Capítulo 8 Órdenes
+Gisela+
Costó mucho tiempo para poder decidirme, mi almohada no me ha dejado pensar mucho, ya que se me vino a la mente que mi nona necesitará más dinero para mi papá y sus necesidades.
Las palabras de Lucero no dejaban de pasar por mi mente hasta llegar a tocar fondo y sentir que mi única salida era vender mi vida al diablo, a ese viejo que me sacaría de todos mis problemas, sin embargo, jamás imaginé que la persona que esperaba era la misma que choqué frente a la cafetería.
Recuerdo perfectamente lo que hable antes de que ella saliera del apartamento; le dije que me casaría con su jefe, que no tenía de otra que vender mi dignidad porque no tengo nada. La desesperación me ha orillado a tomar esa decisión tan drástica. La respuesta de ella fue que todo lo que hago es por el amor que siento por mis padres, demostrando que soy capaz de todo con tal de no dejarlos en la calle.
El día de hoy estando en el trabajo recibí una llamada repentina de Lucero, diciéndome que mi reunión sería el día de hoy y que no podía poner excusa y menos negarme, me indicó que debía pedir permiso y que no tenía de otra que ir al apartamento y ponerme uno de sus vestidos, esos de los que ella usa, específicamente me dijo que era el color rojo para luego colgar la llamada sin darme la oportunidad de objetar.
En ese momento no me quedo de otra que hacer todo lo que Lucero me ordenaba, en contra de mi voluntad de convertirme en una loca mentirosa, fui donde el jefe y le comuniqué que me tenía que ir a casa, ya que me encontraba enferma.
Aaahh, recuerdo como si la grabadora se repitiera. Mis piernas temblaban, mi cuerpo automáticamente empezaba a sudar y no se diga del aire que me estaba faltando, sí, reconozco que soy mala en mentir; me pongo nerviosa, empiezo a tartamudear y a sudar.
Ese contrato se está convirtiendo en una maldición porque no he firmado y ya tengo que estar mintiendo.
Mi jefe se quedó anonadado al verme en su oficina y a la vez me mostró demasiada preocupación porque me dice que soy la única empleada que no falta y menos se enferma. Él no dudó en levantarse de su escritorio y venir hacia mí y yo como una estúpida retrocedí y caí en suelo como una bruta, a como pude me levanté rápido y le dije en voz alta que no era necesario. El jefe no tuvo de otra que dejarme ir, luego del permiso le agradecí y salí corriendo de esa oficina, tal como si estuviera compitiendo en un maratón.
Mis problemas no acabaron ahí, luego de salir del bufete tuve que ir al apartamento y buscar el vestido, los tacones y peinarme, sin que nadie lo pudiera creer, pero literalmente parecía una completa lunática corriendo de un lado a otro.
Cuando llegué al apartamento empecé a alterarme y a quitarme la ropa para darme un baño, ya que todo mi cuerpo emanaba sudor a animal de caballo, no es por insultar al pobre animal, pero todo era cierto. Tras dejar la ropa en el piso a mi paso me fui a dar un baño de quince minutos para luego ir al closet de Lucero y buscar el bendito vestido. Me sentía incómoda estando ahí y a la vez una completa intrusa, por unos momentos me vi al espejo y mi corazón se estrujó al ver en la mujer en la que me estaba convirtiendo.
Dos horas después tuve que salir corriendo, tomé un taxi por consideración a los tacones, pero a la mitad del camino el bendito taxi se detuvo porque el tráfico estaba terrible, el enorme problema es que entre mis nervios y las llamadas insistentes de Lucero no ayudaban mucho, así que tomé la decisión de salir del taxi e irme a pie camino a la empresa del jefe de Lucero. Dios… Eso fue una penitencia, los pies me dolían, mi espalda estaba encorvada y mis ganas de vivir disminuían.
El maldito diablo se metió en mis pensamientos, hasta se me vinieron las ganas de tirarme en un puente, pero minutos después recapacité al recordar a mis viejos. No importa las llagas que los zapatos estaban haciendo en mis pies o de lo cansada que me encontraba, todo era por un propósito.
Media hora después llegué a la empresa; retrasada, adolorida, cansada y lo único que hizo Lucero al verme es tratarme de irresponsable.
Aaaahhh, ella no entendió que los tacones no ayudaron, ya que si me hubiese venido de deportivo estaba segura de que podía correr y no caminar como el exorcista.
Lo último de los desastres de Gisela es llegar tarde a su cita y para rematar el hombre que necesita casarse es el mismo por el que había chocado y deslumbrado. Todo parecía un cuento de hadas.
Ahora no tengo dónde poner mi cara, tengo frente de mí al hombre perfecto y peligroso para mi estabilidad mental.
No voy a negar que él me intimida, me pone nerviosa y lo peor es que no me deja de ver de arriba hacia abajo, tal como si tuviera la cara pintada.
En el momento de entrar por esa puerta y después de verlo, pensé que él me hablaría de la misma forma que ayer, sin embargo, marcó distancia y recalcó a que había venido.
¿Me enfurecí? Sí, no pude evitar enojarme con él, ya que ayer me dio otro aspecto de su personalidad, ahora siento que es un maldito patán.
Ahora estoy viendo el otro lado de la moneda, aunque mi amiga diga que es el hombre mejor de todo el mundo, no lo es.
Me relajo, por el hecho de que es evidente que estoy nerviosa y que él lo está notando, no me conviene que se dé cuenta.
¡Ya! Es tiempo de que firme, no me sirve de nada que lea un contrato del que tengo que mentir y obedecer todo el tiempo.