Capítulo 7 Directo al grano
—Sí, quiero disculparme por la tardanza, no es excusa, pero tuve que pedir permiso a mi trabajo y… —ella guardó silencio al darse cuenta de que par paloteaba.
—Por favor, siéntate. ¿Quieres un café? ¿Té? —dice él en tono nervioso.
—Agua, por favor —ella pidió de forma de súplica, ya que había corrido demasiado
—Puedes ponerte cómoda sobre el sillón, luego pasaremos a la mesa.
Gisela asintió, caminó hacia la dirección, se sentó con elegancia en el sillón acolchado y cruzó las piernas. La sedosa tela roja subió un poco y le ofreció a Adal una buena vista de sus piernas, suaves y atléticas, o eso es lo que su cuerpo muestra a cualquier par de ojos que intentan deleitarse de ellas.
—¿Bocadillos? —pregunta él con mucha amabilidad, tratando de ser cordial.
—No, gracias —ella negó con la cabeza.
—¿Estás segura? —Adal insiste, tratando de ser un caballero.
—Sí.
Totalmente desconcertado hacia la mujer con la que no quería tener contacto físico alguno, empezó a llevarle un vaso de agua.
Se analizaron un momento, dejando que el silencio se prolongara.
—Dejando a un lado lo que pasó ayer, eres la persona que Lucero me recomendó y de la que sabe por qué es la reunión.
—Todo el asunto parece una locura, pero he venido aquí para hacer lo del contrato.
—¿No crees en el matrimonio?
Ella se encogió de hombros antes de contestar:
—El matrimonio es innecesario, no te preocupes, no busco enamorarme.
—Los compromisos duran poco.
—Tal vez —respondió ella, que cambió de postura y volvió a cruzar las piernas—, por eso debemos determinar el tiempo en el que se terminará todo y si no es mucha molestia puedo saber cuándo será la boda.
—No tenemos tiempo, la boda tiene que celebrarse lo antes posible, considerándolo este fin de semana.
—Ya veo…
—¡Todo será puro negocio!
Gisela se quedó sin aliento al escuchar las palabras de Adal, la persona a la que ella se había deslumbrado un par de horas atrás.
—Firmemos, no hay tiempo que perder —exclamó Gisela, se levantó y con ganas de terminar la conversación.
Una extraña expresión apareció en la cara de Gisela. Sus facciones se tensaron, aunque después recuperó la compostura.
—Podemos ponernos cómodos.
—¿Es el contrato?
Adal, asintió con la cabeza.
—Adelante.
Adal deslizó los documentos por la brillante superficie de madera. Tardó varios minutos en examinar el contrato, unos minutos que él aprovechó para analizarla. La fuerte atracción que sentía lo irritaba. Gisela no era su tipo. Era demasiado voluptuosa, demasiado directa, demasiado… real. Necesitaba la seguridad de saberse a salvo de cualquier arrebato emocional si ella no se salía con la suya.
—Concuerdo, quieres a una mujer florero, pero sin el sexo.
—Exacto —afirmó sin titubear.
—Eso es bueno, ya que hay muchos hombres que se benefician mucho del matrimonio.
—¿De qué forma?
—Disfrutan de sexo habitual y de compañerismo.
Gisela entrecerró los ojos de nuevo y se mordió el labio inferior.
—¿Por qué no me dices cuánto dinero conseguiré con este matrimonio?
—Ciento ochenta mil euros.
—Es mucho dinero —ella empieza a toser tras sentir que se ahogaba con su propia saliva.
—Eso quiere decir que es un trato —dice él tras esbozar una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Dónde vamos a vivir?
—En mi casa y como mi mujer, vas a necesitar un fondo de armario en consonancia y recibirás una mensualidad y tendrás acceso a mi asesor personal.
—No me importa eso, solo quiero que empecemos y lo terminemos lo antes posible.
—Por supuesto, una cosa más, por el momento nosotros detendremos nuestras vidas amorosas, no podemos cometer ningún riesgo que nos perjudique.
—Haré todo lo posible.
—No, no pueden enterarse de este acuerdo —Adal se altera, de solo la idea de que otros se enteren del fraude que cometerá, se le presenta la paranoia—, así que tendremos que fingir que estamos locamente enamorados, tendrás que venir a cenar a casa para hacer el anuncio oficial, entiende que todo tiene que ser convincente.
—No me gustan las complicaciones, por favor, no quiero muchas fiestas, soy pésima para eso —Gisela empezó a ponerse nerviosa, no le agradaba la idea andar mintiendo y actuando.
—Pues lo siento, pero esto forma parte del trato.
—¿Algo más?
—Tendremos una boda, todo será real, para todas las personas que nos rodeen será real, el amor romántico que toda pareja desea, ¿entiendes?
—Yo había planeado una boda en el juzgado, todo sencillo, es mejor no hacer ningún escándalo.
—Yo pensaba en un vestido blanco, una boda en el exterior, con mi familia —Adal cuestiona con los ojos abiertos.
—No me gustan las bodas.
—Tenemos algo en común, pero como sabrás, ambos necesitamos este matrimonio y si no estás dispuesta hacerlo te puedes ir —la paciencia de Adal se está acabando, tiene miedo de que ella se retracte porque ella sabe más de la cuenta—, entiende que me caso contigo por motivos empresariales.
—Créeme, a mí tampoco me hace gracia este asunto; pero, si queremos que los demás piensen que esto es de verdad, debemos interpretar un papel —ella se mordió la lengua, estaba a punto de mandar todo al diablo, era obvio que los dos tienen un propósito para que ese matrimonio se lleve a cabo con éxito.
—De acuerdo, pero antes puedes seguir leyendo el contrato, luego de que firmes planearemos la boda y lo demás.
Todo se escuchaba sencillo, sin embargo, no lo eran, ya que las palabras y los hechos son diferentes hasta el punto de no llevarse de la mano.
Gisela tenía mucho miedo, no quería casarse y menos en esas circunstancias, sin embargo, el dinero ella lo necesitaba porque estaba segura de que su madre la volvería a llamar para pedirle más.
—Quiero hablarte de sexo.
—¿Sexo? —dijo sin poder creer lo que estaba escuchando.
La palabra surgió de sus labios y rebotó en la estancia como un tiro. Parpadeó, pero se negó a demostrar emoción en su cara.
—Verás, tenemos que ser muy discretos con… —por unos segundos Gisela guardó silencio, sin querer a ella se le vino la idea de hablar un tema que le incomodaba, pero a la vez sentía la necesidad de dejar en claro que no se acostaría con él.
—¿Discretos? Ya te dije que por el momento ninguno de los dos hará nada, entiende que tengo que proteger mi reputación.
Gisela todavía no comprendía por qué no se casaba con su novia u otra mujer que estuviese en su altura.
—Lo entiendo.
—¿De verdad?
—Por supuesto.