Capítulo 7
Por primera vez en su vida Juana le regaló una sonrisa, solo que en esta ocasión fue acompañada de una lágrima. Jamás había permitido que nadie sienta compasión por ella, pero en aquella ocasión se sentía derrotada ante la fuerza de Carlota y su influencia por el rey.
- ¡Puedes pedirme lo que desees Ana!, ¡lo haremos a como dé lugar!.
- ¡Si llegas a lograr este objetivo!, no solo conseguirás un lugar en el corazón del príncipe, sino que también en el mío.
Después de aquellas palabras, Ana sintió un nudo en la garganta. Era la primera vez que sentía algo de atención por aquella mujer que había sido tan fría con ella.
Sus lágrimas querían salir por la emoción que eso le causó. Sabía que conquistar al príncipe no era tarea fácil y menos aún después de aquel encuentro. No podía pensar otra cosa en ese momento. Juana no solo tenía un dolor inmenso por haberla separado del amor de su vida, sino que la hayan obligado a casarse con un hombre de edad.
Ana sabía que llegando a la mansión todo cambiaría nuevamente. El solo hecho de que la mujer observara su realidad, la hacía estallar de odio.
Cuando se encontraban a escasos metros de la mansión, Ana observa cómo el rostro de ella va cambiando repentinamente. Miró una de las prendas que sobresalía de una de las bolsas.
- ¡Ya lo tengo!. Dijo Ana en voz alta, que llamó la atención de su tutora.
- ¿Qué cosa?. Preguntó Juana al ver la expresión de entusiasmo de Ana.
- ¡¡Ya se cómo haré el vestido!!. ¡Llego y hago el boceto!.
- ¡Excelente!, ¡hazlo! y... luego llévalo a mí habitación. Dijo Juana mientras miraba a lo lejos con una pequeña sonrisa.
Cuando llegaron, Ana corrió hacia su habitación a buscar lápiz y papel para ponerse mano a la obra.
En la mansión había mucho silencio, aquella salida había dejado exhausta a Juana que decidió después de un relajante baño irse a la cama.
Octavio aún no había regresado desde que salió de caza, ya era algo tarde. Muchos de los sirvientes estaban en su descanso, exceptuando Lucia, Rosa y Perla, sus hermanas de corazón.
Las chicas se acercaron a la habitación de Ana para charlar con ella. Su relación no era la mejor, menos desde el momento en que se convirtió en la favorita de Juana. Pero sin embargo, siempre había un momento para compartir alguna noticia o algo para pasar el rato.
Fue un día muy especial para Ana. Se sentía por primera vez, parte de una familia…
Las chicas se habían marchado y Ana decidió darse un baño antes de ir a la cama, pero en aquel momento escuchó la puerta.
Ella se envolvió en una toalla para luego abrir la puerta, creyó que era una de las chicas que quizás se había olvidado algo. Pero muy lejos de ser así, al abrir fue tan grande el susto. Y es que frente a su puerta se encontró con Octavio, quien venía pasado de borracho.
Su presencia la asustó mucho, ella se paró firme para preguntarle que era lo que necesitaba.
Octavio no contestó, la miró de arriba abajo devorándola con la mirada. Ana se sintió muy incómoda ante su presencia.
Él ingresó empujando su delgado cuerpo hacia la cama.
- ¡¡Por favor, no Octavio, no lo haga!!. Dijo Ana con un tono de horror.
Estaba muy asustada, él colocó su mano en su cuello apretándola con fuerza, casi quitándole el aire.
- ¡Será rápido!, ¡no grites!; porque si no... ¡¡¡te mato!!!. Dijo Octavio mientras extendía su mano por todo su cuerpo.
La puerta estaba abierta de par en par, Ana empezó a patalear mientras que Octavio sujetaba su boca con mucha fuerza.
Carlos iba pasando camino a su habitación, cuando la puerta abierta de Ana llamó su atención. Se acercó casi arrastrando para ver qué ocurría.
Ana hizo un movimiento brusco y logró golpear a Octavio logrando que éste se cayera de la cama. Ella lloraba muy aterrada por lo sucedido, intentó salir de la habitación y vio a Carlos en la entrada, éste dirigió la mirada a Octavio que intentaba levantarse.
- ¡¡Esa maldita loca intentó atacarme!!. Dijo Octavio mientras intentaba ponerse de pie.
Carlos miró el aspecto de Ana y no mencionó palabras. Ayudó a Octavio a ponerse de pie, lo sostuvo en sus brazos mientras Ana estaba temblando en un rincón. Cuando estaba por salir, Octavio se zafó de los brazos de Carlos y corrió hacia Ana. Tomó fuerte su cabello de un tirón y comenzó a golpearla con fuerza una y otra vez, Ana lloraba a gritos pidiendo ayuda, fue tal el forcejeo que al intentar zafarse de su agarre, Ana cae al piso. Pero para Octavio no había sido suficiente, comenzó a golpearla nuevamente, esta vez, con fuertes patadas en su estómago. Carlos se acercó a él para intentar detenerlo, logró sacarlo de la habitación para alejarlo de aquel lugar.
Lo llevó a su habitación con mucho esfuerzo, Octavio le ordenó que se deshiciera del cuerpo de Ana, para evitar conflictos.
Ana había quedado tirada en el suelo, lloraba desconsoladamente. No podía mover un solo músculo, la puerta había quedado abierta, ella tenía intenciones de ponerse de pie para poder trabarla. Pero no tenía energías, los fuertes puñetazos y patadas habían dejado sin fuerzas a la pobre e indefensa Ana.
Carlos se dirigió nuevamente hacia la habitación de Ana. La vio en el suelo inconsciente e imaginó que había perdido la vida. Él no quería ser cómplice de un asesinato y pensó que la mejor decisión era desaparecerla.
Arrastró el cuerpo de Ana con mucha dificultad hacia la salida, la envolvió con una manta para que nadie sospechara sobre aquel hecho.
Subió el cuerpo a un carruaje y luego se puso en marcha, quería evitar a toda costa ser visto por los soldados que estaban custodiando. Estacionó el carro, luego tomó el cuerpo de Ana para tirarlo al costado del río.
- ¡Perdóname Ana!, pero tu también te la buscaste.
Después de despedirse de Ana, marchó de regreso. Sabía que al día siguiente cualquier comerciante podría encontrarla, pero ya sería tarde, Ana no podría hablar.
La abandonó al costado del río, mientras Ana aún con vida intentaba comprender qué estaba pasando. Pero al no poder moverse, decidió quedarse quieta en el lugar.
En medio de la oscuridad aquella hermosa joven de ojos verdes esmeralda había sido abandonada y dada por muerta.