Capítulo 6 Te queda bien ese vestido
Summer se agarró la manta y se echó hacia atrás.
—Es lo justo. Yo me acosté contigo y tú te acostaste conmigo. Así que estamos en paz.
Fraser ya no podía reprochárselo. Fraser retiró la mano, con los dedos aun reteniendo el calor de su piel. Con una mano en el bolsillo, se quedó de pie junto a ella, observándola en silencio con su mirada oscura e indescifrable.
—Vístete y ven a desayunar. —Con eso, se dio la vuelta y salió.
Solo después de que se marchara, Summer tomó el vestido. Una mirada y su rostro se crispó. Era un vestido ajustado de color morado oscuro, bordado con extensos motivos de rosas. El tejido era sedoso, de alta calidad y, obviamente, caro.
Nunca había llevado nada tan sensual y atrevido. Trevor siempre la había preferido con trajes sencillos y de aspecto puro. Pero la verdad era que a ella nunca le había gustado ese estilo. Odiaba parecer inocente y delicada porque eso solo facilitaba que Margaret Stewart la acosara.
Aun así, lo había soportado por Trevor. En aquel entonces, él era lo más importante en su mundo. Mirando atrás, había sido una completa idiota.
«El amor en realidad era una enfermedad».
Sacudió sus pensamientos y apartó la manta, dejando al descubierto su pálida piel, ahora cubierta de moretones y marcas oscuras. Un claro testimonio de lo poco que Fraser se había contenido la noche anterior. Poco a poco, se vistió.
Para su sorpresa, la lencería le quedaba perfecta. Summer se quedó sin palabras. ¿Cómo había acertado Fraser con su talla en solo una noche? Apenas conocía «su» talla… solo que era grande. Muy grande… Sacudió el calor de su rostro.
«Es normal pensar en ello. Cualquier mujer seguiría pensando en un hombre así después de una noche como la de ayer. Es completamente normal».
Apartando esos pensamientos, se vistió rápido, se refrescó y salió del dormitorio. La villa tenía una gran escalera en forma de Z. Debido a la forma en que el vestido se ceñía a sus curvas, Summer bajó con más cuidado de lo habitual.
Al escuchar el sonido de los pasos, Fraser levantó la vista de su teléfono. En el momento en que la vio, una chispa de sorpresa brilló en sus ojos. Tenía un gusto excelente. Summer era alta y esbelta, y su cabello largo y ligeramente rizado enmarcaba sus delicados rasgos.
Sus ojos brillantes y claros eran llamativos, e incluso sin maquillaje, su tez era suave y clara. El vestido le daba un aire regio y elegante, más segura y refinada que nunca. Reclinándose con pereza en su silla, Fraser tamborileó con los dedos rítmicamente sobre la mesa, observándola en silencio mientras bajaba.
Se preguntó cuál sería su reacción si supiera exactamente lo que estaba pensando en ese momento: lo mucho que deseaba arrancarle ese vestido. La comisura de sus labios se levantó un poco.
Sintiendo su mirada profunda y ardiente fija en ella, Summer tiró del dobladillo de su vestido. No era corto, pero la alta abertura hacía que cada paso que daba revelara un fugaz destello de sus largas y pálidas piernas. Frunció el ceño.
—¿Tengo algo en la cara?
Un destello de calidez brilló en los ojos oscuros de Fraser.
—Te queda bien ese vestido.
Summer no estaba acostumbrada a los cumplidos. Los hombres le habían dicho innumerables veces que era hermosa. Pero el simple «te queda bien» de Fraser hizo que se le enrojecieran un poco las orejas. Por un momento, el aire entre ellos se volvió denso, cargado de algo que no se decía.
…
El sol brillaba en lo alto mientras el elegante Ferrari negro de Fraser avanzaba a toda velocidad por la carretera. El paisaje se veía borroso a través de las ventanillas. Summer había planeado volver en taxi, pero sin su teléfono ni su cartera, no tenía más remedio que pedirle a Fraser que la llevara a Havenbrook.
Le dio una dirección: Fincas Brookhaven. Un barrio de clase media. No era barato, pero tampoco era precisamente lujoso. Para alguien con su estatus como la hija mayor de la Familia Stewart, era un poco decepcionante. Fraser la miró.
