Capítulo 7 SIETE
Los días pasaron más rápido de lo que Helena pensaba, ya tenía su identificación oficial en sus manos, el resultado del ADN, el documento que le daba la naturalización como mexicana, pasaporte, incluso su clave de nacimiento. No faltaba nada. Ese último día en la Ciudad de México fueron de compras, Fer le dijo que en Tuxtla el clima era un poco mas caluroso y que debido a que estaría allá por un tiempo sería conveniente que usara ropa más casual.
—¿Sabes montar? —Le preguntó su nueva amiga.
—Sí, vivimos un tiempo en un rancho ganadero y aprendí a hacerlo, tenía como siete cuando me subí por primera vez a un caballo.
—Que padre, te encantará la Hacienda entonces, hay un montón de caballos y puedes salir a montar por todo el monte, no terminas jamás de recorrerlo.
—¿Tan grande es? —Preguntó Helena con asombro.
—¿Y entonces? Por algo Prudencia no dejó que te encontraran.
Helena hizo solo una mueca como si comprendiera.
Entraron a varias tiendas y optó por blusas ligeras, tipo top y maxi faldas, también jeans de cintura alta, botas y un sin fin de cosas que sin duda para ella eran necesarias.
Habían decidido ir por carretera y después de comer se pusieron en marcha, era un camino de casi 16 horas hasta la Hacienda, así que tenían que conducir sin parar para poder estar allá al día siguiente antes de las 5 de la tarde, que era la hora que tenían programada para la lectura del testamento.
Manejaron en descansos de 4 horas para cada una, pasando desde luego por todos los puestos a orilla de carretera a comprar fruta o cualquier cosa que estuvieran vendiendo, Helena se quedó maravillada con eso, todo estaba delicioso.
—Me haré fan de esos viajes y sus paradas.
—Cuando quieras, es mas nos podemos ir a donde quieras.
—Pues yo no conozco nada, tú me llevarás.
Fer la puso al tanto de todo lo que encontraría en aquel lugar.
—Todos los trabajadores en la Hacienda querían mucho a tu mamá y eran leales al tío, solo hay uno, Fidencio, él es cien por ciento fiel a tu abuela. El resto tanto dentro como fuera de casa te van a querer y a cuidarte las espaldas.
—Eso me asusta.
—No debe, es un decir porque harán chismes y mas para que te vayas, para que renuncies a tu parte y eso es lo que no debes hacer nunca, tu padre quiso esto para ti.
—Ok. Dime mas.
—Tienes tres hermanos, dos son adorables pero el de en medio es un lastre.
—¡Vaya! Hermanos —se quedó pensando un momento, siempre creyó que sería sola hasta el fin de sus días, que jamás tendría alguien a quien recurrir en un momento de sufrimiento o necesidad y ahora se enteraba de que tenía tres hermanos —eso es extraño.
—¿Extraño?
—Sí, normalmente el hermanito viene a los dos o tres años, no a los veintiséis.
Se rieron divertidas y Fer le contó un poco sobre ellos.
—Santiago es el higadito. Es un creído, siente que el mundo no lo merece, cambia de novia cada semana y no hace nada, mi tío siempre peleó con él para que aprendiera algo de la Hacienda o que estudiara para que trabajara en la empresa y nunca quiso. Déspota, arrogante y todos los calificativos de ese tipo son suyos.
Benja es un amor, recién terminó su carrera en agronomía y él se encarga de los cultivos, él está al frente de todo eso. Amoroso, respetuoso, de un trato muy agradable, solo que es muy maleable, su madre y su abuela hacen cuanto quieren con él. Y el papacito mayor es el indomable, la abuela le ha conseguido dos novias que según ella son buenos partidos y las ha dejado en espera del tan ansiado anillo de compromiso.
Soltaron a reír a carcajadas solo de pensarlo.
Helena sintió que algo bueno salía ya de eso, tenía tres hermanos con los que podría contar siempre y ella era la única mujer, por un instante fantaseó con ser la favorita de todos, a la que todos celaban y cuidarían.
