Capítulo 5 Esa niña me quiere sacar de quicio
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* * * * * * * * *Bayá * * * * * * * * * *
—Sabes las reglas, ¿por qué las quebrantaste?
—Por la chica. Ya sabía quién era; valía mucho más que la deuda que tenía su padre.
—Repito mi pregunta. ¿Por qué las quebrantaste?
—Valía muchísimo más dinero, Bayá...
—Escúchame bien, Rashad —lo confronto—. No se te ocurra volver a llevar otra mujer igual.
—Solo fue un caso especial, Ba
—Ningún caso especial, Rashad. En el negocio y las reglas no existen casos especiales, ¿entendiste? ¿o quieres que me tome la molestia de hacerte entender de manera definitiva? —amenazo; y él niega con su cabeza.
—¿Dónde tienes a la chica?
—Ese no es asunto tuyo. Lo que te debían ya fue saldado.
—Eso me informaron —precisa al mirarme.
—Vete de aquí —ordeno de pronto—. Considerando que eres el mejor de mis socios y nunca antes me has dado problemas, no haré nada más que quitarte el ingreso del mes.
—Bayá...
—Sabes las reglas, Rashad, ¿o quieres que me tome la molestia de recordártelas ahora?
—No, Bayá...
—LÁRGATE, ¡largo de aquí! ¡Ya no quiero seguir viendo tu cara!
—Entendido, Bayá —responde y se levanta para ir hacia la puerta, cuando la abre, puedo ver a la niñera de la mujer.
—PASA
—Buen día, señor...
—¿Qué pasó ahora?
—Señor, no quiere probar bocado...
«Mierda», pienso al tiempo en que formo un puño con mi mano.
«Esa niña me quiere sacar de quicio», agrego.
—Pero no lo logrará..., no lo logrará —susurro— ¿Y agua?
—No ha probado nada, señor
—¡¿Cómo que nada?! ¡¿No han podido lograr darle ni un poco de agua?!
—Señor, no ha querido atendernos
—¡¿Cómo que no ha querido atenderlos?! —me sobresalto al ponerme de pie y golpear mi escritorio con uno de mis puños.
Definitivamente, la paciencia no era una de mis virtudes; y mucho menos si se trataba de tener aquella con una mujer.
—Que no tienen ustedes las llaves, ¡¿o qué?! —grito; y la mujer se sobresalta.
—Sí, sí... se... señor —titubea; y eso me exaspera más—, pe... pe... pero
—Pero ¡¿qué?!
—Pero ella ha puesto algo; no podemos abrir.
—¡Mierda! Todo lo tengo que hacer yo en esta casa. ¡Vivo rodeado de inútiles! —exclamo al empezar a caminar hacia su habitación en el segundo piso.
Al llegar, me acerco a la puerta y giro la perilla.
—LLAVE, DENME LA BENDITA LLAVE.
—A... aquí está, señor —responde una de mis sirvientes al dármela y, luego de eso, la coloco en la cerradura y procedo a abrirla.
La llave gira con normalidad, pero cuando pretendo empujar la puerta, esta no se puede, solo se abre apenas.
—¡Venga! ¡Que no estoy para estos juegos infantiles! ¡Abre ya! —ordeno, pero nadie responde—. ¡No me gusta hablar solo, contesta! —sigo sin respuesta—. ¡Tiraré la puerta si no abres ahora! ¡Créeme que eso no te gustará!
—¡¿Me estás amenazando otra vez?!
—¡Abrid la puerta!
—¡Yo no te abro nada! ¡Si quieres entrar, tendrás que tirarla!
—¡Venga! ¡Que no me hagas perder la paciencia!
—¡¿Si no qué, señor mafioso?! —responde altanera.
—¡DEJA DE RESPONDERME!
—¿POR QUÉ? ¿SE SINTIÓ OFENDIDO, SEÑOR MAFIOSO?
—¿Cómo estás tan segura de que soy...?
—¡Por favor! ¡Tú y tus amigos gritan mafia! ¡Ridículos todos! ¡Más tú con ese anillo!
—¡Hey! ¡Que tienes que respetarme! —exijo; y la escucho reír (lo cual logra molestarme), así que decido no esperar más y, de una patada, tiro la puerta.
—¡Mierda! Me asustaste —reclama.
—LA COMIDA ¡TRAIGAN LA COMIDA!
—A... aquí... es... está, señor...
—Dame eso, dejo de titubear y vete —le ordeno a la mujer; y ella desaparece al instante.
—¿Te gusta gritar a las mujeres ¿no? —pregunta, pero yo no le respondo, solo camino hasta ella y dejo la bandeja a un lado de su cama.
—COME ESO...
