con esas manos sucias!. Reclamó una voz. Ella se quedó inmóvil, no estaba segura de contestar. Pero pensó algo rápido para no generar sospechas. - ¡Soy la criada!… He venido porque me mandaron a buscar... bueno, usted ya se lo imagina. - ¿Acaso te envió nuestra señora Carlota?. Ana tenia mucho miedo, no sabia que contestar. Carlota era una de las concubinas del rey. Ella solo asintió. - ¡Bueno vé!, llévale este regalito, de parte de Julio. Tomó inmediatamente que el hombre le había dado. - ¡Bueno, vete ya!… - ¿Pero el vestido?. - ¿Qué vestido?. Preguntó él, mientras la miraba... Impotente. Ella se quedó callada, estaba tan nerviosa, que habían quedado sin palabras. - ¡Dime cuál mujer!, que no tengo todo el día. - ¡Uno blanco con bordado de flores doradas en las puntas y en el corset!. ¿Será que encontraremos eso aquí?. - ¡Obvio que sí querida!, ve con eso, luego regresa y te lo prepararé. Ana salió de aquel lugar. No tenía ni idea de dónde encontrar a Carlota. Se acercó al soldado, quién lo esperaba ansioso ante la idea de ser descubierto. Le contó lo sucedido, luego se dirigió a la habitación de Carlota, pero tuvo mucha curiosidad por aquella encomienda. Abrió con cuidado y vio que era un pequeño frasco de color verde, rotulado con las palabras tóxicas y venenoso. Eso la alarmó, pero no quiso pensar de mal modo, además no era su asunto. Golpeó la puerta de la habitación y después de unos minutos, una criada la recibida. Le dijo que venía de parte de Julio para enviarle un regalito, y fortaleció su brazo para entregar el paquete. Una hermosa mujer se encontró sentada en un bello sillón de terciopelo, quién imaginó sería la concubina del rey, era Carlota junto a una criada que masajeaba sus hombros. Después de entregar la encomienda, aquella bella mujer probablemente que se le entregase unas monedas de oro. Muy sorprendida Ana las tomó, hizo una reverencia antes de marcharse. Se quedó al costado de la puerta mientras guardaba sus monedas. Escuchó la voz de Carlota. - No confío en la muchacha, ¡hazla desaparecer!. Dijo. La puerta se abrió, ella inmediatamente salió corriendo a toda prisa. La criada de Carlota la perseguía con lo que Ana alcanzó a percibir como una especie de daga escondida entre su mano y ropaje, ella estaba realmente muy aterrada. Vio una puerta, abrió sin pena, perdiéndose de la vista de su asesina. En la persecución se le había dañado terriblemente un zapato, así que se quitórselo para no hacer ruido, quedándose descalza. Entreabrió la puerta para asegurarse de que nadie la estuviese esperando afuera. Pero había olvidado un detalle muy importante, no se había percatado del lugar en donde estaba. Quedó inmóvil al sentir la presencia de alguien más en aquella habitación. Cerró fuerte sus ojos para consolarse y prepararse para las consecuencias. Había un bello hombre sentado en una mesa observándola, con cara de "asco" de arriba a abajo. Ella empezó a temblar de miedo; ese era su fin, esperaba. - ¡Qué diablos hace aquí!. Dijo aquel hombre con desprecio. - ¡¡Discúlpeme señor!!… Dijo ella, mientras hacía una reverencia para luego encarar la puerta. - ¡No ha respondido mi pregunta!. - ¡Me equivoque de cuarto!, soy una nueva criada de la señora Carlota. - ¿Qué ha hecho?. Vi que te escondes de alguien. - ¡No encontré el vestido que me pidió!. Mintió Ana. - ¿Puedo irme señor?. Suplicó ella. Él se puso de pie para acercarse a ella. La vio en un estado terrible, golpeada, con olor a vino y con sus zapatos rotos. - ¡No quiero a nadie en estas condiciones en mi castillo!. - ¡No quiero volver a ver tu rostro por aquí!. ¿No se ve al espejo usted?. - ¡Al menos hágale el favor al mundo y báñese!. Las palabras del príncipe se clavaron en su corazón. Las lágrimas cubrían sus bellos ojos verdes.
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