Pasaron la noche en carretera, mientras una conducía la otra dormía un poco para mas tarde relevarla y así siguieron hasta llegar a Tuxtla, la capital del estado.
Bajaron cansadas y con mucho calor y fueron al centro a tomar algo refrescante.
—¿Agua de chía? —Preguntó con asombro Helena ante la risa de Fernanda.
—Sí, deliciosa y refrescante.
Probó y definitivamente le gustó y pidió mas.
—Pensé que alcanzaríamos a comer antes de ir a la Hacienda pero ya es tarde, compramos algo de fruta para el camino y nos ponemos en marcha.
—De acuerdo.
Entraron al mercado y a Helena le maravilló todo aquello, colores, olores y un sin fin de variedades, se quedó admirando los puestos de frutas donde todo se veía apetecible.
—Pruebe, todo es fresco y delicioso —le dijo una mujer sonriente que le ofrecía tomar algo del puesto.
—Tómalo —le indicó Fer en inglés —las personas te lo ofrecen de corazón y si le desprecias lo toman a mal.
De inmediato estiró su mano y cogió una naranja y le dio una sonrisa a la mujer —Gracias, muchas gracias.
Ahí mismo surtieron manzanas, plátanos y mas naranjas para el camino y volvieron al auto. Diez minutos antes de las cinco estaban entrando a la propiedad de los Lazcano.
Los ojos de Helena no alcanzaban a mirar todo a su alrededor, un hermoso valle verde a todo lo ancho y largo del lugar y la frescura que los árboles daban era algo inigualable. Volteó a mirar a Fernanda y le sonrió sin poder decir nada, bajó del auto y se dejó abrazar por el aire fresco que corría suavemente. Ante sus ojos se elevaba imponente la casa grande, una construcción de dos plantas que no se le veía fin, cada balcón tenía flores que lo hacían tan alegre. Árboles por doquier y los jardines llenos de flores, rosales en su mayoría y algunos alcatraces el áreas donde el sol no daba de lleno.
—¡Es hermoso!
—Lo es, y te falta tanto por ver. Pero vamos adentro, ya mi papá debe estar allá y te aseguro que todos están desesperados por ver a la otra persona invitada a la lectura, esperaban este día ansiosos.
Helena no entendió eso y siguió a Fernanda hacia el interior de la casa, era aún mas hermosa por dentro, una decoración tipo campestre pero elegante por donde le miraran. Escucharon voces y Fernanda le dijo que fueran por ahí, era el despacho de su padre.
—No se qué tanto esperas, Carlos. Estamos los que debemos estar, ya empieza de una buena vez —se escuchó la autoritaria voz de la que Helena identificó como Prudencia.
—Les repito, falta una persona.
—¿Quién demonios va a faltar? ¡Estoy yo que soy la madre de Alonso, su viuda y sus hijos, estamos todos!
Helena abrió la puerta y entró con suficiencia, todos estaban de espaldas, excepto Carlos que la miró y le dio una mirada de aliento —Adelante, abogado. Puede proceder, ahora sí estamos todos.
Todos voltearon a verla, todos excepto Prudencia, quien al escucharla supo quien era y casi se muere de la impresión, su rostro se tornó pálido y se quedó inmóvil en su silla.
—¿Quién es esta mujer? No me salgan con que mi marido tenía una amante.
—Sí la tenía, y esa es usted. Yo soy Helena Lazcano, la hija primogénita de Alonso Lazcano.
La sorpresa fue tal para todos, especialmente para Helena cuando fijó su mirada en los tres hermanos que estaban frente a ella y que los nervios no le permitieron detallar, Damián estaba entre ellos, era el mas alto de los tres y la miraba atónito. Ella esquivó esa mirada, no se iban a poner a ventilar sus intimidades ahí, pero sí se sintió una cucaracha al haberse metido con su hermano, que no lo sabía y todo lo que fuera, pero eran hermanos.
—¿Como que hija de mi padre? —Preguntó molesto Santiago y la miró con desprecio.
