Capítulo 1
Ana la abrazó fuerte.
- Te quiero Nana, vendré a visitarte. Fueron las palabras de aquella pequeña joven, regalándole una hermosa sonrisa antes de partir.
- ¡Vé, diviértete mucho!. Respondió su Nana con dolor en pecho.
Estela lamentó tener que haberla vendido a aquella familia. Pero no vio otra opción, sus padres habían muerto y no había ningún pariente cercano. Era muy difícil poder alimentar otra boca más, su único hijo estaba enfermo y necesitaba comprar medicina.
Estela jamás se enteró sobre la verdadera identidad de aquella niña. De haberlo sabido, hubiera tomado ventajas de aquello. Colocó todas sus pertenencias y las cargó en un bolsito.
La niña marchaba muy feliz, tenía mucha curiosidad de conocer su nuevo hogar. La mujer que la acompañaba iba a dar de como comportarse, Ana asentía sin problemas aquellas recomendaciones.
Ya pocos kilómetros se vio aquella ciudad de la cual su nana Estela le había contado. El lugar donde crecería y tendría la oportunidad de poder casarse con un joven apuesto.
- ¡Ya llegamos Ana!, recuerda todo lo que te dijo.
- Tienes que ser muy educada, ¡hablarás cuando se te diga!.
- Tú tutora la señora Juana; es una mujer muy recta, pero muy buena. En este lugar no te va a hacer falta nada.
- Tendrás hermanos…
- ¡Estoy muy feliz!, voy a jugar con ellos.
La sirviente omitió muchas cosas porque Ana aún era una niña inocente. Con el paso del tiempo si iría amoldando a este nuevo mundo.
De todos modos todas las personas que viven en los pueblos, concluyeron a la ciudad en busca de una oportunidad de trabajo y sobre todo poder servir al rey. Ana era una joven muy privilegiada al encontrarse bajo la tutela de una noble.
Cuando bajó la pequeña niña de ojos verdes, quedó deslumbrada ante la enorme edificación y el lujo.
- ¡¡Wou!!, es hermoso, ¿aquí viviré?.
Una bella mujer se acercó a ella y la tomó de sus manos.
- ¡Eres muy bella Ana, tenía muchas ganas de conocerte!.
- ¿Tú eres mi nueva madre?.
- ¡No mí niña!, pronto la conocerás… Yo soy Marlene, una sirviente de la señora Juana, tu tutora.
- ¡Mí señora, ya hemos buscado a la niña como nos seguramente!.
- ¡Ahora no tengo tiempo para ver a esa chiquilla!, encárgate tú... Fueron las palabras de Juana.
Tenía un carácter terrible cada vez que sus empleados se acercaban a hablar con ella, cruzaban los dedos para encontrarla de buenas.
Solo había aceptado aquella chiquilla para quedar bien a la vista de todos. Su apariencia era lo que más le importaba y con ello alimentaba su ego.
Le gustaba estar en boca de todos, por lo que no quería mostrarse débil ante nadie. Hace un tiempo atrás había aparecido una mujer muy hermosa, que le quitó su lugar como reina. Juana, había sido la primera mujer del rey Federico. Pero no podía tener hijos, y por ello fue descartada por él.
Ella pertenecía a una familia noble, y muy rica. La nueva reina la había obligado a casarse con un hombre mayor a quién ella despreciaba.
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Pasaron un par de años y Ana se había convertido en toda una señorita. Pero no era la única pupila que tenía la señora Juana, eran cinco en total.
El personaje de aquella mujer era cada día peor.
Después de terminar con el aseo, Ana se encontró en su habitación haciendo un bordado para el vestido de su tutora, era muy buena en eso. Le dijo que tenia que estar listo para el domingo a primera hora, para su fiesta. Si para ese día no estaba listo, la echaría a la calle. Sabía que aquella mujer no bromeaba, los castigos eran muy severos.
Ella había pasado dos días encargada de todo el aseo, sin probar un solo bocado. Realmente se sintio muy agotada.
Una de sus hermanas “del corazón” fue muy maltratada, desterrada, sin nada a la calle después de haberla dejado días sin comer. Podría decirse que fue lo peor que había hecho a alguien. Pero con aquella mujer nunca se sabia. Ahora era Ana a quién tenía entre cejas.