—No comeré nada...
—No te estoy dando opciones, niña —increpo—. ¡Te estoy dando una orden!
—Si no te obedezco, ¿qué? —me reta.
—Si no me obedeces, me encargaré de que tu padre pague su deuda de la manera que más me gusta —decido amenazarla; y ella parece asustarse.
—ERES UN...
—¡Hey, niña! A mí no me levantas la voz —señalo adusto al elevar una mano y alzar mi dedo índice para llevarlo hasta su boca—. A MÍ NO ME LEVANTAN LA VOZ, ¿ENTENDISTE?
—No vuelvas a tocarme —responde al apartarse de mí—. No probaré ni el agua...
—¡Vas a comer!
—¡¿Me vas a obligar?!
—NO —respondo tajante—. Eso sería rogar y no es mi método.
—Claro que no; el tuyo es amenazar
—Guarda silencio que te irá mal...
—¿Lo ves? Amenazando otra vez —señala divertida—. No comeré. Estoy en huelga de hambre —precisa de repente; y yo río irónico.
—No seas infantil...
—Me necesitas ¿no es así? —menciona autosuficiente; y eso me incomoda mucho, así que me acerco a ella y tomo su mandíbula, pero tratando de no lastimarla. No hacía eso y solo por una razón: mi madre.
A ella no le hubiera gustado tener un hijo así; y yo respetaba eso.
—Yo no necesito a nadie y mucho menos a una mujer, ¿entendiste?
—¡Suéltame! ¡Suéltame! —la suelto.
—Haz lo que quieras; no me importa. Igual te casarás conmigo.
—No si muero de hambre o de otra cosa —amenaza de pronto.
—No si yo no lo permito —respondo en el acto—. Ni se te ocurra intentar nada porque no lograrás más que te encierre en otro lado.
—No me amenaces.
—Entonces obedece —respondo y, después, solo empiezo a caminar a la salida cuando mi celular suena.
«Un mensaje», preciso al abrirlo para leerlo.
Es un documento de parte de Rashad con una pequeña nota que dice "Te puede servir".
Lo abro y veo que es toda la información de la mujer, incluido un detalle muy importante, el cual me hace regresar a ella.
—Come...
—No lo pienso hacer...
—Si no lo haces, puede costarte mucho.
—¿Otra vez amenazando? —increpa; y yo sonrío.
—Tu abuela está enferma y en un hospital en el que, estoy seguro, no lo atenderán bien. Aparte, los detalles de los gastos de recuperación son muy elevados...
—¿Qué dices? —me pregunta muy preocupada—. ¿Mi abuela qué?
—Come y tu abue...
—¡Cómo está mi abuela! ¡DÍMELO! —demanda al acercarse a mí.
—Estable, según su último reporte, pero... quién sabe por cuánto tiempo...
—¿No me estarás amenazando con...?
—NO —respondo en el acto—. Te daré algo más... —miro mi celular—, Merlí...
—Vaya... para querer que sea tu esposa, ni siquiera sabes mi nombre.
—Come, te casas conmigo y me haré cargo de tu abuela y de su recuperación.
—No puedo creerte...
—¿En serio crees que tienes la opción de no creerme? —pregunto divertido; y ella parece molestarse.
—Quiero verla y quiero asegurarme de que estará bien.
—No sin antes casarnos...
—NECESITO VERLA —señal muy seria.
—Imposible antes de la boda.
—Por favor, no seas así —me pide muy seria y con los ojos llorosos (otra vez, estaba a punto de llorar).
—NO. Primero la boda, después la ves.
—Es mi abuela...
—Y se recuperará si haces lo que debes... —señalo muy serio; y ella aprieta, muy fuerte su mandíbula hasta que se da media vuelta y...
—Okey, okey, pero tienes que jurarme que ella estará bien —precisa al volver a mirarme...
—Te doy mi palabra.
—¿Eres un hombre de...?
—Soy un hombre de palabra —la interrumpo muy serio; y ella se queda observándome unos segundos hasta que, finalmente, asiente.
—Confiaré en ti...
—No me estás haciendo ningún favor. Que eso te quede claro.
—Me voy a casar contigo. Si ese no es un favor, no sé qué cosa sea —me contesta; y ello me hace perder la paciencia otra vez; sin embargo, decido no seguirle el juego y retirarme de su habitación.
Ya iba a casarse conmigo; eso era suficiente. Era lo único que necesitaba: una esposa falsa para heredar toda la organización.
—Señor... —me habla una sirviente cuando he llegado al primer piso.
—Verifiquen que cene. No se irá a dormir sin antes hacerlo. Yo me voy —señalo y, luego de eso, salgo de mi casa.