—¿Qué? ¿Quieres decir que compraste ese auto? —La joven soltó una carcajada como si acabara de decir un chiste divertido—: ¿Escuché mal? ¿Te puedes permitir comprar un auto tan lujoso? ¿Por qué no dices que también eres dueño de ese helicóptero?
Ella se negó a creerle, pues ese deportivo costaba dieciocho millones ochocientos ochenta mil.
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