—¿Y ahora qué? ¿Un discurso de Caesar y ya estás listo para rendirte? Me parece que en realidad no te gusta tanto —dijo el señor Hector con frialdad.
—¿Cómo podría no gustarme Caesar? —saltó Qwain—. Lo he querido tanto como—si no más—que a Mario. Pero ya he perdido. Perdí biológicamente. Después de lo que acaba de decir Caesar, ¿qué más se supone que debo hacer?
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