Capítulo 9 Importante
** * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * *
* * * * * * * * * Bayá * * * * * * * * * *
—¿Qué harás ahora?
—No lo sé. No quiero volver a esa casa, si lo que me espera es esa exasperante mujer —me quejo; y mi socio y amigo se ríe—. Ya te lo dije una vez, Ramsés, y te lo diré ahora, pero no quiero volver a repetirlo. DEJA DE BURLARTE —demando, pero en lugar de que se callara, se ríe más.
—Ay, Bayá. Hoy sí que me he divertido contigo... —continúa riéndose—. Cómo me habría encantado estar en tu boda...
—Tenías asuntos más importantes que hacer —aclaro serio.
—De no ser por que tú eres el jefe, yo habría decidido quedarme a acompañar a mi MEJOR amigo en el momento más especial de su vida —añade jocoso.
—YA DEJA EL JUEGO —ordeno molesto.
—Ya, tranquilízate, hombre. Es solo diversión.
—No me gusta la diversión —aclaro
—¿En serio? No lo sabía —responde con sarcasmo—. Creo que, si no me lo decías, no me habría dado cuenta.
—YA, RAMSÉS —repito con mayor mal humor.
—Vale, vale, está bien, pero relájate, jefe —me pide divertido; y yo me giro a verlo amenazante—. Ay, dios... No sabes cómo compadezco a la pobre mujercita que escogiste como esposa. Mira que tener que aguantar tu mal humor POR UN AÑO... —se ríe.
—YA CÁLLATE, RAMSÉS. Mejor hablemos de otro tema.
—Creí que ya te ibas.
—Eso tenía planeado, pero la mujer esa debe estar igual de histérica y yo no me casé para recibir reclamos o gritos de nadie. Y MUCHO MENOS DE UNA MUJER —aclaro con desprecio porque... eso era lo que merecían
—No puedo creer que aún sigas resentido —escucho de pronto.
—¿Resentido? YO NO ESTOY RESENTIDO —preciso con molestia, ante su fastidioso comentario.
—¿Ah no? ¿Y ese "y mucho menos de una mujer"? ¿Qué fue?
—Mejor cambiemos de tema...
—DEBES SUPERARLO
—Cállate...
—Danaí no era una buena mujer.
—Eso no me interesa.
—No todas las mujeres son como ella.
—Ni una palabra más, Ramsés.
—Eres mi mejor amigo, Bayá.
—Y como tal, cállate —advierto muy firme al girarme a verlo—. No quiero amenazarte.
—Amenázame, no tengo problema...
—Ramsés.... —advierto; y él sonríe.
—A pesar de que ahora seas... "Bayá", yo sé que, muy dentro de ti, aún vive Maximiliano.
—Soy Maximiliano.
—Mentira. Ahora solo eres un hombre resentido con las mujeres porque tu ex novia te dejó plantado en el altar y se fue a a casar con el peor de tus enemigos.
—Ramsés.
—¿Un consejo? SUPÉRALO. Danaí no vale eso.
—Yo no hago nada por Danaí.
—No, pero cambiaste tu modo de ser solo por esa mujer y... —exhala con pesadez— no conozco a tu esposa, pero..., en memoria de mi madre, solo te advierto una cosa....
—Tú no estás para advertirme nada, Ramsés.
—No dejaré que te comportes como un cretino con ella.
—¿La defiendes? —pregunto divertido.
—Defiendo a cualquier mujer...
—Sí, pero vaya que no tienes remordimiento alguno cuando las dejas, ¿no es así?
—Eso es otra cosa, Bayá. Yo siempre soy claro con ellas. No pueden enamorarse de mí.
—Creo que mejor me voy. Esta conversación...
—Ya no te está gustando —completa—. Bueno, a mí tampoco. Solo te advierto algo: respeta a tu esposa.
—Solo es una desconocida.
—Pero no deja de ser tu esposa por eso. Además, te recuerdo que tú la escogiste y, aunque sea una aparecida de la nada, debo reconocer que me parece muy curioso que la hayas elegido.
—Ya te di mis razones.
—Sí, es cierto, pero, aun así, no creo del todo en ellas.