—¿No vives en la residencia Stewart?
—Mm. —Ella le devolvió la mirada. Su tono era casual, solo estaba haciendo conversación, así que no se molestó en dar más explicaciones.
Cuando llegaron, Summer alcanzó la manija de la puerta. Antes de que pudiera salir, Fraser la agarró con pereza por la muñeca.
—¿Te vas así sin más? —Su tono era casi burlón, como el de un amante reacio a decir adiós.
Summer parpadeó.
«¿Se suponía que debía invitarlo a subir a tomar el té o algo así?».
Se aclaró la garganta y dijo:
—Gracias por salvarme. —Al ver que él no respondía, añadió rápido—: Te invitaré a cenar algún día. —Luego, al darse cuenta de lo ridículamente rico que era, se corrigió—. Por supuesto, si estás dispuesto a complacerme.
Fraser dio unos golpecitos con los dedos en el volante, con la mirada aguda e indescifrable. No hizo ningún caso a la invitación a cenar.
—Normalmente, cuando dos personas se acuestan juntas, se despiden con un beso, ¿no?
Summer se puso tensa.
—Fraser, ¿haces esto cada vez que te separas de una mujer?
Una sonrisa burlona se dibujó en sus profundos ojos. Bajó la voz, lenta y burlona.
—No tengo «mujeres». Pero Summer, si quieres ser mía, podría considerarlo. Después de todo, somos bastante compatibles.
Los labios de Summer se crisparon.
—No quiero ser tu mujer.
La definición de Fraser de «su mujer» quizás no se acercaba ni remotamente a lo que ella consideraría una novia adecuada. Ya había fracasado estrepitosamente como novia de Trevor. No estaba dispuesta a lanzarse a otro desastre.
Saltar de un pozo de fuego a otro… Si lo hacía, no solo sería desafortunada. Sería una completa estúpida. Fraser sonrió con aire burlón y bajó la voz adre.
—Ah, ¿sí? Eso no es lo que dijiste anoche. Prácticamente me estabas suplicando… —Antes de que pudiera terminar, Summer le tapó la boca con la mano.
Fraser arqueó una ceja, con una expresión cada vez más divertida. Su risa silenciosa vibró contra la palma de ella. Sus rasgos afilados estaban medio cubiertos por la mano de ella, pero sus ojos oscuros y brillantes la quemaban. El corazón de Summer dio un vuelco. Evitando su mirada, retiró rápido la mano.
—Bueno… Me voy ya. Adiós. —Sin esperar otra palabra, abrió la puerta de un tirón y salió corriendo.
Con una suave risa, Fraser observó su figura mientras se alejaba. Su mirada se oscureció un poco, aguda y concentrada, como la de un depredador observando a su presa.
«Summer, tú has empezado esto. ¿Piensas que puedes marcharte así?».
…
Summer regresó a su apartamento, un sencillo espacio de unos 100 metros cuadrados con dos dormitorios y un baño. Uno de ellos era un estudio. Era acogedor, pero no tenía lujos. No era un ático lujoso, pero el pequeño balcón bañado por la luz del sol y lleno de plantas la hacía sentirse como en casa.
Trevor siempre se había quejado de que su casa era demasiado pequeña. Nunca había entrado. Sin embargo, le había comprado varios apartamentos de lujo e incluso la había instado a mudarse. Pero a Summer le gustaba ese. Porque lo había comprado con su propio dinero.
Respiró hondo y tomó una caja vacía del trastero. Guardó una a una todas las cosas que Trevor le había regalado. Cuando terminó, la caja estaba llena. No era ninguna sorpresa. Era la prueba de cinco años de amor. Aún quedaban muchas cosas que había dejado en su villa. Sentada en el suelo, miró directo a los ojos la caja de recuerdos.
Un álbum de fotos. Algunas escrituras de propiedades. Varias joyas caras. Y un anillo de compromiso. Solo las propiedades valían decenas de millones. Durante años, había creído ingenuamente que Trevor acabaría queriéndola. Entonces Peyton había vuelto. Y el final había sido dolorosamente predecible.
«Los primeros amores. Nunca se pierden».
Summer exhaló poco a poco. Vendería las propiedades. Lo consideraría una compensación por los años que había perdido con ese hombre.