Livia se concentró en sentir la tibieza de su lengua y se olvidó un poco de la advertencia que le había hecho la tía abuela de Franco. Saboreó sus labios y se atrevió a morder uno justo antes de que él se alejara riendo. Ella le acarició la entrepierna con disimulo y él saltó hacia atrás sorprendido, pero sin borrar la sonrisa ladina que lo acompañaba cuando la miraba. Le causaba gracia que siendo un hombre tan apasionado le fuese posible turbarlo con tanta facilidad.
—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó al mismo tiempo en el que se estacionó un autobús de lujo al inicio del camino que llevaba a la salida de la carretera.
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