Capítulo 44 La que hace milagros
Pese al dolor en su cadera y coxis, Sam se irguió. Su espalda recta le dio la altura de la que gozaba. Caminó hacia el tipo, cojeando. Parada frente a él tenían la misma estatura. Amó que, por generaciones, en su familia fueran altos, gente bien alimentada, con dinero para obtener buena salud y huesos firmes, así no tenía que mirar esos arrogantes ojos verdes hacia arriba.
—¿Disculpe? Creo que del golpe que me dio me dejó sorda porque no oí bien. —Estaba tan cerca de él que casi se rozaban las narices.
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