Capítulo 15 Mentiroso
«¿Qué? ¿Alguien se aprovechó de nuestra hija?».
Al oír esa frase, corrió a la cocina y tomó un cuchillo antes de dirigirse a la puerta de nuevo. Al ver a Jonathan, se congeló en su camino.
—¿Jonathan? ¿No estás muerto?
«¿No murió ese perdedor después de desaparecer hace tres años?».
—Suegro, estoy vivo… —le explicó.
—Si estás vivo, ¿dónde estuviste los últimos tres años? —lo cuestionó con una expresión de rabia.
Como nunca le había simpatizado este yerno suyo, pensó que Julieta podría volver a casarse con una familia rica tras la desaparición de Jonathan.
Por desgracia, regresó.
—Suegro, estuve…
En lo que él trataba de explicar, Margarita intervino con brusquedad:
—Claudio, ¿qué haces? ¡Mata a esta escoria! ¡Él es el que violó a Emilia y me lastimó!
—¿Qué? ¿Él hizo eso? —La miró con incredulidad, pues conocía bien el carácter de Jonathan.
«Nunca nos trató mal ni desafió nuestras órdenes. ¡No hay manera de que se atreva a violar a Emilia!».
A pesar de lo mucho que detestaba a Jonathan, se negaba a creer que fuera capaz de profanar a su hija.
—¿No confías en mí, Claudio? ¿Cómo no puedes ponerte de nuestro lado cuando nuestra hija sufrió tal cosa? ¡No puedo creerlo, mañana mismo pido el divorcio! —se lamentó y actuó como una arpía, gritando e insultando.
Claudio no tuvo más remedio que ceder. Como esposo dominado, solía temerle a su mujer, sobre todo cuando armaba un escándalo. Con cuidado, le dijo:
—Cariño, escúchame...
—¡No quiero! Eres un maldito cobarde, Claudio Sierra. ¿Por qué no quieres vengar a tu hija? Tú, bueno para nada...
Incluso ante los interminables desplantes, Claudio no dijo nada hasta que Julieta se acercó desde la sala de estar.
—¿Qué está pasando?
—¡Oh, Julieta! —La señora se lanzó a los brazos de su hija antes de lamentarse—: ¡Deprisa, llama a la policía! Jonathan agredió sexualmente a tu hermana. ¡No podemos dejar que se vaya! ¡Llama a la policía para que lo encierren en la cárcel para siempre!
—¿Qué? ¿Jonathan agredió a Emilia? —Julieta giró hacia la puerta. En efecto, allí estaba Jonathan, a quien acababa de ver esa tarde.
—Julieta, escúchame —comenzó a explicar—. Vi a Emilia bebiendo con un grupo de delincuentes en un bar. Le pusieron droga en su bebida, ¡y fui yo quien la rescató!
—¡Tonterías! —gritó su madre—. ¡Emilia nunca ha estado en un bar!
—Emilia, ¿mi mamá está mintiendo? —le preguntó firme, con las cejas entrelazadas.
Aunque su odio por Jonathan seguía vigente, sabía que no era alguien así.
—¡No, Julieta! —Su hermana sacudió la cabeza con fuerza, como si le hubieran tendido una trampa. Se apresuró a mostrarle los moretones de su brazo para demostrarle que decía la verdad—. Julieta, no lo escuches. Él fue quien me acechó en la oscuridad y pretendía asaltarme cuando no había nadie. ¡Por suerte, me escapé antes de que pudiera hacerlo! ¡Mira lo que me hizo!
Al ver el lamentable acto de Emilia, Jonathan se burló.
«¿Dónde aprendió a mentir así y a acusarme de algo que no hice? Claro, de su madre, por supuesto. ¡Es una p*rra pretenciosa, mintiendo con todos los dientes!».
—Jonathan, explícate. —Julieta lo miró con enojo y decepción.
«¡Debo estar ciega para haberme enamorado de él! ¡No puedo creer que haya intentado hacerle daño a mi hermana!».
—No tengo nada que decir —respondió el hombre.
Por la mirada de Julieta, era evidente que había elegido creerle a su hermana.
—Yo la salvé, así que te toca a ti elegir en quién confiar. ¡Ya me voy! —No estaba dispuesto a perder más tiempo aquí.
Sin embargo, cuando Margarita escuchó que tenía la intención de marcharse, frunció el ceño con desagrado.
—¿Quieres irte? De ninguna manera. ¿Crees que puedes irte así, después de intentar violar a Emilia?
—¿Qué quieres? —Jonathan ladeó la cabeza para mirarla con el ceño fruncido.
—¡Ja! Tienes dos opciones. O llamamos a la policía ahora y te hacemos cumplir una condena de por vida en la cárcel, o traes el registro de tu casa aquí mañana por la mañana para que tú y Julieta soliciten el divorcio en el ayuntamiento —contestó burlona.
—Parece que no vas a parar hasta que Julieta y yo nos divorciemos. —La mirada del hombre era gélida, cuando por fin comprendió la verdadera intención de los Sierra.
«¡Están conspirando contra mí para obligarme a aceptar el divorcio!».
—¡Por supuesto! ¡Eres una escoria que intentó violar a su propia cuñada! ¿Qué derecho tienes de seguir casado con Julieta? —declaró la señora con altanería.
—¡No aceptaré el divorcio, puedes llamar a la policía! —contestó calmado—. Pídeles que revisen las cámaras de seguridad del bar. ¡Averigüemos si fui yo quien siguió a Emilia o si alguien la drogó!
—¡No! —soltó Emilia ansiosa ante su sugerencia.
—¿Por qué? ¿Ahora tienes miedo? —se burló el hombre.
—¡Qué estupidez! No te tiene miedo. —Margarita lo miró con fijeza—. Hagamos eso entonces. ¡Julieta, llama a la policía!
—¡No, no la llames! —Una mirada de pánico se apoderó de los rasgos faciales de la mujer mientras agitaba las manos—. Mamá, no hagas un escándalo. Si los demás se enteran de esto, no podré mostrarme en público. ¡Nadie querrá casarse conmigo!
Su madre dudó.
—Entonces... ¿lo vamos a dejar libre?
«Jonathan es lo suficiente despreciable como para no preocuparse por su reputación, ¡pero mi hija no! ¡Si se corre la voz, ninguna familia la aceptará como su nuera!».