Capítulo 64 El peso de la sangre
El roció matutino empañaba la ventana como un velo de lágrimas que nunca llegaban a caer, mientras Anette, sentaba en el alfeizar; observaba como el cristal, frágil y traslucido como su propia resistencia, dejaba deslizar las gotas con lentitud agonizante, la calma que se había apoderado del ambiente era inquietante, como el silencio que preside el estruendo de un trueno quebrando el cielo durante una tormenta.
Solo que esta vez la tormenta no era externa, ¡por supuesto que no!; la tormenta se desataba en su interior, alimentando un núcleo de intrigas e incertidumbres que oprimían su corazón de forma asfixiante. El silencio en la habitación no era ausencia si no un grito ahogado de la duda que la consumía por dentro.
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