Capítulo 2 Vendida
Cuando llegó corriendo a casa, su madre estaba sentada en el sofá con lágrimas en los ojos. Tenía una marca roja e hinchada en la cara.
—Mamá, ¿te ha pegado? —Ámbar se asustó y miró a su alrededor. Perdió los nervios—. ¡¿Dónde está?!
—Ámby, ¿por qué has vuelto? —Julieta Medina estaba tan angustiada que quería llorar. Pensó que su hija estaba acabada.
Antes de que Ámbar pudiera reaccionar, Romeo condujo a tres hombres a través de las puertas.
—Esta chica es mi hija, Ámbar. Llévatela. —Había bebido alcohol y sus pasos eran algo inseguros, pero su voz sonaba complacida.
Ámbar vio a un hombre calvo y barrigón que la miraba con una sonrisa desagradable. También tenía en la cara una larga cicatriz de una cuchillada. Nunca pensó que su pesadilla empezaría tan rápido.
—Esta chica no sólo es guapa, sino que además su nombre suena bien. Ámby. ¡Me gusta!
Estaba salivando mientras miraba obsesivamente a Ámbar. Sonrió siniestramente e hizo una señal a la gente que le rodeaba. Dos hombres fuertes se apresuraron a tomar a Ámbar.
—¡Por aquí, Señorita Bustamante! —Su voz era áspera, ¡y sus acciones muy groseras!
—¡Ámbar! —Su madre, Julieta, estaba aterrorizada.
—¡Suélteme! —La chica forcejeó con rabia. Su mirada era obstinada—. ¡Suéltame! Tengo libertad para casarme con quien quiera. Lo que haces es ilegal.
—¿Ilegal? ¿Acaso el juego no es ilegal? No me importa la ley. Sólo me importa el dinero —Romeo apestaba a alcohol—. Sólo vales 200 mil porque eres joven. En el futuro, ¡nadie te querrá, aunque le paguen! Llévatela rápido.
La rabia de Ámbar era incontenible.
—¡Pagarás por esto, Romeo Bustamante!
—¡Romeo, te ruego que no hagas esto! —Julieta no era la débil de siempre y le suplicó—. ¡Ámbar no es tu hija! No tienes derecho a hacer esto.
—¡No es mi hija biológica, pero la he mantenido todos estos años! Es hora de que me lo pague. ¡Piérdete! —El hombre agitó el brazo y derribó a su mujer. Ella cayó sobre la mesa de café, de inmediato se golpeó la frente. La sangre fresca comenzó a fluir.
—¡Mamá! —Ámbar estaba nerviosa por la preocupación, pero no podía escapar pasara lo que pasara.
Romeo, que se estaba volviendo loco, agarró el pelo de su mujer. Le advirtió con ferocidad.
—Mujer estúpida. No te metas en mi camino. —A Julieta se le levantó la cabeza de tanto agarrarla y soltó un aullido insoportable.
—¡Mamá! —Ámbar pataleó ansiosa—. ¡Suéltala!
—¡Ámbar, si te atreves a resistirte hoy, la mataré!
Miró la amenazadora y atroz mirada de Romeo y vio la sangre fresca que manaba de la frente de su madre. Ámbar se obligó a calmarse y contuvo el dolor desgarrador de su corazón.
—De acuerdo. Iré con ellos. —Sabía que se había vuelto loco. Era capaz de cualquier cosa, ya que estaba quemando todos sus puentes.
—¡Mamá! Cuídate... —Las lágrimas llenaron los ojos de la chica. Mientras siguiera viva, tenía que evitar que su madre sufriera.
El tirano local se llevó a Ámbar de la Residencia Bustamante y la metió a la fuerza en una furgoneta. El tirano local dijo a sus subordinados que la soltaran porque sabía que era difícil que escapara. Se sentó a su lado.
—Chica, hueles bien. —Se apiadó de la chica, que tenía una expresión gélida y los ojos llenos de lágrimas—. Querida, eres preciosa. No te preocupes. Te cuidaré bien. —No pudo evitar estirar la mano para estrecharla entre sus brazos.
—¡Suéltame! Estúpido rufián. —Ámbar lo apartó con fuerza—. ¡Estoy casada!
No le sorprendió en absoluto. De hecho, le gustaba ver a Ámbar tan animada.
—No te preocupes. Eres una chica muy guapa. Te querría, aunque estuvieras divorciada. —Después alargó la mano para tocarle los muslos. Ámbar gritó asustada, pero el tirano local se inclinó hacia ella...
—¡Suéltame, estúpido matón! —Ámbar forcejeó con todas sus fuerzas.
Cuanto más se resistía, más excitado se ponía el tirano local. Sonrió de forma desagradable.
—Chica, tarde o temprano serás mía. Deja de hacerte la dura. Tu padre se ha llevado mi dinero.
Ámbar se llenó de desesperación y pensó que estaba acabada.
¡Chriii!
El penetrante sonido del coche al frenar resonó con fuerza. El coche empezó a tambalearse y a reducir la velocidad. Debido a la inercia, todos salieron despedidos hacia delante y se golpearon la cabeza de un modo u otro.
El coche se detuvo en seco.
—¡Maldita sea! —El tirano local hizo una mueca y maldijo con rabia.
La puerta del coche se abrió de un tirón, y unos cuantos hombres con gafas y traje rodearon el coche con expresiones solemnes. Hicieron señas para que todos salieran del vehículo.