Capítulo 5 Desprecio
—¿Realmente puedes curarme?
—¡Deja de hablar!
Con un ligero movimiento de los labios, Alejandro dio un paso adelante, con una pizca de esperanza en su corazón.
—Si realmente puedes curarme a mí, entonces creeré que también puedes curar a la señora Zavala.
«La hipertensión pulmonar idiopática, una enfermedad cardiovascular poco frecuente, no tiene cura conocida. Una vez que se exacerba, podría provocar una insuficiencia cardíaca aguda, lo que representa una grave amenaza para la vida.
Si puede curar una enfermedad tan rara, tal vez realmente tenga la capacidad de curar a la Señora Zavala».
Fernando movió la palma de su mano y sacó una aguja dorada, que rápidamente hundió en el pecho de Alejandro.
—¿Qué estás haciendo? ¿No debería realizar pruebas y exámenes antes de realizar cualquier tipo de tratamiento?
Como director del hospital, Alejandro nunca antes había escuchado hablar o visto el método de tratamiento de Fernando.
—¡Cállate! —espetó Fernando.
Antes de que Alejandro pudiera continuar con el interrogatorio, Fernando retiró la aguja dorada.
—¡Hecho!
No duró ni veinte segundos.
Alejandro permaneció escéptico, pero pronto se dio cuenta de que la molestia en el pecho que lo había atormentado durante muchos años se había desvanecido, otorgando a todo su cuerpo una sensación de relajación sin igual.
Una mirada de sorpresa brilló en su rostro cuando rápidamente sacó un pequeño dispositivo parecido a un clip y lo colocó en su dedo. Era un oxímetro, un dispositivo diseñado para evaluar el nivel de saturación de oxígeno en el cuerpo humano. Pronto, aparecieron algunos números en el dispositivo. Alejandro exclamó con alegría:
—¡El nivel de saturación de oxígeno ha aumentado! —Luego empezó a verificar aprisa su presión arterial—. Es realmente mejor. ¡Esto es increíble!
Fernando se dio la vuelta y lanzó una mirada fría al empleado.
—Bueno, ¿crees que estaba diciendo tonterías ahora?
El empleado no parecía convencido. Quiso decir algo más, pero Alejandro le dio una bofetada en la cara.
—Sinvergüenza, discúlpate con el joven de inmediato. ¡Si el joven no te perdona, puedes perderte hoy!
—Yo...
El empleado estaba completamente desconcertado. Las ventajas del Hospital General no tenían parangón en todo el sector médico de Ciudad Jade. Además, teniendo en cuenta la reputación de Alejandro, si el empleado fuera despedido, tal vez nunca volvería a conseguir un trabajo. Eso implicaría que había perdido por completo sus medios de subsistencia.
Cayó de rodillas ante Fernando con un ruido sordo y levantó la mano para abofetearse dos veces.
—Lamento haberlo menospreciado. Tengo una familia y soy el único sostén de la familia. Por favor, perdóneme esta vez.
Fernando dejó escapar un suspiro.
«Si hubieras sabido que llegaría a esto, ¿me habrías menospreciado en primer lugar?».
Sin embargo, no podía molestarse en discutir con un individuo tan mezquino.
Hizo un gesto con la mano y dijo:
—Está bien, levántate ahora.
—¡Gracias, joven, gracias!
El empleado se levantó agradecido del suelo.
—No hay tiempo que perder, joven. ¡Sígame a la sala de la Señora Zavala!
Alejandro condujo con ansiedad a Fernando hacia la sala VIP donde se encontraba Berenice.
Dentro de la sala, Fernando vio a Berenice, que estaba acostada en la cama como si estuviera profundamente dormida. Su nariz estaba esculpida a la perfección, complementada con cejas elegantemente arqueadas, enmarcando su rostro en una belleza cautivadora.
«No es de extrañar que sea una de las Cuatro Bellezas de Ciudad Jade».
Un hombre de mediana edad estaba de pie junto a la cama del enfermo. Al ver a Alejandro, de inmediato se acercó a él.
—Doctor Cortez, ¿ha encontrado un plan de tratamiento para Bere?
Este hombre no era otro que el padre de Berenice, Patricio Zavala, el hombre más rico de Ciudad Jade.
Alejandro se volvió hacia Fernando y le dijo:
—Fer, por favor, echa un vistazo a la señorita Zavala.
Fernando asintió con la cabeza y se dirigió hacia el lecho de Berenice. Justo cuando estaba a punto de extender la mano para ver cómo estaba, alguien gritó:
—¡Detente, no toques a mi hija!
Fernando se dio la vuelta, solo para ver a una hermosa mujer de mediana edad parada en la puerta.
—¿Qué estás haciendo? ¿No sabes que mi hija está muy enferma y no debe ser tocada por descuido?
La hermosa mujer entró, con el rostro lleno de ira. Era la madre de Berenice, Jenifer Castro.
—¿Por qué volviste? —Patricio dio un paso adelante—. Este es el Doctor Fernando Lemus. Vino a tratar a nuestra hija.
—¿Cuántos años tiene? ¿Y está tratando a mi hija? ¿Se ha graduado de la facultad de medicina?
Una pizca de desprecio brilló en el rostro de Jenifer cuando vio que Fernando era joven. Claramente, ella no lo tomó en serio.
Patricio dijo con cierta torpeza:
—Cuida tus modales. El Doctor Lemus fue recomendado por el Doctor Cortez.
—¿El doctor Cortez? No te dejes engañar. ¿Cómo es posible que alguien tan joven posea habilidades médicas tan impresionantes? Cariño, déjame presentarte al Doctor Galindo. Es un neurólogo invitado por un amigo mío de Luzazul.
Solo entonces Patricio se dio cuenta de que un médico de mediana edad de unos cuarenta años estaba parado en la puerta. Detrás de él había cuatro o cinco asistentes vestidos con batas blancas de laboratorio, cada uno con una variedad de equipos médicos.
Jenifer continuó:
—El Doctor Galindo es un graduado de doctorado de Ulmaria y un neurólogo líder en Luzazul. Tiene una investigación única en neurología y ha publicado de veinte a treinta artículos en revistas patrocinadas por la Asociación Médica Mundial. Hace apenas unos días, el Doctor Galindo recibió una invitación de la Asociación Médica Mundial, y pronto se convertiría en miembro de esta. El Doctor Galindo es un hombre ocupado, pero ha dejado de lado muchas de sus tareas para atender la enfermedad de nuestra hija.
Al escuchar la letanía de títulos de la otra parte, Patricio rápidamente dio un paso adelante y dijo:
—Doctor Galindo, gracias por su arduo trabajo.
Joel Galindo asintió con aire de orgullo y dijo:
—No es necesario que busque a ningún otro médico, en especial a aquellos que no tienen ni idea, para la enfermedad de su hija mientras yo esté aquí. Esos charlatanes harían cualquier cosa por dinero.
El rostro de Fernando de inmediato se volvió sombrío cuando escuchó eso.