Miró por décima vez la pantalla de su celular. Como si con eso pudiera hacer que entrase una llamada o un mensaje. Pero era algo que no podía evitar. Llevaba todo el día con el celular en las manos. En esos momentos era su tesoro.
¿Cuantos mensajes había escrito y borrado sin llegar a enviar ninguno? ¿Cuantas llamadas estuvo a punto de marcar? Sentía que probablemente estaba más desesperado de hablar con Ana que ella con el.
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