Capítulo 4
Marlene fue a ver a Ana, le había parecido muy extraño que permaneciera encerrada en su habitación. La vio muy pensativa, mirando a lo lejos, se acercó para preguntarle qué ocurría. Ella temía contar lo sucedido.
Marlene era la única persona en la que confiaba, quizás ella encontraría la forma de poder ayudarla. Contó cada detalle de lo sucedido, el rostro de Marlene mostró preocupación, al igual que el de Ana.
- ¡Te produciremos de tal manera, que nadie podrá notar!, recuerda en las condiciones que estabas esa noche.
- ¡Tenías la cara hinchada del golpe, ni hablar de tu vestuario!.
- ¡Juana hará lo que sea para que ocupes un lugar allí!.
Haría posible lo imposible, con tal de hacerle la vida imposible a Carlota.
- Asique, no te preocupes demasiado.
- ¡Esta bien!, ¡muchas gracias Marlene!, eres como una madre para mí. Dijo Ana mientras la envolvía entre sus brazos.
- ¡Bien!, ven a bañarte dentro de un rato, Juana deberá verte y para ese entonces debes estar lista.
Marlene marchó dejando sola a Ana. En verdad le preocupaba la situación, había escuchado que una de las concubinas había sido envenenada justo esa noche.
Si Ana logró liberarse de aquel incidente, debería encontrarse con algo peor. El castillo era un nido de víboras y dudaba que pudiera sobrevivir mucho tiempo allí.
Carlota.
- ¡La quiero esta noche muerta!, ¡no me interesa cómo lo hará!.
- ¡Yo le enseñaré a no medir con lo que es mío!.
Las criadas traían una noticia poco grata que la haría enfurecer aún más, pero prefirieron omitirlo por el momento. Aunque eso no duraría mucho.
Carlota marchó hacia la habitación del rey Federico para acompañarlo en aquel momento duro. Pero se llevó una gran sorpresa, el rey estaba cuidando de ella en su recámara y al parecer se encontraba muy estable. Estaba enfurecida, siguió camino a su habitación para encerrarse a llorar de la rabia que le producía esa situación.
Su plan había fracasado y ahora tendría que soportar el interrogatorio de Ariel.
El príncipe salió de su habitación en dirección a su padre, cuando en el camino vio al soldado que acompañó a aquella muchacha, aquella que irrumpió ferozmente en una de las recámaras del castillo, sin zapatos; harapienta, maltrecha y con un inolvidable olor a vino. Aquella que él tanto estaba buscando desde aquel sutil encuentro en su habitación.
Se dio cuenta que este soldado estaba de salida, así que decidió seguirlo discretamente, cubrió su cabeza con una capucha y salió del castillo para seguirlo.
El hombre paró a comprar pan, luego caminó un buen tramo dirigiéndose a la mansión de Octavio y Juana. Se quedó escondido detrás de un carro para observar sus movimientos.
Una señora salió para recibirlo, transferir paso para ingresar al lugar. No entendía cuál sería la relación con aquella muchacha.
Marchó con la cabeza gacha para evitar ser visto. Cuando en ese preciso momento, un hombre que venía a toda velocidad muy distraído se lo llevaba por delante.
- ¡Oye idiota!, ¡fíjate por dónde caminas!.
El príncipe levantó su mirada. Sorprendido por aquel empujón.
- ¡Disculpe, no lo vi!.
- ¿Príncipe Leonardo?... ¡Discúlpeme majestad!. No sabía que era usted, ¡dígame, en qué puedo servirle!…
- ¡Esta bien Octavio!, yo solo pasamos por aquí...
- ¡Permítame invitarle algo!, ¡este es su humilde hogar!. Dijo Octavio.
El príncipe sorprendió su invitación e ingresó a la mansión, Marlene estaba detrás de la puerta cuando lo vio pasar. Tanto fue su sorpresa que se demoró en reverenciarlo.
- ¡Marlene!, prepara algo especial para compartir con nuestro honorable invitado.
Marlene marchó pálida hacia la cocina para ordenar que preparen algo. Luego fue hasta la habitación de la señora Juana para avisarle sobre la visita.
Cuando llegué frente a la puerta se encontró ella, quién parecía enterada de la inesperada visita.
- ¿Qué haces aquí Marlene?. ¡Ve a la cocina y trae el mejor vino para servir!.
Ana estaba esperando que Juana apruebe el vestido, se había probado unos cien y no le había gustado ninguno. Sin embargo, éste último era muy sencillo pero a la vez sexy.
Se le ocurrió un plan, acomodó su cabello y le pidió que sea ella quién sirva en la mesa. Ana no tenía ningún problema, bueno eso creyó en un principio.
Ingresó al comedor y escuchó una voz que se le hizo muy familiar, elevó su mirada y se encontró con el príncipe Leonardo. Ella tragó duro, y sintió escalofríos en todo su cuerpo, en un momento creyó que se desmayaría.
Ana tomó la jarra para poder servirle, el príncipe clavó su mirada en ella, era una joven hermosa.
No parecía ser la misma que ingresó sin tocar su habitación, además de que vivía con una de las familias más ricas, no tenía ninguna necesidad para hacer eso.
Ana temblaba de miedo ante la mirada del príncipe Leonardo, no sé atrevió a mirarlo a los ojos. Juana sin embargo, había visto el interés del príncipe y eso la desbordaba de alegría.
Marlene ingresó trayendo uno ricos panecillos, budines y otras cosas más. El príncipe conversaba con Octavio de varios temas.
Ana se había marchado con Marlene, apenas si pudo contenerse ante el príncipe.
- ¿Qué hace aquí, Marlene?.
- ¡No lo sé mí niña!, no sé adecuados son las intenciones de Octavio.
- Pero quédate tranquila, no te reconozco.
- ¿Cómo lo sabes?. ¡Sentí su mirada amenazante todo el tiempo!.
- No es para menos, ¡estás preciosa!, ese vestido azul combina muy bien con tu piel.
- ¡Además!, si se hubiera dado cuenta, no estarías aquí.
- ¡La concubina del rey fue envenenada!... ¿Entiendes la gravedad de eso?….
- ¡Venga Majestad!... Quiero mostrarle nuestro hermoso Jardín.
- ¡Venga por favor!. Notará que está repleto de flores, son exóticas, las traje de mis viajes. Dijo Octavio, mientras se dirigía hacia el jardín.
El príncipe lo siguió por esos hermosos pasillos.
- ¡Qué buen gusto que tienen!. Exclamó.
Tras un ventanal se vieron varias mujeres a la cual volteó su mirada para ver si encontré a aquella joven traicionera.
Ninguna de ellas tienen rasgos parecidos. Había una sola forma de averiguar y era a través de aquel soldado.
El príncipe se quedó contemplando unos minutos luego preguntó por los baños, caminó hacia la dirección de los mismos. Aunque su intención era otra, fue hasta la cocina, y vio a la hermosa joven que llevaba el vestido azul con el que adornaba toda su bella figura, estaba de espalda a él.
- ¡Disculpe señorita!... Dijo el príncipe, mientras apoyó una mano sobre su hombro.