—Nuestro padre, dirás. Sin embargo te entiendo, recién me enteré hace unas semanas que mi padre me buscó por cielo y tierra, y ahora estoy aquí.
—Eres una arribista, igualita a tu madre —le gritó Prudencia —vienes por el dinero de mi hijo y ni su hija eres.
—Ay abuela, creo que tú eres la menos indicada para hablar de interés, y a mi madre tú no eres digna de mencionarla.
Le lanzó el sobre con los resultados del ADN y fue en el sentido literal, le golpearon en el regazo y resbalaron hasta el suelo, Damián levantó aquello y lo abrió para leerlo en voz alta.
—En efecto, es hija de papá.
—Pues no la quiero aquí, ¡Que se largue! —Gritó Prudencia y Carlos intervino.
—Es preciso que esté aquí, de lo contrario el testamento no se puede abrir.
Helena no sabía de dónde había sacado la fuerza para mantenerse altiva frente a todos, caminó con determinación hasta la silla donde se encontraba Santiago cuando ella entró, era la del centro y hasta enfrente y ahí se sentó ella.
—Adelante, proceda con lo que debe.
Carlos comenzó con la lectura dando formalidad al acto, aún con la evidente molestia e inconformidad de todos los demás.
—...Por lo tanto, es mi voluntad que mis bienes queden repartidos de la siguiente manera: el 51% de las acciones de la empresa son para mi hija Helena Lazcano —de inmediato todos protestaron y Prudencia montó en cólera, lo que tanto se había empeñado en evitar la estaba rebasando —les pido que guarden compostura o tendré que suspender la lectura.
—Abuela, por favor cálmate —le pidió Damián y se sentó a un lado de ella tomándola de la mano —deja que prosigan y ya después te manifiestas.
—Continúo —dijo Carlos mirándolos con advertencia —el resto quedan de la siguiente manera, quince por ciento para cada uno de mis otros hijos y el cuatro por ciento restante es para una fundación que la presidencia de la empresa tendrá que elegir. Esta Hacienda y todas sus tierras serán divididas en un cincuenta por ciento para mi hija Helena y la otra mitad para Damián, las propiedades de Tuxtla son todas para Santiago y las de ciudad de México para Benjamín. La gerencia de la empresa dejará de ser unitaria para que pasen a ocuparla mis hijos Damián y Helena, siendo cada decisión que se tome en conjunto. Ambos, deberán permanecer tanto en el puesto de gerencia como vivir en la hacienda durante un año, periodo en el que considero se habrán adaptado a la idea de trabajar juntos. Si este periodo no se cumple, sus bienes pasarán a ser donados a la caridad.
A Olivia, mi esposa; le queda una cuenta bancaria para que pueda seguir viviendo de manera holgada y sin carencias, así como una casa en Tuxtla que se ha comprado para ella.
A mi madre le quedan sus joyas y lo que en vida haya conseguido, aunado a eso es mi voluntad dejarle una pensión vitalicia por un monto de cinco mil pesos mensuales y una de las casas de la parte trasera de la Hacienda será para que viva sus últimos días.
—¡¿Cómo te atreves?! ¡Esto es una bajeza, una humillación de lo peor, Carlos! Muéstrame ese documento.
Se levantó con la ayuda de su bastón y fue hasta el escritorio que en vida usara su hijo, solo para encontrarse con que todo aquello fue escrito de puño y letra de su hijo.
—Es injusto eso para mi abuela —intervino Damián —¿Quieres decir que vivirá con los peones?
—Fue la última voluntad de su padre, no puedo hacer nada al respecto. Y en lo que se refiere a la lectura del testamento, es todo. Los espero en la semana en la notaría para que formalicemos todo.
Al pasar por el centro del despacho se acercó a Helena y la saludó con un afectuoso abrazo y un beso en la frente, ante eso todos lo miraron de manera acusadora.
—Tú lo sabías, Carlos —le reclamó Olivia con molestia.
—Sí, mi amigo me confiaba todo y esto no fue la excepción.
—Déjenme a solas con ella —pidió la abuela y todos obedecieron.