—Ese no es asunto mío. Y ahora vámonos.
—¿A dónde?
—A relajarnos —preciso neutral al mirarlo—. Dos mujeres nos están esperando...
—Por dios, Ramsés. Acabas de casarte —me recuerda.
—Solo por la condición de mi padre.
—Tienes esposa.
—Una por contrato. Nada importante.
—En serio que eres un...
—Cuidado con lo que dices, Ramsés...
—NO VOY A ACOMPAÑARTE. Una esposa se respeta…, así sea de mentiras. Es regla de la familia
—Bueno, iré yo solo. Dos para mí..., mucho mejor —acoto sonriente.
—No eres un hombre de la familia —acusa—. Se respeta a las esposas.
—No sigo normas obsoletas, Ramsés. Es mi vida.
—Has lo que quieras, pero ya no cuentes conmigo.
—No me importa —respondo desinteresado y luego, me levanto de mi asiento para salir de mi bar.
—Señor —me intercepta uno de mis hombres a la salida.
—Que sea importante —le digo al caminar hasta mi auto personal.
—Es importante, señor —precisa; y yo me detengo par girarme a verlo.
—IMPORTANTE —advierto; y él me mira con sumo temor—. Habla
—Señor... —titubea un poco.
—Habla ya, no tengo todo tu tiempo —articulo grave y fastidiado.
—Señor, nos acaban de informar que la señora ha salido de la mansión.
—¿QUÉ COSA ESTÁS DICIENDO? —increpo de muy mal humor—. ¡¿POR QUÉ LA DEJARON SALIR?! ¡¿A DÓNDE FUE?! —exijo al tomar el cuello de su camisa.
—Señor..., señor...
—¡SIN TITUBEAR!
—Perdón, perdón, señor...
—¡Baya! Pero ¿qué pasa? —escucho la voz de mi amigo—. Suelta al hombre. Es de los fieles.
—¿De los fieles? ¡De los idiotas! —insulto al soltarlo—. ¡HABLA YA! ¡DÓNDE ESTÁ!
—Señor, mis hombres me informaron que la señora dijo que usted le había dado autorización de salir.
—¡Yo no le he dado ningún permiso!
—Señor, eso fue lo que dijo...
—¡No quiero esos detalles! QUIERO SABER DÓNDE ESTÁ —pregunto frontal— ¡HABLA!
—La señora salió con uno de mis hombres. Le pidió que la llevara a su casa...
—Bien, entonces está en su casa.
—No, señor.
—¿CÓMO QUE NO?
—No, señor. La dejaron ahí, la señora pidió que la dejaran entrar sola...
—¿Y no me digan que ustedes la dejaron entrar sola? —pregunto sarcástico y furioso.
—Señor, era la casa de la señora.
—¡Menudos idiotas! —insulto al abrir la puerta de mi auto—. ¿DÓNDE ESTÁ LA SEÑORA? Porque ya no creo que siga en su casa ¿O SÍ? —pregunto de mayor mal humor.
—Lo siento, señor, no.. no... no sabemos dónde está.
—GGGGHHH —reniego al golpear mi auto.
—Bayá, cálmate —me pide Ramsés.
—¡¿Que me calme?! ¿Quieres que me calme cuando sé que trabajo al lado de ineptos?
—Bayá, ¡ya! —grita al tomarme del saco—. CÁLMATE —ordena muy serio al mirarme fijamente—. La encontraremos —me dice, pero yo no hago más que quitar sus manso de mi saco y entrar a mi auto sin decir palabra alguna—. Bayá, ¿a dónde vas? —pregunta mi amigo por la ventana.
—A hacer lo que los inútiles hombres de seguridad que tengo no han hecho.
—Encontrar a mi esposa —preciso con molestia.
—¿A dónde vas? Te acompaño.
—VE CON LOS INÚTILES —ordeno al referirme a mi seguridad—. Que vayan a la clínica Gibraltar. Ella debe estar ahí —menciono con molestia al encender mi auto.
—Su abuela... —menciona mi amigo.
—Sí, su abuela —confirmo y, sin más, echo a andar mi carro.