Capítulo 7 —Delirios de un moribundo
Narrador:
Maya había pasado la noche en vela, sus pensamientos girando como una espiral interminable. Cada crujido de la casa, cada sombra que se movía bajo la luz de la luna, le hacía contener el aliento. La idea de que Liam pudiera irrumpir en su dormitorio para consolidar ese "trato" que había impuesto era una posibilidad que la mantenía alerta. Pero la noche transcurrió sin incidentes. Liam no apareció, y Maya se sintió tan aliviada como agotada cuando los primeros rayos del sol iluminaron su habitación. En el desayuno, trató de mantener la calma mientras entraba en la cocina. Liam estaba sentado a la mesa, perfectamente arreglado, con una taza de café en una mano y el teléfono en la otra.
—Buenos días —saludó ella, intentando sonar casual.
—Buenos días —respondió él, levantando la vista para mirarla —¿Cómo dormiste?
—Bien —mintió Maya, esforzándose por que su voz no temblara.
Liam esbozó una sonrisa ladeada y dejó su teléfono a un lado.
—Me alegra. Yo dormí como un bebé. Por cierto, ¿soñaste conmigo? ¿O acaso te tocaste pensando en mí?
Maya dejó caer el cuchillo que tenía en la mano, mirándolo con los ojos muy abiertos.
—¿Qué?... Eres un imbécil —espetó, tratando de recobrar la compostura —Yo no hago esas cosas.
Liam sonrió con malicia, inclinándose ligeramente hacia ella.
—Deberías. Es muy sano, Maya. De hecho, ¿sabes por qué estoy tan espléndido esta mañana? Porque lo hice.
Ella sintió que el calor subía a sus mejillas, confundida entre la indignación y la vergüenza.
—¿Qué cosa? —preguntó, aunque sabía que probablemente se arrepentiría de escuchar la respuesta.
Liam tomó un sorbo de café, sus ojos fijos en ella mientras sus labios se curvaban en una sonrisa perezosa.
—Tocarme pensando en ti y fue una maravilla, vamos a tener que practicar algunas de esas poses...
Maya sintió que todo su cuerpo se tensaba, y durante un instante no pudo articular palabra. Finalmente, tomó un trago rápido de su café, tratando de ignorar las miradas que él le lanzaba y las palabras que seguían resonando en su cabeza. El tono despreocupado de sus palabras hizo que Maya apretara los labios, reprimiendo la necesidad de decirle lo que realmente había sentido durante la noche. Tras un desayuno marcado por un silencio incómodo, ambos se dirigieron al hospital. El trayecto estuvo lleno de una tensión que parecía materializarse en el aire, envolviéndolos como una sombra. La habitación del hospital era amplia pero estéril, con el característico olor a desinfectante impregnando el ambiente. Carlos yacía en la cama, pálido y visiblemente debilitado, su respiración acompasada pero frágil. Cuando levantó la vista y vio a Liam, sus ojos se llenaron de una mezcla de alivio y pesar.
—Hijo… —murmuró, con la voz ronca.
Liam se detuvo en el umbral por un momento, su expresión indescifrable. Luego avanzó lentamente, con Maya siguiéndolo de cerca. Ella se quedó al fondo de la habitación, observando con el corazón en un puño.
—Padre —dijo Liam finalmente.
Carlos extendió una mano temblorosa hacia él, y Liam, después de una breve vacilación, la tomó. La debilidad de aquel gesto pareció impactarlo más de lo que quería admitir.
—Lamento tantas cosas —dijo Carlos, con los ojos vidriosos —Lamento haberte fallado como padre… y lamento haberte empujado a alejarte. Nunca debí decirte lo que dije.
Liam cerró los ojos por un instante, como si aquellas palabras lo golpearan. Luego los abrió, y Maya notó una sombra de algo que podría haber sido dolor en su mirada.
—No importa ahora —dijo Liam, su voz más suave —Estoy aquí, y eso es lo que importa.
Carlos asintió, visiblemente emocionado. Luego dirigió su mirada hacia Maya y levantó una mano temblorosa, invitándola a acercarse. Ella dudó un momento, sorprendida, pero finalmente dio unos pasos hasta colocarse al lado de Liam.
—Maya… —la voz de Carlos sonaba aún más débil —Perdóname. Por todo. —Maya parpadeó, confusa. Abrió la boca para preguntar, pero no supo qué decir. Su mente corría tratando de entender a qué se refería Carlos, como si ella debiera saberlo. Finalmente asintió con torpeza, mientras él le dedicaba una sonrisa que parecía cargada de alivio. —Gracias… gracias por cuidar de todo cuando yo no pude.
Maya apenas logró asentir de nuevo antes de retroceder, dejando que Liam retomara su lugar junto a la cama y observó con creciente desconcierto. Liam estaba siendo amable, casi cálido, algo completamente opuesto a la frialdad y la dureza que ella le había visto desde que se reencontraron. La escena era profundamente emotiva, y Maya no pudo evitar sentir una oleada de esperanza. Tal vez, pensó, este encuentro podría sanar las heridas entre ellos. Carlos miró a Liam con una intensidad que dejó a Maya aún más confundida.
—Eres un buen hombre, Liam. Mucho mejor de lo que yo merezco.
Liam apretó suavemente la mano de su padre y asintió.
—Descansa, padre. Eso es lo único que importa ahora.
Cuando salieron del hospital, Maya estaba al borde de las lágrimas. Caminó junto a Liam en silencio, hasta que finalmente rompió la tensión.
