Capítulo 8 Nuestro jefe quiere verte
Por eso, cuando Katherine condujo a propósito a esa gente a un lugar remoto, uno de los gánsteres de pelo amarillo no pudo evitar saltar y acercarse con la cara llena de lujuria.
—Cariño, ¿a dónde vas?
—Déjate de actuaciones. ¿Quién te ha pedido que me sigas? ¿Qué quieres hacer? Dímelo sin rodeos.
Katherine levantó los ojos para verlo, con su mirada fría.
—Contéstame. ¿Qué métodos utilizarás para obligarme a hacer lo que necesitas?
El gángster se quedó sin habla. ¡Sólo había dicho una frase! Todos los presentes se sintieron un poco abrumados, en especial el de pelo amarillo, que dudó durante un rato sin saber qué decir.
Ella miró la hora; tenía cosas más importantes que hacer.
—¿Van a turnarse o van a enfrentarme todos juntos?
Los maleantes habían sido criminales durante tantos años, y esa era la primera vez que se encontraban con alguien que quería que atacaran juntos...
—Oye, ¿qué quieres decir? ¿A quién estás despreciando? —el de pelo amarillo no pudo contenerse más. Sintiéndose insultado, añadió—: Te digo que si de verdad actúo en consecuencia, yo... ¡Ah!
Un grito hizo que los pájaros de los árboles del parque volaran enloquecidos, y luego se sucedieron más gritos.
Diez minutos después, apareció la policía.
En ese momento, Katherine ya había luchado contra la mitad de esas personas. Y en cuanto vieron a la policía, fue como si vieran a sus salvadores. De inmediato gritaron pidiendo ayuda.
La trágica situación de los matones atrajo a muchos curiosos. Katherine preparó su mochila y la llevaron a la patrullera.
En la sala de interrogatorios, Katherine se sentó tranquila en la silla.
—¿Qué ocurre? —preguntó la policía.
—Querían abusar de mí —contó con ligereza. Miró a las cuatro o cinco personas que estaban en cuclillas en la esquina, y estas se quejaron de repente en voz alta:
—Señor, ¿cree que podemos intimidarla?
Los policías miraron a Katherine, que estaba impecable, y luego a los maleantes con la nariz destrozada y la cara hinchada, y no pudieron evitar fruncir el ceño.
—¿Qué pasa con todas esas miradas embarradas?
Katherine se encogió de hombros y contestó en tono seco:
—Esta clase de escoria sólo es digna de ser utilizada como estiércol de corral.
—¡Mírela, señor! Esta mujer es una lunática...
—¡Cállate!
Las personas increpadas gritaron:
—¡Si somos culpables, que la ley nos castigue! Pero no dejen libre a esta mujer nunca más.
El personal que estaba grabando el interrogatorio estaba asqueado por los mocos y las lágrimas de los sinvergüenzas.
Por el contrario, la protagonista de ese incidente estaba sentada con la cabeza gacha y jugando con su teléfono, como si no fuera de su incumbencia.
—Señorita...
—Hay grabaciones de vigilancia en el parque que se pueden comprobar. Me defendí por protección —Katherine se levantó tranquila y se puso la mochila—. ¿Puedo ir si no hay nada más que hacer aquí?
—Investigaremos mejor. Por favor, deje primero su información de contacto. Le notificaremos si hay alguna actualización, y esperamos que coopere con la investigación.
Katherine asintió, registró la información y salió.
Poco después de salir de la comisaría, una figura le bloqueó el paso. Levantó los ojos y vio a un guardaespaldas vestido de negro con cara de póker.
—Nuestro jefe quiere verte. —Parecía que lo que decía no era negociable.
A Katherine no le importó en absoluto; se limitó a lanzarle una ligera mirada y a esquivarlo:
—Dile que no estoy libre.
El guardaespaldas se quedó sin habla.
Aunque Katherine esquivó a la persona que tenía delante, para su sorpresa, chocó contra un duro pecho. Cuando levantó la vista y vio a la persona que tenía delante, se quedó atónita. En el segundo siguiente, la atmósfera se condensó un poco.
¿Cómo podía ser él?