Capítulo 4 Sid
P.O.V. de Sid
Estoy en mi estudio, con un cigarrillo entre mis labios, mi cabeza en la silla y mis ojos cerrados. Inhalo el humo en mis pulmones tomando una respiración profunda antes de sacar el cigarrillo de mi boca sujetándolo entre mis dedos índice y medio. El humo sale de mi boca mientras exhalo.
Se siente tan bien por un segundo, relajando mi mente.
Doy unas cuantas caladas y luego mi teléfono suena, perturbándome. Abro los ojos y golpeo la ceniza antes de apagarla en el cenicero.
Cojo el teléfono de la mesa y miro la identificación del llamante.
Es la llamada de Edward. Mi hermano, y la única persona por la que siento algo después de mi padre. Soy despiadado con el resto del mundo excepto por ellos. Son personas por las que podría morir con una sonrisa.
Edward es tres años más joven que yo, pero no importa. Ambos tratamos a este maldito mundo con igual salvajismo. Tenemos a todos bajo nuestros pies y somos tan poderosos que podríamos gobernar el mundo entero.
No hay nada más satisfactorio que presenciar el miedo emanando de las personas cuando están frente a mí. El disfrute que obtengo al infundir miedo y dolor a los demás es considerable. Por eso, todos me llaman sádico y despiadado.
-¡Hola, hermano!- contesto después de colocar el teléfono sobre mi oreja.
-Hermano, tu sumisa me está suplicando que la haga mi sumisa porque piensa que soy débil.- Una risita escapa de mi boca al escuchar sus palabras.
Ella piensa que Edward es débil. No puedo creerlo. No sabe la brutalidad con la que ambos dominamos a las mujeres. Es solo que Edward es humilde con la gente. Por eso, ella se equivoca al pensar que será indulgente con ella.
-Entonces creo que deberías mostrarle lo débil que eres, Edward.- me burlo.
-Por supuesto, lo haré, y haré que se arrepienta de elegirme en lugar de a ti.- Ambos soltamos una risa siniestra. -Si no te importa, Sid, voy a hacerla mi sumisa.
-Lo que sea por ti, Edward. Pero antes de eso, envíamela porque quiero despedirme adecuadamente de ella. Sabes a lo que me refiero.- Mis labios se curvan en una sonrisa diabólica.
Quiero darle una lección por ir a mi hermano sin mi permiso. ¿Cómo se atreve? Merece ser castigada.
-Por supuesto, hermano.
-De acuerdo, envíamela a mi sala de estudio.
-De acuerdo, hermano.- Cuando cuelga, dejo mi teléfono en la mesa con una sonrisa malévola en mi rostro, pensando en cómo debería despedirme de ella.
En este mundo, soy un diablo, en efecto.
Después de un rato, escuché un golpe en la puerta.
Creo que ha llegado mi ex sumisa. Ahora es hora de divertirme con ella y enseñarle una lección para que nunca haga algo sin el permiso de su Amo.
-Adelante.- Ella entra en la habitación con mi permiso, mirando hacia abajo avergonzada.
Me levanto de la silla y camino hacia ella.
Cojo un puñado de pelo y lo tiro, haciéndola gemir. -¿Cómo te atreves a ir a mi hermano sin mi permiso?- le digo con desdén.
-Lo siento, Amo. Tenía miedo de ti.- responde, manteniendo los ojos bajos en obediencia.
-¿No te preocupaste por las consecuencias de ir a mi hermano?- le pregunto en un tono sombrío, tirando de su cabeza hacia atrás.
-Por favor, perdóname, Amo. No lo repetiré.- Mientras ruega por perdón, una sonrisa astuta se dibuja en mi rostro.
-Desnúdate y dobla sobre la mesa.- Al darle la orden, ella obedece inmediatamente. Ató sus tobillos a las patas de la mesa, le ató las muñecas detrás de la espalda y le tapó la boca con una mordaza.
Está completamente expuesta frente a mí para ser castigada. Desabrocho mi cinturón de cuero y lo saco de los bucles de mis jeans.
-Voy a castigar tu coño severamente. Así que la próxima vez que abras las piernas frente a cualquier hombre que no sea tu Amo, lo pensarás miles de veces antes de hacerlo.- le digo, enrollando el cinturón alrededor de mis nudillos antes de golpear entre sus muslos. Cuando el dolor la pica, sus manos se aprietan y sus dedos de los pies se encogen; la mordaza amortigua sus gritos.