Parecía que odiaba a todos los que la rodeaban, tenían que esforzarse para estabilizar bajo su techo. Notó que con las mujeres era aún más dura.
Ana se destacó con perfil bajo, aunque se imaginó que tal vez, lejos de esa mujer sería mejor. Divagaba en sus pensamientos.
Un fuerte golpe la hizo saltar del susto. Era Juana, quién venía de malas.
- Vine a buscarme vestido, ¡lo necesito para esta noche!.
- ¡Señora, me dijo para el domingo!…
- ¡Mira jovencita!, tú, has escuchado mal...
- ¡Dame mi vestido!.
- ¡Sí, pero aún!…(Pensó antes de hablar)…
- Se lo preparo bien y cuando esté dándose un baño se lo dejo en su cama. Le dijo Ana un poco temerosa.
La mujer asintió, pero no sin dejar claro las consecuencias de no hacerlo. Luego de aquella terrible advertencia, se marchó dando un portazo.
Juana le había dicho sobre aquel bordado miércoles tarde noche y apenas era jueves. El bordado que le había pedido era muy difícil, no podría lograrlo… se cayeron lágrimas temiendo su destino, estaba muy lejos de su nana. No tenía los medios ni dinero para irse.
La señora Marlene ingresó al escuchar su llanto.
- ¿Qué sucede Ana?. Cuando miró en sus manos la prenda de Juana se imaginó que quería que lo terminara para esta noche. Era una mujer muy caprichosa.
- ¡Aún son las cinco de la tarde!, aún hay tiempo Ana.
- ¡Ponte de pie y manos a la obra para terminar!, yo me encargaré de que se demore aún más.
Ana estaba muy agradecida por aquel gesto. Secó sus lágrimas y empezó a coser lo más rápido que pudo. Le dolían sus manos por aquel esfuerzo y sus ojos estaban muy agotados por la escasa luz. Ya estaba terminando con aquel bordado en un tiempo récord, había quedado realmente bellísimo.
Sabía que Juana estaría muy conforme. No iba a expresar su gratitud pero, por lo menos no la correrían de la casa.
Vio cómo los demás pupilos corrieron de acá para allá, de seguro Juana los estaba enloqueciendo. Hoy era la llegada de su esposo e iría al castillo a un banquete para celebrar su victoria en la guerra.
Cuando Ana abre la puerta de su habitación, desprevenida se topó con Carlos, el favorito de Juana. Una persona muy arrogante, engreída y cruel.
Él estaba tomando un trago de vino, recostado en la pared viendo cómo el resto de las chicas corrían cargadas de actividades. Ana piso intentó seguir su camino para llevar el vestido a Juana, pero Carlos se interpuso para molestarla, ella lo corrió para continuar, pero en su insistencia de molestar, coloca el pie trabando el paso de Ana, logrando que ella trastabillara y cayera al. Su cabeza golpeó sobre el primer escalón de la pequeña escalera.
Había sido tan fuerte el golpe, que Ana demoró en reaccionar.
Carlos asustado observa algún signo de vida en Ana. Cuando ve que sus ojos se abren e instintivamente intenta levantarse, él extiende una de sus manos hacia ella, conmocionada aun por el golpe intenta tomar su mano, pero lejos de querer brindar su ayuda, Carlos derramó deliberadamente en el rostro perdido de la pobre Ana todo el vino que aun quede en el vaso, para luego marcharse riendo a carcajadas.
Ana se puso de pie. Luego encontré el vestido blanco con un hermoso bordado floral que tanto le había costado.
Gritó el nombre de Carlos con tanto enojo, que sus lágrimas acompañaron su impotencia. El vestido estaba salpicado de vino y por sangre de una de sus heridas que tenía en el rostro a causa del fuerte golpe con el escalaón.
Maldijo en el nombre de Carlos, y marchó con mucha furia hacia su habitación con el rostro cubierto de sangre y vino.
No dejaría pasar aquello. Sabía que de todos modos la correrían, así que, no le importaba enseñarle una lección al idiota de su favorito.