—Me alegra que lo hayas perdonado —dijo, su voz temblorosa pero sincera.
Liam se detuvo en seco, obligándola a girarse para mirarlo. La frialdad en sus ojos hizo que Maya retrocediera un paso.
—¿Perdonarlo? —repitió con un tono de incredulidad —No te equivoques, Maya. No lo he perdonado. Solo le dije lo que necesitaba escuchar para que pudiera morir en paz.
Las palabras la golpearon como un balde de agua helada. Maya lo miró, incrédula.
—¿Cómo puedes decir eso? —espetó, su voz subiendo de tono —Es tu padre, Liam. Ha cometido errores, sí, pero… ¡es tu padre!
Liam se inclinó hacia ella, reduciendo la distancia entre ambos hasta que sus rostros quedaron a pocos centímetros de distancia.
—No tienes idea de lo que estás diciendo —replicó él, con una calma peligrosa —No sabes lo que hizo. Lo que me dijo.
—Entonces dime. ¡Explícamelo! —insistió Maya, incapaz de contener su indignación.
Liam apretó la mandíbula, sus ojos ardiendo con una mezcla de rabia y algo más oscuro.
—No necesitas saberlo, Maya. Pero te aseguro algo; no hay perdón para lo que hizo.
—¿Y qué quiso decir con lo que me dijo? —preguntó ella, cambiando de tono —¿Por qué me pidió perdón? ¿Por qué hablaba como si yo supiera algo que no sé?
Liam desvió la mirada por un instante, como si tratara de buscar las palabras adecuadas.
—Delirios de un viejo moribundo —dijo finalmente, con un tono que intentaba ser despreocupado —No hagas caso, ya no tiene importancia.
Pero Maya lo observó detenidamente. Había algo en sus ojos, una sombra que delataba que no estaba siendo sincero. Decidió no insistir, al menos por el momento. Solo le dirigió una última mirada cargada de escepticismo antes de girarse. “Pero te aseguro algo; no hay perdón para lo que hizo”. El hielo en sus palabras la dejó sin aliento. Maya apretó los puños, sintiendo una mezcla de rabia y desesperación.
—¿Sabes? —dijo finalmente, su voz rota —Eres más cruel de lo que pensaba. Tal vez el problema no sea él, Liam. Tal vez el problema siempre has sido tú.
Liam no se movió, pero algo en su expresión cambió, apenas perceptible. Maya no esperó una respuesta. Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el coche, dejando a Liam parado en la entrada del hospital, con una expresión que mezclaba frialdad y algo que Maya no pudo identificar. Mientras la veía alejarse, un destello de algo profundo e inalcanzable cruzó por sus ojos y recordó; cuando tenía veintidos años y Carlos lo llamó al despacho. El tono en su voz era grave, casi omnipotente, y eso bastó para que Liam supiera que no se trataba de una charla cualquiera.
—Siéntate, Liam —dijo Carlos, señalando la silla frente a su escritorio. Liam obedeció, aunque cada fibra de su ser le gritaba que se alejara de esa habitación. Carlos lo observó durante unos segundos que parecieron eternos antes de hablar.—¿Crees que soy estúpido? —preguntó, con una calma que era más aterradora que un grito.
—No entiendo a qué te refieres, papá —respondió Liam, tratando de mantener su voz firme.
Carlos dejó escapar un suspiro largo, cargado de frustración.
—No me mientas, Liam. He visto cómo miras a Maya. Esa forma en la que la observas, no es la de un hermano. Ni siquiera de un amigo. Y eso... eso no puede continuar.
Las palabras de Carlos lo golpearon como un mazazo. Liam sintió cómo su corazón se aceleraba, pero no desvió la mirada y no volvería a mentir.
—Lo que siento por ella es real —respondió finalmente, con una determinación que sorprendió incluso a él mismo.
Carlos se inclinó hacia adelante, su rostro endurecido por la furia contenida.
—¿Real? ¡Tiene 17 años, Liam! ¡Es tu hermana, es incestuoso! —exclamó, golpeando la mesa con la palma abierta —No me importa que no compartan sangre. Para ella, tú eres su familia. ¿Qué crees que pensaría Maya si supiera lo que sientes?
Liam apretó los puños, sintiendo que la rabia y el dolor lo consumían.
—No lo entiendes. Yo jamás le haría daño.
—Ya lo estás haciendo —respondió Carlos, con una frialdad cortante —Y no voy a permitirlo. Esto se termina hoy. Te irás a trabajar a la filial que tenemos en el otro Estado, dejarás esta casa y a Maya. Es por el bien de todos, pero sobre todo, por el de ella.
Liam se levantó, su mandíbula tensa y sus ojos ardiendo de furia.
—¿Y si no lo hago?
Carlos se puso de pie, enfrentándolo con una mirada de acero.
—Si te quedas, Liam, destruirás a esta familia. Y destruirás a Maya. ¿Es eso lo que quieres?
El silencio que siguió fue insoportable. Finalmente, Liam dio un paso atrás, el dolor reflejado en cada uno de sus movimientos.
—Esto es un error —murmuró, antes de girarse y salir del despacho.
Aquella conversación lo marcó de una manera que nunca pudo borrar. Había sido el inicio de todo; su partida, su transformación en el hombre frío y distante que ahora era. Pero, por mucho que intentara olvidarlo, esas palabras seguían persiguiéndolo, como un eco que no podía apagar.