Capítulo 18 Dulcemente perverso
Los ojos de Samantha se abrieron a una luminosa blancura, cegadora. Ardía y dolía. Le dolía todo, hasta el cabello. Eso era bueno, supuso. No le faltaba nada. Despegó la cabeza de la almohada y se miró los pies. Seguían allí y se movían, distinguió con la vista borrosa. Habría sonreído si la cara no le hubiera dolido tanto.
Oyó voces fuera de la puerta. A la habitación del hospital entró una mujer de delantal blanco y alguien que reconoció como Vlad Sarkov. Todos los dolores se intensificaron.
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