Golpeo sus nalgas expuestas y tiro el cinturón al suelo antes de insertar un vibrador masivo en ella y encenderlo a toda potencia.
Me paseo frente a ella y veo su rostro enterrado en la mesa.
-Volveré en unas horas; mientras tanto, puedes tener orgasmos todo lo que quieras.- Mientras hablo, sus ojos se abren de par en par y me miran suplicantes.
-No finjas. Sé que fuiste a propósito a mi hermano porque disfrutas recibir castigo.- Mis labios se curvan en una sonrisa arrogante mientras ella me mira sorprendida.
-Sin embargo, esto no es el final de tu castigo, mi querida esclava. Cuando regrese, descubrirás lo que te espera, pero mientras tanto, puedes reflexionar sobre tu castigo y disfrutar de orgasmos interminables.- Salgo de la sala de estudio y cierro la puerta.
Cuando me doy la vuelta, veo a una criada inclinada sobre la cama. Su mini vestido negro revela sus perfectas nalgas blancas como la leche. Está absorta en su propio mundo, tarareando una melodía.
Me acerco sigilosamente hacia ella porque no quiero que se entere de mi presencia. Quiero saludarla de manera única.
Me paro detrás de ella y la observo fijamente sus piernas delgadas y sexys y sus nalgas redondas, que no son excesivamente grandes pero son del tamaño ideal para encajar perfectamente en mis manos. Mientras ella se menea, ajena a mi presencia, mis manos anhelan golpear sus nalgas redondas, así que no puedo evitar levantar la mano en el aire y golpearla, haciéndola estremecer.
-Quédate en esta posición solamente-, le ordeno cuando está a punto de enderezarse, y ella no se mueve ni un centímetro y se queda congelada en su lugar. Esa es la fuerza de mi voz, y me gusta cómo me obedeció.
Deslizo mis manos por debajo de su falda, las coloco sobre sus caderas y las aprieto, haciéndola gemir suavemente. Como esperaba, encajan perfectamente en mis manos. Nunca antes en mi vida había tocado unas nalgas tan suaves.
Mientras acaricio sus nalgas, ella expresa su placer con gemidos encantadores. Estos sonidos excitantes despiertan mis deseos carnales de una nueva manera, lo cual disfruto.
Me inclino sobre ella desde atrás, presionando mi cuerpo frontal contra su espalda.
-Quiero hacerte mi sumisa-, susurro en su oído, y ella tiembla al sentir mi cálido aliento en su piel. La forma en que su cuerpo responde a mi tacto, me gusta.
-Cuando diga algo, quiero una respuesta rápida de tu parte-, le digo una regla en un tono severo, aferrándome a su cintura.
-Está bien, señor-. Al responder, aflojo el agarre de mis manos alrededor de su cintura, sonriendo con suficiencia.
Pero quiero que me llame Maestro, y esto sucederá pronto.
Me enderezo y digo en un tono de mando, -Ahora puedes ponerte de pie y girarte hacia mí.
Ella se endereza lentamente y gira sobre sus talones hacia mí. Sus mejillas se ponen rojas de vergüenza, y fija su mirada en el suelo.
Debo admitir que es bastante atractiva, y su belleza se ve realzada por el rubor en sus mejillas.
Mis ojos bajan desde su rostro hasta su escote. Sus pechos me suplican que la saque de este ajustado atuendo de criada.
¡Maldita sea! ¿Qué tan suaves serán sus pechos?
Su cuerpo es tan tentador, y estoy seguro de que me encantará explorar cada centímetro de su cuerpo.
¿Por qué nunca había notado a una de las criaturas más atractivas de Dios antes?
Mi teléfono suena en el bolsillo de mis jeans, devolviéndome a la realidad.
Saco el teléfono de mi bolsillo y contesto después de colocarlo sobre mi oreja. -Hola-. Fijo mi mirada lasciva en su cuerpo.
-Señor, tiene una reunión en una hora. ¿Cuándo va a llegar?- Mi asistente, Kelly, me recuerda.
-Ya voy-. Cuelgo la llamada y guardo el teléfono en mi bolsillo.
-Quiero que estés en mi habitación exactamente a las 7 en punto-, le instruyo, y ella solo asiente.
Esperaba una respuesta verbal, pero no importa, le enseñaré todo.
-Ahora puedes irte.
-Está bien, señor-. Se inclina frente a mí antes de salir corriendo mientras yo solo contemplo sus piernas sexys y nalgas con una sonrisa lujuriosa en mi rostro.
Será muy divertido entrenar a mi nueva sumisa y dominarla.