Capítulo 10 Casi me engañas
—¿Qué vas a hacer con lo de anoche? Pase lo que pase,te había ayudado. ¿Así es como pagas mi amabilidad? —Katherine sintió un poco de ansiedad en su corazón, pero seguía pareciendo tranquila en apariencia, como si no temiera en absoluto que Joaquín le hiciera daño.
Después de todo, ya tenía una aguja de plata entre sus dedos. En cuanto él hiciera cualquier movimiento en falso, ella le haría sentir de inmediato a ese hombre lo que era la desesperación.
—¿Oh? Entonces dime, ¿cómo quieres que te lo pague? —Joaquín sonrió y miró sus dedos apretados, sus ojos sarcásticos.
Ella levantó el cuello y lo miró.
—Déjame salir del coche, y trataré eso como un pago...
Se congeló antes de terminar de hablar porque el hombre se acercó de repente a ella. Quiso evitarlo por instinto, pero le sujetaron la nuca y la empujaron unos centímetros hacia delante.
En ese momento, hasta su cuero cabelludo estaba entumecido.
El cálido aliento del varón le rozó las orejas, mientras la mano que tenía en la nuca se deslizaba poco a poco hacia abajo y se posaba en su cuello de forma ambigua. Se tensó un poco, y entonces el hombre suspiró como si estuviera mirando a su presa.
—Tu cuello sí que es atractivo…
Era tan fino que podía romperlo con poco esfuerzo.
Katherine tenía los ojos un poco redondeados por la incredulidad y el miedo.
«¡De verdad me he dejado atrapar por alguien! ¡Esto es algo que no me había pasado en años!», pensó. Apretó la aguja de plata que tenía en la mano y estaba pensando si clavarla cuando sonó la voz del hombre, interrumpiendo su movimiento.
—Si no quieres devolverlo, no pasa nada. Es que el colgante es lo que quiero regalarle a mi futura esposa. Ya que has tomado la muestra de amor que he preparado, ¿significa que piensas casarte conmigo?
Katherine escuchó sus palabras y sintió una inexplicable capa de sudor frío en la espalda. Joaquín le tocó el sudor del cuello y se rio:
—¿De qué tienes miedo?
Sus pensamientos estaban al descubierto, y ya no le importaba nada más. Extendió la mano y apartó a Joaquín, luego regañó con actitud fría:
—Sinvergüenza.
—No es muy agradable hacer que dejes a un Levisay para casarte conmigo, pero... me gusta —sonrió.
—Sigues diciendo que tomé tus pertenencias. ¿Pero dónde están las pruebas? —Katherine estaba convencida de que Joaquín no tenía pruebas que demostraran que ella las había tomado, así que no tenía miedo—. Anoche te persiguieron unos asesinos, así que quizá lo perdiste por el camino. ¿Por qué estás tan seguro de que fui yo?
Al ver que la expresión de Joaquín se aflojaba por un momento, supo que había hecho la apuesta correcta.
De verdad no tenía pruebas.
Entonces, se sintió cada vez más agraviada, y sus ojos se enrojecieron al instante.
—Anoche te ayudé con amabilidad. Está bien si no quieres agradecérmelo, pero en lugar de eso me secuestras y me acusas de agarrar tus cosas. Aunque acabo de volver a Cechirus, ¡no vine para que me intimiden!
Joaquín, que seguía conmocionado hace un momento, sonrió de repente al ver su reacción.
—Casi me engañas, picarona.
Iba a decir algo más cuando, de repente, una voz familiar salió del auricular:
—Señor, los Levisay vienen hacia aquí y estamos a punto de cruzarnos.
«¿Los Levisay?».
La fría voz de Joaquín sonó en el automóvil:
—Para el coche.
El conductor se detuvo. Joaquín se sentó erguido, no miró a los lados y tampoco miró a Katherine.
—Tanto si te llevaste mis cosas como si no, la verdad es mejor que no lo descubra yo. Sal del coche.
Pronto, ella abrió la puerta y salió. Al ver el coche negro alejarse a toda velocidad, frunció las cejas, sintiendo que aquel hombre era raro.
«¿Entonces tiene miedo de los Levisay?», pensó.